De Bolonia, la mortadela

 

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Hoy tengo «guardia de examen» por lo que mi paseo se está reduciendo a un sinfin de vueltas arriba y abajo por el pasillo de un aula estrecha y larga  ( 73,32 ms. según el podómetro de mi smartfone) mientras releo y corrijo las pruebas de  un libro que no acabo nunca y que se titula MNEMOSINE (y que mis amigos tildan de  «Summa Theologica» ,  en adelante ST).

Cada 12 minutos ( según el cronómetro de mi smartfone) abandono el trabajo intelectual  y me entretengo haciendo clasificaciones primitivas del personal . Así ,en primer lugar clasifico por sexos (lo de los géneros  es todavía,  en este contexto, muy avanzado), después por edades, luego por  hipotéticos grupos sociales, hasta que me aburro o me duelen los pies … Entonces me siento en algun sitio libre y vuelvo a la ST, generalmente por el capítulo de la neurociencia social que  es el que me llama  más  de lejos.

De vez en cuando miro hacia adelante y pienso en  quienes se están examinando: no sólo están dando cuenta de lo que saben, sino que mayormente desean obtener un título que les permita incorporarse a la supervivencia cotidiana desde otra posición (social). El examen, este invento de los chinos – que al parecer aún tiene  su relevancia en la China transcomunista- bien adobado por Napoleón, ha servido como uno de los mejores mecanismo de movilidad social de las clases sociales que la deseaban y no podían  obtenerla por medio del vínculo matrimonial.

Algunos de estos estudiantes , sin  embargo, parecen no darse cuenta de lo que se están jugando que no es sino  como mínimo mantenerse en el lugar ( social) que en su momento obtuvieron sus padres ( y madres). El otro día un amigo de Psicología me contó el siguiente diálogo entre él y una tipa rubia a la que no había visto nunca: » Hola, me llamo Nerea y soy alumna tuya». «Pues que bien…» «¿Cuándo es el examen?».» ¡Ayer!».

Mi amigo dice que esto ocurre «porque se ha perdido el usted y por los planes  de Bolonia».  No sé si tendrá razón, pero  a mí  en un mundo de competencias sin contenidos ( «¿Contenidos?¡ Oogg, pero qué cosa tan obsoleta!»), ciertamente, de Bolonia, sólo me gusta la mortadela.

Me piden más folios de borrador y acudo raudo y veloz… y competente.

Marmitako en el Mar del Norte

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Esta mañana mis pasos me han llevado a lo largo del Paseo de Abandoibarra hasta la explanada que se extiende frente al Museo Marítimo  Ría de  Bilbao – al que por cierto le deseo que emprenda  una mejor singladura al mando de algún capitán ( o capitana) que lo saque  del dique seco en que se encuentra.

Me he sentado en un noray y estaba contemplando las aguas plateadas  de la ría cuando unos graznidos  me han llamado la atención. He levantado la cabeza y he visto a la Gaviota del Ensanche , que como he dicho en varias ocasiones me la tiene jurada, dando vueltas y mirándome fijamente. Pero yo le he sonreído y he recordado algunos viajes en velero que hice durante mi larga temporada de single. Pues , en efecto, durante algunos años, aprovechando esas vacaciones salteadas que tenemos los docentes, navegué en barcos de diez o doce metros en primer lugar por las Baleares, luego algo por Canarias, después  por el Atlántico entre Ayamonte y el cabo de San Vicente- con aviso de maremoto incluido-  y por fin, por las islas griegas. En todos los casos eran barcos pequeños, muy marineros, con no más de seis u ocho tripulantes a bordo y con mandos profesionales. De todos aquellos viajes tengo muy buenos recuerdos del paisaje y el paisanaje y también un buen montón de anécdotas. Pero la singladura que más recuerdo es la que hice en una goleta por el Mar del Norte.

Era ya un barco más grande, también muy marinero, y con una veintena de tripulantes. Y a mí , cuando me tocó el turno de cocina , se me ocurrió hacer un marmitako. Me empeñé en ello. Me hice con un atún pequeño que limpié yo mismo (¡Buff!) y tenía ya todo a punto para comenzar cuando la goleta comenzó a escorarse por babor y a dar los consiguientes saltos. El Mar del Norte es un mar tranquilo hasta que ,como todos, deja de estar tranquilo. Amarré las dos cazuelas que tenía sobre el fogón con los ganchos preparados  al efecto, pero la escora fue a más y tuve que recurrir a cabos sueltos y a  algunas gomas que encontré por allí. Cuando la escora llegó a su límite, bajó un colega a trompicones para decirme que dejara de cocinar, pero yo me negué: he aguantado siempre bien los oleajes y los vientos; podría decir que hasta me gustan y no he sentido nunca el menor temor.Así que, en medio de un intensidad insólita, continué con mi marmitako y , luego, cuando la goleta se rectificó, lo repartí muy orgulloso entre mis compañeros. Nos hicimos varias fotos para dejar constancia de aquella pequeña aventura y en una de ellas aparezco con el brazo por encima de D. , una francesa de ojos almendrados  con la que compartí largas conversaciones en el bauprés…

Los graznidos han sonado de nuevo, esta vez muy cerca. He desviado lentamente la mirada hacia la izquierda y me he encontrado a la Gaviota del Ensanche observándome muy quieta desde el noray de al lado. ¿Habré estado hablando en voz alta?

 

He recibido un email ( nietzscheano)

 

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Esta mañana he recibido un email de una lectora asidua que tiene todas las posibilidades de convertirse en una de aquellas “cousines  d´alliance” a la manera de Montaigne. El mensaje transcribe un largo párrafo del Humano, demasiado humano de  Nietzsche. La cosa tiene su mérito, pues por  emails anteriores me consta que esta lectora es una feminista ilustrada , aunque quizá por eso mismo a lo mejor habrá  comprendido que tras la misoginia atribuida al filósofo alemán se ocultaba el deseo de conocer un tipo de mujeres que todavía no existía ( bueno, parece ser que sí encontró una, Lou Andreas-Salomé, pero no se quiso casar con él  y prefirió a Paul Ree). La cita es larga, como he dicho, pero merece la pena y por eso la transcribo entera.

Dice así: “En definitiva, uno viviría  entre los hombres y consigo como en la naturaleza, sin elogios, reproches, acaloramiento, disfrutando como de un espectáculo de muchas cosas hacia las cuales hasta entonces sólo tenía que temerse. Se habría uno desembarazado  del énfasis y ya no sentiría el aguijón del pensamiento de que no es sólo naturaleza o más que naturaleza. Por supuesto, esto requeriría, como queda dicho, un buen temperamento, un alma afianzada, indulgente y en el fondo contenta, un humor que no precisara estar en guardia contra las perfidias y los súbitos arrebatos, y que en sus manifestaciones no tuviera nada de tono gruñón ni de encarnizamiento, esas molestas propiedades consabidas de perros y hombres viejos desde ha mucho condenados”.

El párrafo se las trae y, desde luego da mucho para reflexionar , sobre todo en estos tiempos de embolia democrática. Pero también evoca esa utopía del hombre natural como opuesto al civilizado, tan típica y tópica  de nuestra cultura occidental; ese ser elogiado por Rousseau y todos los rouseaunianos posteriores ( incluido Claude Levi-Strauss) que de facto conocieron versiones buenistas de «los salvajes». Robert Louis Stevenson en su libro sobre los mares del sur cuenta, como contraste, que el hombre natural empírico que conoció se solía comer naturalmente a sus semejantes ( a los que denominaba » cerdos largos»). Pero, en fin, ese ya es otro cantar.

N.B. Tras leer el mensaje he ido a comprar el pan y un petimetre del siglo XXI que pasaba a mi lado con  uno de esos microperros tan de moda, ha hecho volar la colilla encendida de su cigarrillo por delante de mis gafas. Lo cual que no lo he podido contemplar como mero espectáculo y me han entrado ganas de volverme  un indígena de las Islas Marquesas del siglo XIX.

Platón en 90 minutos

 

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Me quedo contemplando el escaparate de un librería de cierto prestigio- vamos una que no es una mera librería-almacén y en la que hay todavía libreros/as y no sólo vendedores/as- y veo, a mi izquierda, una colección de libritos blancos, el primero de los cuales se titula Platón en 90 minutos. Se me hincha la vena (física y metafísica) recordando que yo le dediqué a Platón más de dos años de  lectura reposada – tantos como por cierto dediqué al Antiguo Testamento y sobre todo al Éxodo que tantas pistas da para luego hacer cuentas civiles por aquí- y entro en la susodicha librería con ánimo dominicano ( de los dominicos de antaño).

Abro el susodicho libro y me encuentro con la siguiente frasecita «La primera ambición de Platón fue la de consagrarse como luchador, pero no pudo llegar a los Juegos Olímpicos. Probó entonces suerte como poeta trágico, pero no ganó ninguno de los grandes certámenes. Como último recurso, fue a visitar a Sócrates.» O sea que Aristocles ( llamado Platón por la envergadura de sus omoplatos) se hizo filósofo como último recurso…Aunque la expresión me recuerda a la que ahora utilizan las empresas eléctricas – que siempre han sido las que han mandado de facto en  España ( sea España lo que sea) pienso,  que bueno, no está tan mal. Pero a continuación viene un prontuario como para contestar  en plan test de permiso de conducir sobre cuestiones tales como la anamnesis, la caverna ( de Platón of course) o el rey-filósofo, ofreciéndose al final el resumen del resumen.  Supongo que el librito está pensado para  hacer negocio con esas curiosas pruebas de selectividad que permiten  llegar a decir a alguno  que «Franco era un rey» (sic, si cita requerida enviarme un email) o para alguna de las Comunidades Autónomas en las que todavía la Filosofía es una asignatura.

Parece que el pragmatismo de la cuenta de la vieja se vuelve a imponer sobre la planificación de la cuenta de resultados, y que, una vez más, tendrán que pasar unos ( muchos ) años  para que nos demos cuenta de que  habría sido  bueno haber aprendido a pensar- y cuanto mejor comenzando  por los que pensaron como «último recurso».

Dejo el libro en el estante de donde lo he cogido y la librera me echa una mirada culposa: también ellos tienen derecho a vivir.

«Lo que no me quisiste contar»

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Cristina es alta y espigada y  su rostro se puede resumir en una amplia sonrisa.Sin embargo ha publicado un libro- Lo que no me quisiste contar– que trata de un tema tan duro y crudo como es el robo de niños durante el franquismo.
A caballo entre la ficción y la documentación, la obra recorre, a partir de un encuentro casual, toda la deriva de una madre  a la que, como a tantas, una vez pasado el parto , le comunicaron que su hija había muerto cuando lo cierto era que ya estaba en manos de otra familia, previo pago de  «una donación» .
De que un robo es un robo y de que un robo de niños es un robo de niños no puede quedar la menor duda como tampoco de que una vez más, en estos caso, las mujeres quedaban reducidas a poco menos de la nada al no otorgarles ni siquiera la categoría de madres efectivas ( Emakume: emon ume). Pero sobre la interpretación de los hechos siempre quedará la sombra de la duda acerca de porqué aquellos médicos, enfermeras y monjas , más allá de los intereses económicos, entendieron que hacían algo correcto apartando a aquellos hijos de sus madres.
Se reían los soldados republicanos de los detentebalas colorados que llevaban cosidos en sus camisas los carlistas en la última guerra civil, pues eran fácil blanco sobre blanco, pero más allá de matarlos certeramente, no podían comprender que  sus enemigos, conjurados por Dios, la Patria y el Rey, si se lanzaban tan impunemente al combate era porque creían firmemente que defendían una causa divina y que, por supuesto, sus corazones de fieltro  rojo  (¡Detente bala , el corazón de Jesús está conmigo!) harían rebotar los proyectiles republicanos…Y que si tal no ocurría era por la voluntad soberana de aquel dios que vindicaban.
Llegar  a comprender  cómo fueron posibles algunas conductas, más allá de condenarlas moral y legalmente, es siempre una cuestión pendiente, en este tema y en tantos otros, y no supone excusarlas sino prevenirlas.
Así que de todo  esto hemos estado hablando  Cristina y yo mientras nos tomábamos  un café matutino en la Plaza del Ensanche.

 

Elogio del «momentico»

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Resulta difícil aceptar que ya no se volverá a algunos lugares que resultaron particularmente atractivos, incluso particularmente significativos, a no ser que, por fin, se haya encontrado, como le ocurrrió a Robert Louis Stevenson, una tierra, en este caso unas islas, que ya no se pueda abandonar después de haberla conocido. Claro que Stevenson era un rentista con complejo de culpa y tuberculoso – y muy listo y magnífico escritor, of course.

Pero ya que mayormente no podemos retornar en el espacio, parece que sí lo podemos hacer en el tiempo – que todo lo subsume según el amigo Kant. No por supuesto en el tiempo cronológico que se zampa todo, si no en la duración, esa forma del tiempo que se deslocaliza y se presenta como momentos – «momenticos» en mejor léxico de un amigo pamplonica.

Momentos, sí, que permanecen en la memoria y  cuya rememoración parece integrarnos o acaso disolvernos en la corriente de eso que llamamos la vida.

De las últimas semanas guardo muchos de esos momentos: un atardecer entre algarrobos volviendo hacia Módica; la luna llena sobre el barrio de Chiafura de Scicli; el baño en las limpias aguas de Vendicarí; el sabor del primer expresso en el Café Sicilia de Noto…Pero si tuviera que quedarme con uno solo, reinvindicaría el sabor largo y profundo de la limonata artisanale que tomamos en una tasca junto a  los hipogeos de Cova d´Ispica.

Y para tí, querido lector, querida lectora, mon semblable, mon frére ( y ma soeur), ¿ cuáles han sido tus últimos «momenticos»?

Las palabras y las cositas

 

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Hoy he dado un largo paseo, de nuevo con Mikel: parece que lo de  pasear y trastear en FACEBOOK  (y viajar de vez en cuando y no precisamente a Benidorm) es la alternativa ilustrada al «ir a ver obras» de la generación jubilar anterior.

Hoy Mikel estaba particularmente trascendente y apodíctico , y , mientras sorteábamos bicicletas  por  Zorrozaurre, ha sacado un papelito y me ha leído una frase que llevaba escrita y que decía así :“La única sustitución que se produce tras la muerte del Hombre conduce al establecimiento del Sistema. Se sustituye un equívoco absoluto por una evidencia unívoca. Se desiste de empuñar una abstracta antorcha lingüística ( El Hombre) y se acepta sobre la espalda el peso de una evidencia con la que hay que pactar ( El Sistema)”. Como todavía no me había tomado el segundo café matutino me he quedado mudo. » Es del   Manifiesto subnormal,  de Vázquez Montalbán,  o sea  ¡ de 1970!» ha dicho cabeceando.

Le había dado y de hecho ha continuado a buen ritmo: «¡Qué gran verdad! Y qué estupidez retrógrada la de quienes parafraseamos “la muerte del hombre” poniéndonos al pie de los caballos del Sistema. Acaso no fuimos sino los  mamporreros de la nueva forma de poder que se iba asentando. La pregunta , una vez más , debería haber sido “Qui prodest?”, pero obnubilados por el estructuralismo y   la posmodernidad, nos sumamos a un carro que , sin saberlo, corría en la dirección contraria a la que, supuestamente, queríamos ir»

«Y, tú, querido compañero»- ha soltado deteniéndose y apuntándome con el dedo- » antiguo y solícito camarada ¿ no estarás ahora mismo haciendo algo parecido con todo ese lío que te traes con el “zoon elektronikón”? , ¿ con esa crítica del mundo  virtual, que a lo peor no hace sino señalar los caminos de su perfección? Sin duda, el saber  fortalece el poder, porque al cabo el primero es abducido por el segundo para su mayor efectividad.»

He asentido y he quedado en que me lo pensaría- y claro que me lo voy a pensar.

N.B. A la vuelta de Zorrozaurre , la Gaviota del Ensanche me ha dejado su marca en la camisa en una acción quizá premonitoria…

FAKE!

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Hoy,  mi vuelta cotidiana ha transcurrido por el Paseo de Abandoibarra. Al llegar a la altura del museo Guggenheim  casi nunca paso por debajo de la llamada  «araña» de Louise Bourgeois, porque  por lo general está ocupada por gentes diversas, haciéndose fotos de familia, comprobando con pequeños golpes  la solidez de las patas  o exclamando «¡Oh! y/o ¡Ah! ante el tamaño de los huevos  que en una bolsa ad hoc penden de  la susodicha.

Siempre me ha extrañado el carácter festivo que rodea  a esta escultura que en realidad tiene por nombre «Maman» ( «Mamá») y que según el catálogo  fue construida  «en homenaje a su madre, capaz de tejer la tela de los afectos y también quedar atrapada en ellos» en un contexto de «reflexión plástica sobre temas profundos y dolorosos de la naturaleza humana», que era el contexto habitual de Bourgeois según se puede percibir claramente en la exposición ahora vigente en el interior del museo.

La distancia entre la recepción festiva y la intención dramática solo puede  comprenderse en un medio en el que el arte se ha convertido en un  mero espectáculo de masas – casi televisivo por su buenismo-  y en el que se ha obviado la Historia del Arte. Otro ejemplo al respecto es la percepción que se puede observar en la mayoría del público que  acude a la exposición sobre  el Hiperrealismo  sita en el Museo de Bellas Artes: sin Historia del Arte el Hiperrealismo se convierte en un Realismo Tonto que también provoca  sus correspondientes ¡Oh! y/o ¡Ah! ante la verosimilitud del vello púbico de algunas de las esculturas ( ¡ y mira que hay que mirar!).

Si viviéramos en  tiempos en los que la crítica del arte ( y de la literatura) no respondiera a encajes endogámicos, alguien podría alzar su voz y gritar con todas sus fuerzas FAKE!  , ¡FALSO!, pero no dirigido a la amargada ( y con razón) Louise Bourgeois sino a quienes se toman a chirigota todo lo que le ha costado ordenar su dolor ( 22 toneladas de  bronce, acero inoxidable y mármol) .

«Smoke on the water»

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La insistencia de Mikel en quedar en el Iruña siempre ha tenido su sentido. Aquí nos conocimos en los años setenta y  él continúa viviendo en aquellos años por mucho que  se acabe de jubilar. Regresar a  estas mesas – como a las de La Concordia , si fuera posible- es regresar una y otra vez a una situación originaria y por ello hipersignificativa. Sin duda aquellos años fueron muy importantes porque fueron los años del descubrimiento de la política, de la sexualidad, del sentimiento generacional, de la música…pero ¿tan importantes? Luego ha transcurrido mucho tiempo , casi cuatro décadas. Pero Mikel continúa escuchando música de aquellos años, le siguen gustando los films de la época y todavía le parece sentir la fuerza  que acompañaba  a aquellos conciertos multitudinarios o a aquellas manifestaciones radicales.

Puede ser que todo obedezca a una nostalgia de la juventud,  con todo lo que ello conlleva: cierto adamismo, primeras sensaciones, descubrimientos iniciales e iniciáticos…Pero, ¿por qué esta vuelta de la mirada casi sistemática y obsesiva hacia aquellos años?

No sé, quizá le pesen los muertos, nuestros  muertos. El Oso, el Grampo, La Rubia, Cuchillito, etc. Y cierto deseo de “decir” de ellos como comenta Roland Barthes. Pero los muertos suelen pesar como culpa, están vivos como culpa. Entonces ,¿ es culpa lo que mueve  esta insistencia? Pero, ¿qué culpa? ¿La de haberles “traicionado”? ¿La de haber comprendido que aquello que defendíamos era algo imposible estratégicamente y que obedecía más a un instinto táctico cruelmente  dirigido por fuerzas ajenas a nosotros mismos?

Por ejemplo, saber que que los servicios secretos potenciaron  a la ultra-izquierda para combatir la infuencia del Partido Comunista. O que los conciertos multitudinarios  terminaron por ser un gran negocio. O que los hippies adelantaron las pautas narcisistas de la sociedad de consumo.

La bala que mató a Germán Rodríguez en julio de 1978, y que  tanto le ha obsesionado a Mikel como imagen de un enfrentamiento final, no sería,  a estas alturas sino la bala de plata del  ajuste que el poder decidió establecer en plena transición entre la izquierda política y los movimientos sociales. Algo así como: “Este es el límite de lo que podéis hacer. Más allá os encontaréis con la violencia legítima del Estado”.

O sea, que de alguna manera esa culpa es una culpa por no haber muerto en “los buenos momentos”, cuando la utopía , convenientemente adobada por nuestro judeocristianismo basal, todavía continuaba vigente, y así, por ejemplo, no haber tenido que ver tantas “ reconvensiones”. Reconvensiones de estudiantes troskistas, de mecánicos maoístas, de profesionales estalinistas en empresarios (muy) adinerados. Culpa por haber asumido que “ para que nada cambie todo tiene que cambiar” , aprovechando los márgenes estrechos de la movilidad social de la Transición.

Algo que ya estaba explícito el El Gatopardo, pero también  en La educación sentimental…y que probablemente ya está esta por aquí  , en alguna novela perdida aunque famosa.

Pero Mikel insiste: » Nadie podrá impedirme que escuche todas las veces que quiera «Smoke on the water» ( de Deep Purple, añado yo para los menores de sesenta)

El gozo de la sombra

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Llevo siguiéndole un par de calles. Es un hombretón calvo y fuerte que camina ágilmente leyendo un libro mientras sortea con habilidad peatones y coches ( y bicicletas).Le sigo porque cada vez  es menos habitual ver a alguien leyendo un libro en papel ( ¡qué cosas hay que llegar a decir!) y todavía menos con tanto interés.

Por fin se ha detenido – no sé cómo- en un semáforo, y he podido ver el título del libro que tanto mantiene su atención: La saga-fuga de J.B., de Gonzalo Torrente Ballester. Y no me he extrañado, pues abrir una obra así es entrar en un mundo del que es difícil salir.

En efecto, Gonzalo Torrente Ballester, compartiendo historia con muchos y muchas de su generación, se apartó de su primigenio filo-franquismo, y poco a poco, entre excelentes crónicas periodísticas y varias derivas narrativas de cierto éxito – como Los gozos y las sombras, en su momento  serie de TVE- fue preparando esta monumental obra, Premio de la Crítica en 1972,  que permanece oculta entre la marea continua de novedades.

El lector peripatético ha continuado su camino pero yo ya no le he seguido, una vez satisfecha mi curiosidad. Aún así    queda para el misterio cómo alguien, tantos años después de su publicación, ha podido dar con este libro que es uno en los que más claramente se manifiesta esa posibilidad que da la literatura de  crear un mundo totalmente significativo desde sí mismo. Alguien que ya está   conociendo el gozo de entrar en un sombra todopoderosa, la sombra del lenguaje que aclara porque  ordena  y a la que renuncian muchos seres humanos en  favor de un realismo visual   tan tramposo como ingenuo.