
Hace ya muchos años, una buena amiga que trabajaba supervisando las exposiciones de una sala institucional me comentó que, al finalizar una de ellas , se comprobó que había desaparecido una pieza. Hechas las correspondientes indagaciones, un obrero que participaba en el montaje confesó que se la había llevado a casa para utilizarla como perchero.
Esta anécdota puede ser muy similar a otras muchas, como ,por ejemplo, la de quienes se hacen sonrientes fotografías junto a la «araña» (Maman) de Louise Bourgeois , ubicada en el exterior del Museo Guggenheim Bilbao, sin percatarse de la profunda tragedia bajo la que se amparan.
Tal incomprensión entre la obra y el público, solo puede acaso entenderse teniendo en cuenta la crisis del realismo y la aparición de las vanguardias durante el siglo pasado. Una crisis multifactorial que , por un lado, recuperó la impronta del artista frente al artesano ,desenvolviéndose en el ámbito del juego, y que, por otra parte ,generó un nuevo espacio artístico capitalista y especulativo, equivalente al ámbito de la arbitrariedad de los antiguos mecenas.
La última vuelta de tuerca de estas tendencias está siendo probablemente la aparición de las obras digitales en NFT ( Non Fungible Tokens ),de particular reproducción codificada y rápida obsolescencia, objetos al cabo perfectos para el ámbito del arte en la edad de la virtualización generalizada, tan acelerada durante la pandemia. Una pequeña muestra de ello es la obra » Io sono» del artista italiano Salvatore Garau, que ha conseguido vender una escultura intangible e invisible por 15.000 euros. Pero en el «mercado» de los NFT se mueven ya millones de divisas.
Y si, como tantas veces se ha comentado, el arte adelanta en sus nuevas formalizaciones estéticas las futuras configuraciones interpersonales y sociales, este nuevo paso debería dar mucho que pensar, sin recurrir necesariamente a la antigua fábula de El traje nuevo del emperador , de H. C. Andersen…








