
El confinamiento tuvo como efecto colateral insospechado el renacimiento de la vida de barrio.
Al principio hubo un reconocimiento sumario de rostros de ventana a ventana, sobre todo durante la cita diaria de las ocho de la tarde para aplaudir el esfuerzo de sanitarios y sanitarias.
También durante las breves salidas cotidianas para hacer las compras de primera necesidad, comenzaron los saludos de muchos reconocidos que pasaron a ser conocidos debido a los inevitables encuentros en unos itinerarios muy reducidos.
La desescalada llenó de pronto los bares y las terrazas invadieron el espacio público sin duda para permitir la reactivación económica de este sector tan golpeado por la crisis económica que se ha sumado a la sanitaria, y , a pesar de muchos peros, las gentes del barrio se fueron reencontrando y los saludos se convirtieron en algún caso en breves charlas. En algunas de ellas nos enteramos de las pequeñas solidaridades que habían ido surgiendo a lo largo de los días de encierro; cuidado de niños ajenos, repartos de comida, compras para quienes no podían salir de casa…
De todo lo dicho se podría sacar la conclusión de que durante algunos días, y con altibajos, se fue creando un sentimiento colectivo un tanto novedoso que no respondía a fines u objetivos de altos vuelos, sino a la mera supervivencia de un grupo en un tiempo y un espacio muy concretos.
Algo, en fin, que evocaba a la «comunidad» primigenia de la cual hablaba Ferdinand Tönnies en su célebre obra Comunidad y Asociación , una evocación hacia la utopía en medio de la distopía que estábamos viviendo ( y que continuamos viviendo)…Y que sería muy positivo que no se perdiera…








