Hace ya poco más de un año que murió Vicente Verdú, sociólogo y periodista ilicitano ,y lo cierto es que sigo echando en falta aquellas columnas que tituladas «Corrientes y desahogos» eran – son – un modelo de escritura precisa y culta .
Fue Verdú un escritor poliédrico que se desempeñó tanto en la prosa narrativa como en el ensayo aunque este último le ganó por la mano como a Francisco Umbral por lo narrativo. Aun así, ya en los últimos años se dedicó con mucha intensidad a la pintura y a la poesía, traspasando una frontera discursiva que se desdibuja con la edad.
Vivimos en tiempos confusos y acaso peligrosos, como son todos aquellos que cierran un ciclo y están a punto de abrir otro. Las palabras de Verdú, en este sentido, hubieran sido iluminadoras como lo fueron en muchos momentos del Franquismo, la Transición y esta Democracia que ahora hace aguas dentro de una Constitución probablemente obsoleta.
Se suele decir que siempre quedan las obras ,pero cada vez viene siendo más claro que desaparecido el creador ( o la creadora, of course ), todo queda en obra muerta que en náutica es la parte del casco que está fuera del agua de forma permanente , es decir, la única visible. Y así ,también como un barco, la obra va poco a poco alejándose hasta perderse en el horizonte de ese cielo al que todavía podían llegar puros nuestros ancestros.
Tras su larguísima lista de escritos, Vicente Verdú, ya sentenciado de muerte, publicó como colofón un libro de tinte autobiográfico y aforístico, suma y resumen de su larga trayectoria, titulado Tazas de caldo. En una de su páginas, puede leerse ( todavía): «Llueve de manera tan persistente que acabará por tener razón»…¡ Corrientes y desahogos!