Sin Merienda

La Dirección General de Servicios Penitenciarios de la Generalitat ha decidido suprimir la merienda que hasta ahora recibían los reclusos para hacer frente a la crisis. ¿Qué quieren que les diga? De haber sido yo el responsable de comunicación de este organismo, hubiera hecho lo posible por evitar que la noticia saliera de los muros de las prisiones como tantas otras cosas que allí suceden son ocultadas para nuestra tranquilidad democrática como lo es el alto índice de muertes que acontecen en su interior o el régimen de tortura al que son sometidos los presos FIES que nada tienen que envidiar en sufrimiento al mítico Papillon. En cualquier caso, la decisión en vez de presentarse como rácana fórmula de ahorro para mayor desprestigio de la economía catalana, bien podría haberse anunciado como solución nutricional para reducir la obesidad entre los internos, que habría quedado mejor.

Pero si de ahorrar se trata, yo tengo una idea más eficaz que eliminar el bocadillo, la cual paso a explicar: España puede jactarse de ser una potencia europea en población reclusa; por redondear, unas 80.000 personas, sin contar las confinadas en Centros de Menores, ni en los Campos de Concentración para Extranjeros, los lamentables CIEs. Pues bien, según datos oficiales, cada preso sale anualmente al Estado la nada despreciable cantidad de 20.000 euros, cifra resultante de sumar costes de contratación de tres turnos de funcionarios para su vigilancia y cuidado, gastos en infraestructura, mantenimiento de las instalaciones, manutención de toda esa gente bajo custodia, además de cocineros, sanitarios, psicólogos, educadores y toda la tropa auxiliar que soporta cada una de sus Centros, dividida entre el número de beneficiarios de tanta atención por parte de la Sociedad. Aunque en verdad, me temo que como los auténticos gastos que para las Arcas del Estado nos supone el mantenimiento de la Casa Real, la realidad nunca nos será enteramente confesada por temor a que, hechos los cálculos, nos salga más a cuenta dejarnos robar por los ladrones sentenciados que por los gestores que están por condenar.

Y precisamente mi propuesta de ahorro consiste, no ya excarcelar sin más, con una mano delante y otra detrás, a cuantas personas se hallan en prisión por delitos de poca monta cuyo conjunto volumen computado queda muy lejos de los millones robados por separado por Urdangarín, cualquier personaje de la política implicado en casos de corrupción, banquero que se haya blindado indecentes sueldos vitalicios durante su criminal actuación o el más insignificante empresario amnistiado por fraude fiscal, por cuanto sería peor el remedio que la enfermedad, al dejar del todo desvalidos a su suerte, a individuos obligados a procurarse el sustento de la noche a la mañana sin los medios apropiados a su alcance, más que aquellos que en su día aprendieron en la Escuela de la calle y perfeccionaron a cargo de la Universidad que a tal fin es la cárcel, sino en, una vez sentenciados por los Tribunales, concederles una mensualidad de 700 euros a cambio de que no ingresen en prisión, trato que el Estado mantendrá con la debida actualización del IPC mientras el condenado a ser mantenido no sea detenido de nuevo, en cuyo caso, se vería reducida la paga a la mitad o condenado de nuevo, extremo que le comportaría la pérdida completa de su paga.

No hace falta ser un Pitágoras para entender que, conviene entregar al delincuente una cantidad en metálico sensiblemente inferior a lo que nos costaría mantenerle en prisión, para que este aceptase de buen grado no perjudicar a la comunidad con su estancia entre rejas más de lo que lo haya hecho hurtando tres latas en un supermercado. Sería algo así como un tributo público a entregar a cambio de paz social como aquel que el Imperio Romano diera a los bárbaros para que estos se quedaran fuera de sus fronteras o como ahora se mantiene a la clase política para que no den abiertamente un Golpe de Estado.

Reina y Mendiga

Estaba calibrando la posibilidad de encabezar estas líneas con el título “El extraño caso de la ruinosa España y la exitosa Roja” parafraseando la conocida obra de Stevenson, cuando temiendo su recorte en la redacción he tenido la fortuna de dar con algo más breve y oportuno de Mark Twain, aunque cierto es que, “El extraño caso del Doctor Jekill y Mr Hyde” plantea mejor la esquizofrenia del caso que nos ocupa donde un mismo personaje se desdobla para la historia que “Príncipe y mendigo” donde su autor precisa de dos personajes para desarrollar la trama, pues por desgracia, ni aun aplicando la ecuación de Dirac, a falta de colonias, contamos con una Antiespaña que sufra por separado los males mientras en positivo gozamos de la fiesta perpetua.

Llevo meses intrigado por saber cómo sobrellevan personalmente nuestros representantes democráticos y deportivos el incómodo fenómeno coincidente de que cuanto mejor nos van las cosas en los campos, pistas, circuitos y canchas, peor lo pasamos en bolsa, deuda, paro e impuestos y viceversa, por cuanto sería interesante sondear si acaso estuvieran dispuestos a sacrificar nuestra economía si con ello garantizásemos una segunda Copa del Mundo en la próxima cita de Brasil 2014. Mas como quiera que el acceso a un amplio número de ellos me está vedado, he tomado la iniciativa de operar a otra escala para mi más accesible, cuál es, la de acudir a una oficina del INEM, infiltrarme en la cola que hacen los inmigrantes para obtener los papeles en una comisaría y merodear por los alrededores de un comedor social para averiguar que opinan los mendigos del asunto y así, poderme hacer una idea.

Mira que uno ha estudiado en literatura la evasión de la realidad que supuso el Romanticismo o en psicología los mecanismos de inhibición que operan en el cerebro para no sufrir daño como darse de baja por medio del coma, y con todo, no deja de sorprenderme que en estos lugares, la gente, en vez de estar echando pestes contra el Gobierno, tramando venganza contra la Banca, organizándose en grupos de afinidad para dar cumplida respuesta al resto de la sociedad que les maltrata, resulta que discutían sobre si el césped estaba seco y que los polacos no lo regaron a propósito, lo grande que es Fernando y que se le ve buen chaval, que Nadal se lo merece todo y más, y por supuesto, que España es la mejor selección que ha habido nunca en la historia del futbol. El último comentario escuchado a un pobre hombre, desdentado, en camiseta de blanco isabelino con los vaqueros roídos y en alpargatas, trajo a mi memoria aquellas lecciones del antiguo “Consultor” de primaria donde se presentaba a España como la primera potencia exportadora de naranjas y con las mayores minas de mercurio, cosa de la que por unos días me sentí super orgulloso con ocho años hasta que mis antipatriotas padres me hicieron ver la diferencia por una parte entre las naranjas con el petróleo y por otra entre el mercurio con el oro.

Allí, nadie hablaba de crisis, recortes, desahucios, corrupción, copago, menos de hacer la revolución y cosas de esas que se charlan en los corrillos del 15-M o en las tertulias radiofónicas. A lo más que se le aproximó una conversación, fue a quejarse de algunos empleados de supermercado que trapichean con los productos caducados reservándoselos a los jubilados en vez de ponerlos a disposición de todos en los contenedores ¡como se ha hecho siempre! Y es que, bastante tienen con sobrevivir como para ocuparse de otras cosas.

Tras esta pequeña investigación de campo, se podría concluir que en la piel de toro, la población, es pobre pero alegre, porque lo de honrada hace tiempo que no se pretende, o que la procesión va por dentro. Pero por muy dentro debe de ser, pues no faltan pobres vergonzantes vistiendo la camiseta de la Selección que como un senegalés que acababa de recibir la nacionalidad, salen a la calle dando saltos de alegría gritando eso de “Yo soy ¡español! ¡Español! ¡Español!”