Sin perder de vista cuanto hay de cierto en la feliz ocurrencia de Loisy, a propósito del cristianismo primitivo, que impaciente aguardaba el Reino de Dios y lo que llegó fue la iglesia, hoy es el día, en que reconocemos que sin esta Institución Santa y pecadora, poco o nada se hubiera conservado del revolucionario mensaje de Jesús que pese a verse pervertido, tergiversado, suplantado y falseado como lo ha sido tras veintiún siglos de transmisión oral y escrita, ha cambiado el mundo y la historia para bien, porque se ha de tener presente que, nada de lo humano permanece si no se organiza. En consecuencia, no soy amigo de la espontaneidad ni del dadaísmo más allá de la expresión creativa artístico-estética, a la que muchos pretenden remitir los conatos voluntaristas que por doquier surgen en una población rebelde carente de los cauces adecuados para hacer llegar su sentimiento de impotencia, al objeto de subsumir toda su iniciativa grupal en un vaporoso nihilismo fugaz individualista, fruto de un momento mágico pasajero al que posteriormente pueda dirigirse nostálgica la mirada arquetípica de una particular conciencia defraudada consigo misma por ver traicionadas sus kantianas intenciones en la hobbesiana cotidianeidad, como le ocurriera al mayo del 68.
Los Indignados que irrumpieron en la historia el pasado 15-M, no han de recelar en demasía a cualquier tipo de a organización, jerarquía o principio institucional, por cuanto ello pueda suponer de riesgo a perder la frescura inicial de su enérgica protesta, que por mucha que sea su resistencia parmenídea a dejarse arrastrar por el Heráclito fluir de lo previsible, el tiempo que todo lo devora, no les ahorrará feas arrugas y como quiera que toda agrupación humana sea integrada por Hombres en vez de ángeles, de suyo es que, tarde o temprano, aparezcan entre nosotros la envidia, la codicia, las rencillas, los personalismos, las traiciones, venganzas y corrupciones de sobra recogidas por cualquier libro santo que se precie y si no, ahí están los evangelios para atestiguar como en unas pocas jornadas entre Judas, Pedro, Tomás y los demás, entregaron, negaron, abandonaron y no creyeron ni más ni menos que al hijo de Dios, por lo que no otra cosa podemos esperar de nosotros mismos, ni de nuestros semejantes. Mas, frente a tan trágico destino al que estamos abocados como especie, en nuestras manos y actos está mitigar su fuerza aplazando su desenlace por medio de nuestra libertad personal, cosa que hemos de hacer con la misma inteligencia y astucia que empleara Ulises para dar esquinazo a los divinos designios, meta que nos está permitido anhelar a través de la voluble voluntad sierva y esclava por lo general de las pasiones antes que de la razón, motivo por el que normalmente actuamos por estímulos e impulsos nacidos de la necesidad antes que por decisiones lógicas y amor a la verdad surgidas de la toma de Conciencia.
A este propósito de enmienda, responde la cultura, la educación, la tradición, el derecho, las artes, los oficios, la medicina…y la política que como cualquier realidad humana, animal, mineral, material o existente no están exentas de que les acontezca evoluciones e involuciones, desarrollos fortuitos, accidentes, desviaciones y toda suerte de desgracias y fatalidades. Pero el asunto no es ese, sino como indicara el humanista Maquiavelo, evitar en lo posible que suceda. A tal fin, es que me atrevo a proponer humildemente a las distintas asambleas que salpican de dignidad nuestros pueblos y ciudades, los siguientes parámetros en los que poder edificar con escuadra y compás la más sencilla arquitectura que pueda soportar el mayor peso de una carga tan grande, amplia y voluminosa como la que sin pretenderlo ahora representan, sin por ello verse forzados a sacrificar su agilidad con gruesos muros románicos ni confundir su originalidad con el juego de luces y colores de una aparente pluralidad propia de la democracia gótica del espectáculo que se pretende denunciar.
Primero, como ya he apuntado, no es malo que el torrente de ilusión ciudadana cristalice en algo tangible al que los indignados de todo tiempo y lugar puedan dirigir su desazón. Pero hay muchas formas de organizarse, siendo la autogestión la piedra angular sobre la que ha de asentarse cualquier estructura que deseamos preserve el necesario equilibrio entre la voluntad personal, el bien común y el sentir general, no siempre coincidentes.
Segundo, ciertamente no somos santos y habrá que velar por que nadie mangonee el asunto más de lo que por delegación asamblearia se haya estimado oportuno. Los representantes deben ser deponibles y nombrables en todo momento. No sería malo que el azar condujera de cuando en cuando las elecciones de los mismos bajo la premisa de que todos tenemos el derecho y la obligación de atender los asuntos comunes. Por supuesto, tampoco estaría de más que los ceses fueran alguna vez arbitrarios para que no se diera pie a la meritocracia derivándose pronto a unos especialistas imprescindibles en quienes confiar el destino de todos, como estaría muy bien que los cargos directivos fueran rotatorios para que todos supieran hacer de todo un poco y nadie se creyera indispensable.
Tercero, la organización, no está reñida con la ausencia de líderes. Por ello, debería recogerse en los estatutos o Carta Magna que nadie puede ejercer como tal y quien se atreviera a erguirse o presentarse como tal ante los medios o cualquier otra instancia, sería desmentido en el acto y expulsado por un periodo indefinido de todo órgano representativo. Así evitaremos las típicas manipulaciones y la focalización sobre una sola persona que facilita mucho la destrucción de la imagen de toda una organización. Todo el tinglado autogestionario ha de moverse en la esfera de la afinidad cosa que preservará al grupo de intrusos indeseables y el proceso dominó de la información.
Cuarto, un modo de poder salvaguardar buena parte del legado genuino del movimiento Indignado iniciado el pasado 15-M sería introducir en los estatutos o Carta Magna de la asociación en ciernes la condición esencial de que ¡nunca!, pase lo que pase, bajo ningún motivo, ninguna reunión, ninguna directiva, ningún representante, haga frío o calor, llueva o buen tiempo, se celebrará entre cuatro paredes sean las de un polideportivo, teatro, colegio u hotel, o recintos cerrados como plazas de toros o bajo carpas como les gusta hacer los mítines a las agrupaciones políticas criminales. Con ello, mantendremos incólume el espíritu libre y transparente de una iniciativa que ha llenado plazas y calles cuya única alfombra ha sido el asfalto y por techo ha tenido el cielo estrellado, visible realidad diferenciadora del resto de asociaciones clónicas del Poder que como las Oenegés aspiran a un localito donde tramar cómo conseguir más subvenciones.
Quinto, a colación de lo anterior, ningún representante estaría autorizado a reunirse en despacho alguno con ningún demócratafascista salido de las consumistas elecciones: Si ha de haber alguna interlocución con otros organismos, instituciones u entidades, sean estas criminales o de moral inmaculada, habrán siempre de acontecer en las mismas plazas y calles donde se reuna la asamblea de la que son representantes, para que la ciudadanía nunca pierda de vista ni de oído sus conversaciones, cosa que evitará las torceduras habituales a la que estamos inclinados cualquiera de nosotros cuando se nos da un poco de poder o simplemente se nos coloca una acreditación que sustituye a la antigua gorra.
Sexto, la autogestión aborrece la subvención y precisa de autofinanciación para conducirse con entera libertad frente a los democratafascista a la vez que garantiza una mayor cautela del gasto y su vigilancia interna. El cómo se lleve a cabo la autofinanciación, ya es otra cosa, pero yo no excluiría tareas redistributivas de la riqueza.
Séptimo, pero nada de lo anterior prestará el debido servicio a la causa, si el movimiento no se dota de una seguridad activa y pasiva lo suficientemente pequeña para no ser detectada y lo bastante eficaz como para actuar en casos de necesidad, por supuesto nunca reconocida ni reivindicada para que funcione bien, cosa que hoy puede lograrse a través de directrices informáticas discretas que llegan a quienes las cumplen sin que sepan quienes las ordenan.