LAPISLÁZULI

Son contadas con los dedos de una mano las ocasiones en que una palabra pentasílaba sin contener una traba como (bl,cl,tl…) alcanza el honor de ser candidata a encontrar un hueco en el Diccionario de Bellas Palabras. ¿A qué se debe tal privilegio?
Puedo asegurar a los lectores que Lapislázuli, encandiló el oído mucho antes de que trabara conocimiento intelectual o sensitivo de su significado.
La percibí por primera vez con trece años durante la clase de Historia referida a un adorno de un rey. Escuchar de súbito aquella palabra provocó que prestara atención a la clase, excitándoseme la curiosidad por averiguar qué era el lapislázuli.
Cuando en fotografías de una enciclopedia de minerales contemplé a toda lámina en color el correlato real al que remitía tan sublime conjunto de letras, comprendí de inmediato que el encanto del significante se correspondía con el esplendor del significado.
Evidentemente, la mente no es ajena a dotar de belleza a un significante por contagio de su significado; de hecho, estamos en nuestro derecho. Mas como quiera que sea partidario de despojar al signo de su absoluta arbitrariedad, puedo sostener que en este caso no es casual la coincidencia de que a una piedra semipreciosa se la identifique con una voz preciosísima. Lo cual, plantea un gran interrogante a la mente preocupada por averiguar la verdad estética de las palabras, a saber Por qué una piedra semipreciosa posee el más bello de los nombres dedicados a los minerales, siendo como es una piedra semipreciosa y no preciosa del todo.
Perla, oro, esmeralda, diamante…son voces de materiales preciosos desde la antigüedad, pero ni por esas tienen entrada en el más amplio Diccionario de Bellas Palabras que quepa imaginar. ¿Cuáles son los ingredientes que permiten entonces a Lapislázuli acceder al DBP con la fuerza y unánime consenso que lo hace entre nosotros?
Como adelantamos en casos anteriores, la polisílaba cuenta con ese elemento interesante susceptible de adornar la palabra, aunque la mayor parte de las veces queda fuera por no contar con la acentuación adecuada y presentarse peor que una llana afectadas como están de mastodontismo.
Precisamente, lo anterior, no le sucede a lapislázuli. Esta voz, cuenta además de con la acidez de la que hablamos en Esdrújula sobre el acento, con la suerte de ir en mitad de palabra, lo que le confiere cierto equilibrio inestable en su pronunciación e incluso en su visualización lectora, pues no crean ustedes es sencilla de pronunciar correctamente cuando encontrándotela en su lectura de no precederle la costumbre de su ensayo, siendo como somos dados a allanar las palabras largas.
También tenemos que la voz en cuestión, es lo que denomino “Tesoro” por contener entre sus letras la voz –azul-, asunto relacionado con el color del objeto al que nombra e igualmente con la etimología árabe, recogida del persa que a su vez la tomó del sánscrito de donde proviene la voz “Azul”.
Este azul escondido dentro de la palabra, impregna de azul sus letras y el texto que lo rodea durante bastante tiempo en la mente del hablante. Por connotaciones simbólicas que no toca ahora exponer, su tonalidad embellece sobre manera la palabra con la profundidad del mar y el absoluto del cielo. Claro que por si sola nada puede porque entonces términos como azulado o azulejo, nos parecerían bellas y no ocurre así. De modo que, debe haber más…
Por una parte, tenemos la (L) que introduce la voz; es cualidad de esta letra amplificar las vocales al elevar la lengua por el paladar; cuando esto acontece dos veces, la lengua en su subida y bajada provoca regocijo neuronal inconmensurable. Si a ello le sumamos que en el segundo caso le precede el chapoteo de una (S), el efecto lúdico es parecidillo al logrado en expresiones como “efervescencia”, sólo que con la ventaja de no ser habitual el conjunto (sl)
Por otra, tenemos la vocal (i) de la que hemos hablado en varias oportunidades. La tercera vocal además de hacer sonreír cuando termina la palabra, es incisiva en el pensamiento, cosa aprovechada por el lenguaje para indicar ahí, aquí y allí con mayor atención que cuando decimos acá o allá. En este caso, las dos ies, cuál dos columnas, ayudan a fijarnos en lapislázuli por si nos pasaba desapercibidos los detalles.
Uno de estos detalles, es la combinación vocálica a-i-a-u-i, cuya secuencia va como tallando las sílabas pronunciadas.
Otro detalle y no menor, es la presencia de una z intermedia. Ciertamente, hemos tratado la Z al comienzo de la palabra como en Zascandil; también hemos explicado su aportación cuando finaliza la palabra con ocasión de Regaliz. Todo lo dicho entonces, sigue siendo válido, sólo que ahora toca hablar de la (z) en mitad de la palabra: Cuando la (z) aparece entre otras letras cuando estas son vocales, además de dar sensación de arrastre, seca por absorción la presencia de cualquier motivo húmedo como podría ser una (s) Esto precisamente ocurre con lapislázuli. De su contraste, nacen aromas entremezclados del mar con el desierto.
Tal es la belleza evocadora de esta palabra que me asombra no se haya convertido en nombre de pila tanto de chicas como de chicos.

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