James Hetfield, abrazado por sus compañeros de Metallica, durante el concierto en Brasil
James Hetfield, el líder de Metallica, la banda de heavy metal que inicio su carrera en 1981, rompió a llorar de pronto en el concierto que se estaba celebrando hace un par de semanas en Belo Horizonte, diciendo «Estoy viejo, no puedo tocar esta mierda nunca más «. De inmediato sus compañeros dejaron de tocar y le abrazaron. Tras unos minutos de expectación, Hetfield retomó la melodía entre los aplausos del público y fue capaz de terminar el concierto.
La anécdota, como casi siempre, no deja de ser sugerente por analogía pues, en efecto, de un tiempo a esta parte viene sucediéndose una larga serie de revivals de algunos cantantes y grupos , acaso íconos musicales en su momento, que por razones varias se empeñan en hacerse ver y oír abducides de sí mismes.
Entre las razones aludidas las habrá aquellas que se refieran a la necesidad perentoria de un reencuentro con un público tan envejecido como agradecido, y también las de recuperar con su presencia una ausencia clamorosa en la pomada, y otro sí , cómo no, la urgencia de restañar deudas y recuperar hipotecas, toda vez que mayormente ya se encuentran al otro lado de la barricada y sus melenas albas o sus alopecias pavorosas pueden sin escrúpulos fotografiarse con autoridades en blue-jeans y corbata.
Y aunque no todos estos empeños «estén al canto de despeño» – que diría Baltasar Gracián– olvídase aquello de cualquier tiempo pasado fue siempre mejor , y de aquí esa íntima que no confesa contrición que emerge en quienes sintiéndose siempre jóvenes – beti-gazte que les llaman por estos lares- se repiten para sus adentros, y a pesar de su sonrisa, un fatal never more.
Nada de todo esto ocurriría si se recuperara cierto sentido de lo histórico, público y privado, algo difícil de conseguir en esta onda global y narcisista que nos invade, en la que la inmediatez programada como saludable lleva , por ejemplo, a otros y otras a empeños singulares y obsesivos como continuar escalando montañas o hacer esforzados viajes en bicicleta que acaban, sí, en despeños, con lesiones más o menos graves.
Y es que también dijo el Gracián – que era un tolosa (¡Gracias , Ana, por el palabro) ilustrado en pleno Barroco exaltado- que había que aprender a «no aguardar a ser Sol que se pone» y «dexar las cosas antes que los dexen»… Pues si no se acabaría- se acabará – por llorar lágrimas…¡metálicas!.
¡Caramba, no había visto nunca esa expresión «eres un tolosa»!
Un «tolosa»…Un «to lo sabe»…( de mi cuaderno de notas)
¡Ah caramba! Eso sí