En estos días de confinamiento me han venido a la cabeza más de una vez algunas imágenes de mis visitas a las barriadas más pobres del South Chicago.
Durante mis estancias académicas en aquella ciudad del midwest hice varias incursiones, siempre «escoltado» por un cura católico que parecía ser uno de los pocos nexos que existían entre aquel submundo marginal ,mayormente poblado por una incontable negritud, y el brillante y espectacular mundo blanco del downtown. Eran incursiones breves y pautadas, siempre seguidas muy de cerca por muchos ojos tan sorprendidos como atónitos, y más por el aspecto que teníamos el cura y yo, el tan rubio a pesar de su sotana negra y yo más pelirrojo que un wasp de libro.
Las calles estaban repletas de coches abandonados , había fogatas aquí y allá, a lo lejos sonaba algún radio-cassette y cuando entrábamos en alguna casa para dejar algo de ropa o de medicinas, nadie decía nada, pero siempre nos invitaban a un café de puchero que a mí me calmaba mucho, muchísimo.
Allí nadie sabía a ciencia cierta cuándo había nacido, y como mucho era conocida la mujer que lo había parido; el agua y la luz se pirateaban muy organizadamente sin problemas ni reclamaciones; la policía no entraba jamás, salvo como consecuencia de una persecución y aun así, al llegar a los alfoces del mundo «civilizado», se lo pensaban; y, por supuesto, nadie sabía de republicanos o democrátas y no votaban porque , además, no existían en los censos electorales…
Y con estos recuerdos, me ha llegado también como una punzada, la pregunta de qué estará ocurriendo ahora en aquellas calles , dentro de aquellas casas, ahora que el COVID- 19 se está extendiendo en aquellos lares a una velocidad mucho mayor de lo que se esperaba y en donde ni siquiera los WASP ( White-AngloSaxon- Protestant) tienen una sanidad pública que les ampare…
«No puede haber unos Presupuestos de emergencia sin un plan de reformas para un Estado fuerte y eficaz: es decir , menos sometido a los condicionantes nacionalistas y menos lastrado por los lujos de la ideología».
Aunque suelo leer todo lo que puedo sobre cuestiones políticas, no me gusta opinar sobre ellas más allá del círculo de mis amistades más íntimas porque sé, por formación y por experiencia, que sin solución de continuidad se conforman como las disputas religiosas del pasado.
Aun así, el párrafo anterior, extraído de un artículo publicado por la portavoz del PP, Cayetana Álvarez de Toledo, hace un par de días, me ha dado que pensar y no tanto por sus, repito, connotaciones políticas como por sus últimas palabras
Pues esta última frase- la de «los lujos de la ideología»- me ha recordado inmediatamente a la famosa teoría que defendió en su momento el miembro del Opus Dei y adalid de la tecnocracia Gonzalo Fernández de la Mora en su libro El crepúsculo de las ideologías ( 1965), tomada probablemente de los escritos del pensador conservador Daniel Bell, sobre todo en su obra El fin de la ideología (1960), teoría que defendía la inutilidad de las ideologías ante el triunfo universal del capitalismo y de la economía de mercado.
Sin embargo, esta renuncia explícita a lo ideológico, es decir al punto de vista más o menos justificado sobre la realidad, no puede ocultar , al menos, en este caso su afirmación implícita sobre la única ideología posible – lo que después se ha denominado «pensamiento único» o «políticamente correcto»- que en este caso se reclama de «un Estado fuerte y eficaz» como si esta institución suprema no se la supusiera «nacional».
Y al respecto, lo que se dice sin querer decirlo explícitamente aparece mucho más claramente expresado en otro párrafo del mismo artículo, que reza: «No puede haber una reagrupación nacional sin las renuncias explícitas de los los separatistas a la independencia y de los comunistas a la República».
Con lo cual, desvélase una tosca artimaña, pues la reagrupación nacional es vicaria del reforzamiento estatal, y de paso, como si fuera un aviso para el día de hoy, la República, como modelo y proyecto de Estado, queda del lado…¡de los comunistas!
Vamos, que parece que o detrás de quien ha dado a la luz este artículo no hay muchas ideas nuevas, o que tiene títulos (¿universitarios?) más falsos que un amadeo…
Cuando tenía 15 años escribí un relato- entonces se llamaba cuento- titulado «El paseante».Lo hice a instancias de mi tío, el escritor y periodista catalán Julio Manegat, que pretendía sacar de mí un novelista como aquel escultor del chiste que intentaba dar a la luz un San José de un bloque de piedra.
«El paseante» trataba de un individuo que se resistía a aceptar la orden gubernativa que prohibía salir de casa para pasear y que era detenido y encarcelado.
Para rato iba yo a pensar que aquello ,que ahora se llama distopía, se iba a hacer realidad convirtiéndonos en participantes de un a modo de hikikomori ,el fenómeno de esos jóvenes japoneses que se encierran en sus casas alternando la cama con la pantalla de sus ordenadores cuando no , hartos ya definitivamente, se convocan a suicidios colectivos.
Con el tiempo me he dado cuenta de que pesar de lo mucho que me gustan los paseos físicos y más entre altos edificios y gaviotas, puedo también disfrutar y mucho de algunos paseos metafísicos moviéndome en un libro o en una melodía cuando no en la memoria y en la imaginación – esa prima buena de la nefasta fantasía – y que para ello tan solo necesito dejarme llevar haciendo un alto en el camino.
Quizá por todo lo anterior decidí en su momento titular este blog así: «El paseante», sin que me diera muy bien cuenta, como en tantas ocasiones de la vida ,de lo que estaba haciendo…
Salvo para los cinéfilos estrictos, estas son las horas de las series y a poder ser en formato de lo que se ha venido en llamar «marathon».
El que suscribe , previo acuerdo doméstico, está repasando- «revisionando» que diría un experto- toda la colección realmente existente de DVD’s de Billy Wilder y espera su turno a la cola la análoga de Ernst Lubitsch, pero Netflix me recuerda diariamente que termine de ver esta o aquella serie que dimos en comandita por imposible.
La imposibilidad se debió en su momento y mayormente a la prolongación insufrible de las , digamos, tramas, en larguísimas historias salpimentadas de gazapos tan gordos como manifiestos que habrían sacado los colores a Sid Field, el autor del célebre El libro del guion. Fundamentos de las escritura de guiones, y habrían dado ocasión al estallido de su cólera vesánica , pues siempre se enorgulleció de haberse quedado tan sólo con 40 de los 2000 originales que pasaron por sus manos.
Pero probablemente Field, un cinéfilo cinemaníaco, no se percató de que vendrían tiempos en los que la condición de entretenimiento dirigiría todas las demás y que ya su prueba del algodón, que decía que a los diez minutos – equivalentes a diez páginas de un guion- cualquiera podía saber y sentir si lo que venía a continuación resultaba interesante o no, se convertiría en una utopía.
Pues en esa tesitura del entretenimiento, en este tener entre, en esa acaso tosca variedad de entre-meses de torturas inimaginables, violaciones múltiples, descuartizamientos minuciosos , y otras florituras, todo vale para pasar el rato.
Quieran los dioses, como se decía antes, quiera Dios, como se decía después, quiera el Estado hegeliano o la Historia marxista o mismamente el Karma, que cuando acabe este confinamiento cuarenténico no se añoren estas sesiones fantásticas por fantasiosas que tan escasamente están ilustrando la imaginación…Pues vamos a tener que tirar y mucho de la imaginación en el desescalamiento ( «palabro» para la colección del amigo Iñaki Murua) que todavía no está pero que se le espera…
Yo también, y hasta hace poco, estaba muy pendiente de los datos que diariamente se hacían públicos sobre la evolución de la pandemia del COVID-19. Y lo hacía a pesar de mis reticencias acerca de la significación de lo cuantitativo a la hora de evaluar lo social, pues suponía que podía tomarse como un indicador al menos estadístico.
Pero a raíz de las noticias -confirmadas- de las formas y maneras en que se obtienen y ordenan tales datos, mis reticencias se han convertido en desconfianzas, pues no está claro que se distinga claramente entre los muertos por la infección y los demas fallecimientos, ni tampoco que el número de infectados que se ofrece tenga que ver con el total efectivo ya que no ha sido, no es y no se sabe si será posible contabilizar los infectados asintomáticos infectantes.
Sobre la primera cuestión, además, falta la referencia fundamental de cuántos fallecimientos eran habituales cada día y por qué causas. Y el segundo aspecto , a pesar de la planificación que al parecer está prevista para su detección, se abre todavía como un enorme vacío numérico que evoca a un agujero negro.
De manera que, reflexionando sobre la pragmática de esta exhibición sistemática y diaria de datos, y sin descartar una solapada intención sado-masoquista con sus correspondientes corchetes militaristas, comienzo a sospechar que tras este despliegue cuantitativo que no se corresponde mucho a casi nada, se manifiesta la antigua obsesión de la cuadratura del círculo: un deseo de mostrar un control cuadriculado sobre un círculo en expansión.
Y avanzando un poco más en la caracterización de esta apuesta, en la que están incurriendo todos los niveles del poder, quizá se puede llegar a apreciar, en su misma crisis numeromaníaca, un aviso a timoneles, en el sentido de que las cuentas del futuro deberán tender más a matizar lo cualitativo y no remitirse a las meras fórmulas de la ganancia del capital que convierten a los seres humanos en individuos contables, en datos para una una numerología que se pretende críptica y de altos vueltos , pero que en la mayoría de los casos no se distingue, a la hora de la verdad, de la anticuada cuenta de la vieja…
Nunca he sido partidario de las planificaciones estratégicas, pues las he visto siempre de escasa eficacia salvo para llenar los bolsillos de los gurús del momento. Lo digo con conocimiento de causa, pues en mis años de gestión universitaria he participado en varios intentos, todos fracasados y mayormente olvidados tras una breve catarsis colectiva inicial.
Por el contrario, siempre he sido partidario de tener en cuenta los desarrollos orgánicos – de las personas y las instituciones- , algo a lo que – lo sé- no es ajeno el background taoísta que me queda como post- maoísta enderezado (1).
Tener en cuenta los desarrollos orgánicos significa mantener una atención rigurosa a lo que está ocurriendo, combinando una mirada fenomenológica – con la previa epojé , dejando en suspenso creencias, prejuicios o ideas preconcebidas – con cierta distancia zen para evitar la excesiva implicación.
Y esta actitud puede mostrarse enormemente creativa en tiempos de crisis, que para la cultura occidental, tan anclada en la tragedia heróica, suelen ser horas de «no enmedalla»,pero que para el mundo oriental, más próximo al curso fluido de la naturaleza, resultan ocasiones para el cambio.
Digo todo esto porque la crisis sanitaria generada por el COVID-19, que ha desencadenado una multiplicación económica, social,política y hasta cultural, puede ser una buena oportunidad para observar el comienzo de unos cambios que, de hecho,ya se están produciendo.
Así, mientras tirios y troyanos no cesan de reclamar la vuelta a la normalidad productiva anterior, algunas empresas dedicadas antes a la locomoción o a los electrodomésticos han emprendido un nuevo rumbo fabricando mascarillas ,equipos de protección individual o respiradores. Asimismo, el sector primario, casi siempre considerado como un resto de formas de vida periclitadas, ha remontado abasteciendo desde el kilometro cero, a través de una red comercial de proximidad que también va tomando un protagonismo esencial. Tampoco hay que olvidar el hecho de que muchos hoteles se estén reconvirtiendo en centros de atención sanitaria, como si se estuviera desplegando una pancarta con el lema : ¡Más hospitales, menos hoteles!…Y poco hay que decir sobre la industria del entretenimiento , porque a la vista está que ha entrado en una nueva fase de producción y distribución masiva, independientemente de su nivel de calidad.
Entre tanto, el sentimiento comunitario se ha extendido hasta unos límites hasta hace poco tiempo impensables, articulándose en ritos de mantenimiento como la salva de aplausos a las ocho de la tarde que están permitiendo conocer y reconocerse en los barrios; o esas disciplinadas colas que , salvo, excepciones, muestran un respeto hacia los demás también muy novedoso así como una regulación ordenada del consumo. En este sentido parece que están conjugándose nuevas formas de organización social que apuntan hacia una redefinición de lo político.
Por fin, el desarrollo estrella del siglo XXI, la digitalización de las comunicaciones por medio de las redes electrónicas y de los diferentes softwares, está sufriendo una prueba de fuego, en la que , por un lado, se están evaluando todas sus virtualidades, sobresaliendo las educativas, pero también sus limitaciones, y no tanto técnicas o tecnológicas , sino de su mero uso , hasta tal punto que el abuso está siendo corregido por la desafección de mucho usuarios saturados de tanta «información», o incluso por las limitaciones de algunas plataformas que, como por ejemplo,Whatsapp, no quieren colaborar en la difusión de fake-news o de bulos infundados.
Todos estos fenómenos , y otros más que se podrían citar,están dado muchas pistas sobre lo que nos espera en un futuro mediato y se corresponden a lo que anteriormente apuntaba en la linea del desarrollo orgánico, un desarrollo que no se va a ajustar a planificaciones previas diseñadas desde el pasado inmediato, y ante el que convendría, insisto, prestar mucha atención…
Recién me ha dicho una crítica y críptica lectora que estas columnillas dedicadas a la cosa de la pandemia del COVID-19, han ido adquiriendo un tono aseverativo- apocalíptico-profético, y que cualquier mañana terminaré por dar cuenta de los rumores que ya hablan de un gobierno de concentración nacional ( español, of course) y de unos nuevos Pactos de la Moncloa, iniciándose ansí la tan reclamada Segunda Transición.
De manera que , de modo excepcional y a modo de prueba, voy hay hacerme eco de algunas noticias noticiosas que pueden ser- y así lo advierto – fake-news de las gordas, pero que me parecen ilustrativas del «tempo storico» que nos ha tocado vivir.
Se refieren las tales a modos en los que algunas autoridades han decidido vigilar y/o castigar a quienes incumplen las órdenes de confinamiento que han sido dadas y que con cierta fecuencia se saltan algunos y algunas, cada uno y cada una según su naturaleza, pero que en estos lares tienen como factor común denominador esa picaresca tan carpetovetónica que ha llevado, por ejemplo, a un tal a sacar de paseo a una su gallina.
Así, y de menos a más, en el Nepal, la policía se ha dotado de un sistema para detener y trasladar a los detenidos por el mentado incumplimiento, consistente en una larga barra con un gancho extensible para mantener controlado al infractor ( o infractora , of course) a distancia y sin que haya contacto físico ( vid. supra): el artilugio ,que anteriormente se utilizaba para sacar cadáveres de las aguas , y que recuerda a las lazadas para capturar perros abandonados y/o agresivos, está teniendo, según algunas fuentes, un gran éxito, aunque en aquel lejano país tan sólo se han registrado por ahora cinco casos de coronavirus.
Y siguiendo esta línea ascendente, al parecer, el gobierno de Panamá ha establecido un reparto de días en los que los ciudadanos saldrán a la calle según su sexo.No se sabe, pues nadie ha ampliado la información, qué días podrán salir a la calle los diferentes colectivos que se agrupan en el movimento LGTBIQ+, lo que puede ser motivo de mucha querella y altercado.
Finalmente, el presidente Filipinas, Rodrigo Duterte , ha ordenado a la policía y al ejército que disparen a matar contra aquellas personas que incumplan el confinamiento decretado contra la pandemia del coronavirus: «A cambio de causar problemas, te enviaré a la tumba» afirmó Duerte señalando con un dedo a cualesquiera de quienes escuchaban su alocución. En este caso el problema es de tipo estadístico, pues no se ha dilucidado si las muertes causadas por las FOP deberán o no sumarse al cómputo de fallecidos a causa del virus en cuestión.
Espero, en fin, que estas líneas de hoy alivien a mi sagaz seguidora el peso de la coyuntura histórica y la despisten un poco de la SPA ( Situación Política Actual, que le decían) en entreteniéndola mientras las lea. Y si no es así, que me lo diga a la cara y en público…Y lo intentaré de nuevo.
Las reacciones ante las restricciones productivas añadidas al Estado de Alarma han sido tan previsibles como previsoras.
Las ha habido propiamente políticas, en la medida en que no han respetado el orden administrativo y acaso constitucional deseable , presentándose como imposiciones sin que fuera estrictamente necesario y, por ello, añadiendo una plusvalía de poder difícil de aceptar.
En el orden estrictamente económico, los sindicatos y la patronal también han reaccionado según pautas protocolarias, defendiendo cada parte bien la salud laboral, bien la productividad. En este punto, además, han coincidido la clase empresarial – «un suicidio que tendrá un coste trágico»- y el poder autonómico vasco.
En cualquier caso, parece como si desde la perspectiva empresarial se estuviera reaccionando como si no estuviera ocurriendo nada – «nuestras empresas paran, pero la competencia continúa produciendo»- y como si todo fuera a ser igual una vez pasada la pandemia.
Pero más allá de la evidencia de lo primero, todo apunta a que lo segundo no va a ser así y que a la crisis económica que ya se está generando, tendrá que sumarse un replanteamiento general del capitalismo – que , por cierto, sobrevive, no lo olvidemos, a base de crisis cíclicas por los más diversos motivos.
Y prepararse para ese replanteamiente general, sin que por ahora al menos haya otro sistema económico en perspectiva, significará adaptarse a unas nuevas condiciones en las que previsiblemente no se podrá mantener la globalización ni la deslocalización tal como la hemos conocido y en las que el kilómetro cero sustituirá probablemente al «made in China».
En este sentido, pretender que no esta ocurriendo nada y que todo va a continuar como antes, manifiesta una ceguera que en algunos lugares es tan tradicional como histórica: Manuel Tuñón de Lara (1) ya destacó que la oligarquía vasca tardó casi veinticinco años en aceptar que el mineral de hierro que se exportaba podía transformase in situ, y no conviene olvidar que las reconversiones industriales que, por ejemplo, en el País Vasco Norte se llevaron a cabo en los años treinta del siglo pasado ,tomaron cuerpo en el sur en los años ochenta, tras enormes inyecciones de recapitalización del INI franquista.
Prevenir el cambio, esbozar sus contornos, atisbar sus derivas es una labor imprescindible, pues, de nuevo, muchas empresas deberán reconvertirse -algunas ya lo están haciendo en la práctica contribuyendo a la producción de bienes sanitarios como la Volkswagen de Navarra- ,se necesitarán nuevos convenios laborales, y todo lo anterior deberá quizá ser encuadrado en una Nueva Política Económica( 2)…On verrá!
(1) Tuñón de Lara, M. 1971. Estudios sobre el siglo XIX español. Madrid: Ed. Siglo XXI.
«…el Ejército en la calle, llamamientos a la unidad nacional, limitación del poder autonómico,comunitarismo represivo y ruedas de prensa en prime time a cargo de un general cuyos comunicados parecen un diálogo desechado de La escopeta nacional…» Así terminaba un largo artículo titulado «La tormenta perfecta del autoritarismo», recientemente publicado por el profesor de Sociología César Rendueles.
El párrafo reúne en una sucesión sintética casi todos los aspectos más problemáticos de todo lo que está rodeando a esta crisis sanitaria, bordada por el confinamiento y con la puntilla de un declive económico inminente.
Ni qué decir tiene que de lo que habla Rendueles es de política y no precisamente con minúsculas sino con y muy grandes mayúsculas. Y el párrafo reseñado no es sino al culmen de un denso análisis en el que se reflexiona ordenadamente no ya de los fenómenos citados sino de otros más que se están dando como consecuencia de la pandemia del COVID-19 y que, y acaso eso es lo peor, en sus aspectos más negativos, pueden condicionar gravemente el retorno a la normalidad.
Entre ellos el más importante puede ser el retroceso en los derechos civiles que junto con el auge del populismo, puede reforzar el carácter autoritario de los poderes públicos por medio de «una gestión inteligente del rencor social y el miedo colectivo».
Rendueles tilda a esta perspectiva de distopía política de la nueva ultraderecha…¿Una distopía acaso muy distante de la utopía de que todo continúe como antes una vez pasada la crisis?
Es de suponer que en manos de todos y de todas estará la respuesta.
Todo tipo de instituciones, desde las más grandes hasta las más
chicas, así como los más variados entes privados, están ofreciendo
estos días un amplio surtido de actividades que mayormente se pueden seguir electrónicamente.
Así, es posible visitar museos virtualmente, aprender a bailar zumba, escuchar conciertos y ver obras de teatro en streaming, o ultimar los conocimientos gastronómicos.
Parece como si el descenso productivo generado paralelamente a la
crisis sanitaria – y que a partir de ahora se va agudizar con las
últimas medidas aprobadas – se pretendiera contener con un incremento
del espíritu consumista, de manera que se mantuviera el ritmo social
anterior con el objetivo de que se pueda desencadenar una demanda
extraordinaria una vez pasado el momento más álgido de la crisis.
Y, sin duda, este intento es encomiable para quien crea tener la responsabilidad social correspondiente, una responsabilidad hoy en día ya suscrita y explícita en anuncios , descuentos y prórrogas, pero su actitud no deja de resultar curiosa, pues también denota un deseo acaso excesivo de tutorizacion colectiva.
De hecho, esta variopinta oferta parece también tener la intención de rellenar como fuera esos tiempos vacíos que necesariamente han de darse en una situación como esta,despreciando la oportunidad otorgada por la coyuntura histórica para aceptar un ligero abandono al aburrimiento que, como se sabe, bien aceptado, da lugar al silencio y a la meditación.
Y, claro, no deja de ser tampoco sorprendente que ese abandono al
silencio y a la meditación que en tantas ocasiones se busca o incluso
se receta, para hacer un alto en el camino de la vida , se conjure
ahora con tanta severidad, con una profusión de estímulos que dinamizan
ese a modo de consumismo preventivo, e impiden a la vez el recogimiento en esta nuestra soledad sonora.
Al respecto, no se trataría tanto de eludir absolutamente el entretenimiento o la distracción, sino de aceptar la saturación recordando quizás aquellos versos de Agustín García-Calvo que decían: «Y, sin embargo, /era soledad seguramente /el verdadero alimento de tu corazón…»
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