Cuando me desperté el perro seguía ahí abajo ladrando. Sus ladridos se habían atemperado y aunque continuaban siendo rítmicos denotaban cierto cansancio angustioso: no era para menos porque llevaba seis horas aullando sin parar.
De pronto, cesaron los ladridos y deduje que los dueños ya habían vuelto , así que corto y perezoso, me enfundé la bata y las zapatillas y bajé las escaleras.
Aunque era la una de la madrugada llamé al timbre y , al cabo de unos minutos, se abrió la puerta. Él era alto y un tanto desdeñoso y llevaba al perrillo en los brazos , ella se parapetaba tras él con los ojos en la nuca.
«Esto no puede seguir así» – les dije- «no hay derecho a que ustedes dejen al animal solo durante tanto tiempo en casa porque además de estar en el límite del maltrato, no cesa de ladrar y resulta muy desagradable :no podemos dormir de ninguna manera».
«Ya, y si por ejemplo tenemos un hijo y llora por la noche, ¿ también vendrá usted a protestar?»
«Pero, bueno, ¿ es que van a dejar ustedes a un hijo llorando en casa durante tantas horas?»
Se miraron entre ellos: no sabían qué responder. Y luego cerraron la puerta sin mayores explicaciones.
Subí de nuevo hasta mi casa, me quité la bata y las zapatillas y me tumbé sobre la cama. Como no podía dormir abrí un periódico que andaba por allí.
Según un reportaje que estuve leyendo,por estos lares la población canina ha aumentado entre el año 2013 y 2020 un 33%, presentando un sonoro repunte durante la pandemia, mientras que la población humana de niños menores de doce años, ha disminuido un 18% en el último quinquenio, siendo muy acusada la tendencia a la baja entre 2020 y 2022.
Entre las razones que se apuntaban para este incremento canino se destacaba la función de mitigar la soledad de una manera en principio no muy problemática -«Con los hijos y con la pareja hay conflictos, pero con un animal no, tú mandas y él obedece», dec´ía un entrevistado -.
Luego el reportaje abundaba en anécdotas mayores, como la reciente costumbre de ponerles a los canes nombres de pila de personas, hacerles participar de la dieta de los dueños– ¡ya hay casos de perros veganos!- e incluso eso que cada vez se ve más a menudo de llevarlos en carricoches de bebés.
Y, por fin, poco a poco fui cayendo en brazos de Morfeo mientras aquella célebre expresión latina que decía «CAVE CANEM» se iba transformando en «CAVE DOMINUM»
(c) by Vicente Huici Urmeneta