A trancas y barrancas, los ciudadanos hemos conseguido descomplejizar lingüísticamente desde el etiquetado de productos como la mantequilla, un pantalón vaquero o juguetes, hasta la jerigonza utilizada por abogados, jueces y fiscales, pasando por los trámites burocráticos de la administración, la firma de contratos laborales o consultas médicas, en aras de estar en mejores condiciones de comprender cuanto se nos comunica cuando se dice que nos informan, si bien, queda mucho por hacer como prueban las cláusulas bancarias a la hora de contraer una hipoteca o la receta ilegible de farmacia, aunque también en esto se ha avanzado. Donde no ha habido ningún progreso de clarificación, ha sido en la facturación.
Nuestros enemigos naturales, a saber, los comedores de impuestos, mal que bien, ante las continuas reclamaciones de la población y ante la perspectiva de su desengaño, muy a su pesar, han actuado contra los intereses de las grandes empresas obligándolas a especificar el veneno que nos administran vía oral en los alimentos enlatados, los fertilizantes utilizados en la fruta envasada, los colorantes echados en las bebidas; igualmente han moderado por ley el oscurantismo léxico con el que los segundones de las élites extractoras, hacían y deshacían a su antojo con un lenguaje extraño para la mayoría social a quien iba dirigida; hasta tal extremo han llegado en su clarificación que en las mismísimas cajetillas de cigarros han forzado a poner en destacadas mayúsculas lemas como “El tabaco mata” todo un alarde por partida doble de transparencia y de hipocresía, pues por un lado, siendo como es el Estado quien más gana con la venta del tabaco y estando el Estado en manos de nuestros gobernantes, no es preciso poner en solfa lógica el silogismo, para concluir que, quien mata, es quien más se beneficia, o sea…”El gobernante mata”. Y por otro, ya es casualidad que se legisle un lenguaje más diáfano y no engañoso para ámbitos como el laboral, la publicidad, la salud, el derecho, el consumo, etc y nada se haya trabajado para que en nuestras facturas venga bien reflejado y con letras en negrita los impuestos que, cada dos por tres, pagamos los trabajadores.
Es verdad, que los criminales, junto a los datos del facturante y del facturado, se han preocupado, muy mucho, de que aparezca el concepto desglosado del IVA en vez de Impuesto, porque asesorados por psicólogos, magos e ilusionistas sociales, saben que las siglas camuflan a la mente su auténtico significado; sirva como prueba que cuando desean dejar claro que algo se sufraga con dinero salido de su presupuesto escriben con todas sus letras parrafadas como “Obra realizada a cargo del Ministerio de obras públicas. Gobierno de España” sin escamotear para ello ningún euro en grandiosos letreros de 10 x 10 metros.
Vaya por delante que quien les habla, es firme partidario de pagar impuestos en un Estado de Derecho y firme partidario de no pagarlos en un Estado de Deshecho como al que nos estamos dejando conducir. En cualquier caso, mientras existan facturas, yo reclamo desde esta noble tribuna que me acoge, un lenguaje más sencillo y directo en la facturación, empezando por sustituir las siglas IVA por un sencillo epígrafe “Impuestos”, pues eso del “Valor Añadido” sólo es la excusa para traducirlo a siglas.
Una factura donde se refleje con nitidez lo que cuesta el producto y la parte que el ciudadano paga de impuestos al Estado, recordaría a los niños que ellos, cuando compra una bolsita de pipas ¡Pagan impuestos! haría presente a los adolescentes que cuando adquieren decenas de litros de refrescos y bebidas alcohólicas para hacer el botellón el fin de semana ¡Pagan impuestos! Los ancianos, viudas, jubilados, pensionistas y personas con dependencia se percatarían que al tomar el cercanías o el autobús urbano ¡Pagan impuestos! Los parados, indigentes, marginados tomarían nota al hacer la compra del supermercado aunque sólo fuera de oferta o lo más imprescindible como pan y leche, que lejos de lo que la mayoría cree, incluidos ellos mismos, contribuyen todos los días a las arcas públicas del Estado, porque, también ellos, como el que más ¡Pagan impuestos!
¿Fruta embasada? ¿Será la de procedencia extranjera que ha pasado por su Embajada o la autóctona que se recolecta en el bosque (basoa)? Con lo fácil, aunque poco ecológico, que es comer fruta envasada.
Los más firmes partidarios de la necesidad de pagar impuestos son los políticos, funcionarios, jubiletas y asociaciones y ONGS subvencionadas, por la sencilla razón de que pagando impuestos reciben mucho más de lo que entregan.
La Diputación Foral de Bizkaia se percató rápidamente de que es muy rara aquella persona que sienta la obligación de contribuir, ya sea un estado de derecho o de desecho, y muy perspicazmente cambió la denominación de «contribuyente» por la de «obligado tributario» después de deducir, tras unos pocos años de democracia parlamentaria y representativa, que es muy raro el ciudadano que quiera contribuir si no se le obliga por las malas.
Gracias por la llamada de atención. Ahora subsano el error.