Ahora que every body va a poder salir a la calle en pareja, cada uno y cada una según su forma y condición como en el Génesis entraban en la salvífica Arca de Noé, ya puedo hablar de él en la conciencia de que , a partir de ahora, pasará desapercibido.
Pues el tal, que es más bien delgadurrio y mal encarado, ha ido saliendo durante el confinamiento cuando le ha dado la real gana y bajo subterfugios sucesivos y sistemáticos: como no tiene mascota ni niño ( y perdón por la comparativa alusión) ,desde el punto de la mañana hasta la hora del vermú, ha estado yendo y viniendo en sucesivos viajes ya tirando una minúscula bolsa de basura, ya comprando el pan , ya paseando una bolsa inane y coloreada , recorriendo al efecto las manzanas aledañas, y por fin , moderadamente atravesado en el portal de su casa ,con una lata de cerveza abierta en una mano y un cigarro encendido en la otra. Y, por supuesto, sin mascarilla ortodoxa o heterodoxa.
Si lo cuento es porque lo he visto una y otra vez desde la ventana de mi estudio que es más indiscreta que La ventana indiscreta de Alfred Hitchcock, y otro sí por mi vocación trangenérica de «vieja del visillo», aledaña de mi espíritu post-micro-sociológico.
Mikel, mi amigo todavía superviviente por mor de la edad en la selva académica, y piloto-macro-sociólogo de altura, con quien me he encontrado al ir a comprar el periódico, me ha comentado a los dos metros de la rigurosa distancia, que en otros lares, acaso más responsables por herederos de Lutero y de Max Weber, se ha acuñado un neologismo para tildar a este tipo de individuos que han pasado de todo .
Llámaseles al parecer «covidiotas», y el palabro, como suele ocurrir últimamente en la jerga para-científica ,proviene del inglés » covidiot», de fácil etimología, que designa a quien, en plena pandemia del COVID-19, comete irresponsabilidades que perjudican a los demás. Y supongo que está bien poder subsumir en una clasificación operativa a deambuladores irredentos como este, pero asimismo a quienes ignoran la distancia social, extienden bulos, o acaparan por encima de sus necesidades- tal es también su amplitud semántica.
Any way, despedido de Mikel con un namasté, y protegido ya con mi armadura de periódicos varios y en papel, he concluido de camino a casa que los covidiotas no son sino una variante accidental de una sustancia de idiotez en cuanto que idiotez irremediable , lo cual que ya no se podrá corregir con tácticas de contención coyunturales como las tan maníacas de las fases de desescalada… Y en subiendo las escaleras se me ha escapado un «Oh , my God!» con acento de Chicago…
Ja…ja…. don Vicente, se le nota a usted un tanto contenido en el enfado. Por estas tierras nuestras, y me temo que por las de todos, hay gente que no es que quiera como don Pío Baroja «La República Independiente del Bidasoa» sino la de sus mismos «bemoles». Y lo gordo es que seguirá siendo así siempre.
Se ríe usted y yo comparto su risa…para no llorar… Oh, my God!
Leí hace tiempo que en los sitios de redes sociales e Internet nos comportamos tal y como somos en presencial. Creo que también vale para el comportamiento en tiempos de coronavirus y en «tiempos de coronavirus», ya tú sabes 😉
Of course…
Pues yo le envido más don Vicente.
Tengo un vecino que indefectiblemente cada vez que sale, y sale hasta para fumar, se deja la puerta del portal abierta, sospecho que debido a algún un yuyu oculto o arcano dadas las actuales circusntancias……
Tema raro que me hace sospechar que pese a su apellido debe ser afrancesado puesto que bien enmarcado existen, no uno, sino tres carteles en el portal de casa que rezan:
1.- Itxi atea mesedez.
2.- Cierren la puerta por favor.
3.- Close the door please.
Aunque mirando se me ocurre que tambien pudiera ser que el buen hombre sea analfabeto funcional.