Justicia social para Marta del Castillo

Que alguien me explique lo que está sucediendo en este vergonzoso caso, porque no lo entiendo: el próximo 14 de Febrero, Miguel Carcaño va a cumplir dos años en prisión provisional como asesino confeso de Marta del Castillo, mientras el resto de implicados, su hermano, un amigo y la novia acusados de complicidad y encubrimiento, gozan de entera libertad, sin que todavía haya aparecido el cuerpo de la joven.

Lo sucedido hoy mismo, en el transcurso del juicio que se está celebrando a puerta cerrada en Sevilla contra el menor apodado el Cuco, me parece todo un despropósito más que sumar a este esperpento de proceso. Resulta que estos mocosos se han negado a declarar alegando indefensión. ¡La madre que les parió! A ellos y a quienes consienten que la burla, mofa y recochineo de esta gente que merece pena de muerte continúe para mayor dolor y sufrimiento de la familia de la victima.

No puedo creerme que con todos los medios parademocráticos con los que cuenta un Estado como el español, cuyo Misterio del Interior se muestra muy eficiente en desmantelar redes terroristas internacionales, localizar zulos y pisos francos a las pocas horas de realizar cualquier detención, se revele incapaz de sonsacarles de una vez a esta escoria humana, dónde se deshicieron del cuerpo de su víctima, de no ser que los miembros de ETA tengan por norma responder cuanto sepan a las primeras de cambio durante los interrogatorios y entonces, me facilitaría entender los decepcionantes resultados obtenidos a este respecto. Pero me resisto a creerlo.

Recuerdo una película en la que, el acusado principal del asesinato y violación de una niña, estaba protegido por las instituciones penitenciarias para que el resto de reclusos no le cortase los cojones. Entonces, no recuerdo si fue el padre de la pequeña, sus familiares o amigos, empezaron a dar caza a quienes habían colaborado activamente en la tragedia pero que por falta de pruebas continuaban en la calle jactándose de haber salido de rositas y según fuera su grado de implicación, les amputaban una oreja, los pies, las manos, les sacaban los ojos, pero sin llegar a matarles, dejándolos en mitad de las calles y llamando a los medios para que dieran la noticia. La película terminó con la retirada de la acusación por parte de la familia y el criminal autoinculpándose ante el juez.

Hemos de confiar en el Sistema, pero no por sistema. Cuando las garantías procesales de un asesino confeso empiezan a erosionar los derechos de la sociedad a defenderse civilizadamente de los indeseables, en ese caso, no queda otro remedio que atender al derecho natural a la autodefensa que toda comunidad tiene para deshacerse de los miembros que la someten a miedo e inseguridad continua, quienes pierden el privilegio de nuestra clemencia en el mismo momento en que no colaborasen para esclarecer lo sucedido y no mostrasen arrepentimiento.

Recuérdese, antes de continuar, que estoy hablando en todo momento de criminales confesos o juzgados y condenados que no colaboran con la justicia ni muestran arrepentimiento. Pues bien, para estos casos especiales, como pederastas, violadores, asesinos, etc, deberíamos plantearnos la cuestión de qué resulta más civilizado y democrático, si conservarles la vida a toda costa, para que sus genes puedan reproducirse en generaciones futuras o eliminarles de la existencia para preservar nuestra supervivencia futura.

El petróleo marrón

http://www.youtube.com/watch?v=Ob6sS0X5sl0

Como no soy tonto del todo, no tengo coche. Y como no tengo coche, las subidas y resubidas de la gasolina, sólo me afectan indirectamente, lo que me convierte en un tonto indirecto, pues no crean mis, queridos lectores, que la industria del petróleo, en sintonía con la del automóvil y la complicidad de los sucesivos gobiernos corruptos, nos toman por algo distinto, cuando se refieren a nosotros como consumidores, clientes y usuarios a los que nunca las más sencillas leyes que rigen la liberalización del mercado, cuales son, las de la libre competencia o la relación entre la oferta y la demanda, jamás de los jamases, funcionan en beneficio nuestro, ni en la bajada del precio, ni en la calidad del producto, ni en el servicio, que cada vez, deja más que desear con la peligrosísima moda del autoabastecimiento en las gasolineras. O eso creía yo.

Fue leyendo “El economista camuflado” de Tim Hardford que me percaté de que, la condición de tonto completo evitada gracias a mis dioptrías, me ha alcanzado por mi adicción al café. Y es que, como denuncia este genial autor en las primeras páginas del superventas, si usted “ toma tanto café como yo, probablemente haya llegado a la conclusión de que alguien, se está haciendo inmensamente rico a nuestra costa” porque observen que, hoy un café solo, ya vale tanto como un litro de gasolina, concretamente está en 1,30 euros, el cortado en 1,40 y el con leche, supongo que más caro. Y que yo sepa, el café, todavía no ha sustituido al oro como valor refugio en tiempos de crisis, ni al dólar como patrón económico internacional.

El hoy cuestionado Estado de las Autonomías que con tanta alegría ofreciera durante la Transacción el famoso “café para todos”, no pudo concebir cuando aquello, lo caro que a la postre le iba a salir la cuenta, propinas a parte. Ciertamente, el café, en su día fue un lujo de las élites, como lo fuera cualquier producto llegado de ultramar como el chocolate o el tabaco. Pero con el aumento del comercio y las mejoras del transporte, los precios fueron haciéndose cada vez más asequibles al resto de la población hasta el punto de que se acuñara la expresión ¡No vale un café! Aunque hemos de reconocer que su precio no llegó a ¡importar un comino! chulería castiza que ahora nos suena a arcaísmo cuando alguien como el Ministro Sebastián, para justificar el aumento de la electricidad un 10% vino a decir que ello no repercutiría en el gasto familiar más que un café por barba.

Al principio, lo primero que pensé fue que, el elevado coste de un café tomado de pie en la barra de un bar, obedecía a que se hacía con agua mineral; Tras quedar como un auténtico sibarita al inquirir sobre la cuestión, caí en la cuenta de que sería más lógico que Juan Valdés y las pobres gentes para las que Guerra deseaba que lloviera café en el campo, de algo tenían que vivir y que si yo era un privilegiado que podía permitirme leer todos los días el periódico mientras me tomaba sentadito a miles de kilómetros su esfuerzo, bien empleado estaba lo gastado. ¡Pero no es así! Ni los recolectores de café ni los países que han sido condenados por Occidente a su monocultivo, se han beneficiado del exagerado precio del ya denominado petróleo marrón. Lo siguiente que encontré para explicar el alto precio de un producto tan popular, fueron los salarios y gastos derivados de la hostelería, pero dado que los esclavos venidos de fiera copan el ramo como camareros, provenientes curiosamente de lugares donde hay excelente café, deduzco que por ahí no debo continuar especulando, como tampoco debía hacerlo fijándome en los aparentes dueños del negocio, pues quienes se estuvieran forrando con él, dudo mucho que estarían detrás de la barra desde primeras horas de la mañana, hasta altas horas de la noche, día sí, día también, sin a penas fiestas ni vacaciones, sirviendo un café tras otro.

Así pues, ¿Quién se está beneficiando de la estafa generalizada que denuncia Hardford? Los Gobiernos siempre ofrecen una buena respuesta para explicar los males que acucian a la ciudadanía. Como los impuestos, sus fechorías, sean directas o indirectas, por acción o por omisión, siempre están detrás. Pero precisamente por ser una constante de todo problema, no nos vale como explicación concreta al particular que nos ocupa. ¿Cuál es la variable que incide en tan curioso fenómeno de la subida del café para que su precio supere con creces al de la gasolina? La respuesta no puede ser otra que, aquella que domina todos los bajos comerciales de nuestras ciudades, obligando a los pequeños hosteleros a subir los precios para poder pagar los altos alquileres a los que sin remedio deben hacer frente para poder abrir un negocio en nuestras ciudades, auténticos monopolios camuflados de sucursales bancarias, cajas de Ahorro, mutuas, aseguradoras…

Desde hoy he tomado la sana decisión de tomarme el café en casita y los casi cinco euros que me dejo al día en cafés, los meteré en una hucha para irme de viaje, pongamos por caso, a Brasil.

EpC: ¡Patas arriba!

Cuando vi por primera vez guardas de seguridad en un tren de cercanías, me entró en el cuerpo un gran desasosiego, producido por la idea de que, a lo mejor, se había producido una amenaza de bomba y no nos querían avisar como ocurriera en Hipercor. Con el tiempo, fui percatándome de que su presencia era disuasoria, al objeto de que gitanos, negros y otras gentes sospechosas de culpabilidad, se abstuvieran de viajar en este medio y optaran como pasó a ser su costumbre, por el autobús. No obstante, ahora reconozco que, es posible que su función, además de la apuntada, fuera también reeducadora…

Dado el rotundo fracaso mostrado por las familias a la hora de transmitir valores de respeto hacia sus semejantes y entorno, y la no menos sobrecogedora ineficacia de la institución docente en inculcar virtudes cívicas a los futuros ciudadanos, hemos de reconocer que, si a alguien, alguna vez le parecieron superfluos e indignantes que proliferasen letreros, señales e iconos prohibiendo fumar, recordando que no se deben sentar en los asientos abatibles cuando hay aglomeraciones, reservando sitio para personas ancianas, mujeres embarazadas o con discapacidad, avisando del peligro de entrar o salir una vez se están cerrando las puertas, etc, esta persona estaba muy desconectada de la realidad. Tanto es así que, finalmente se ha optado por contratar vigilantes, ante el caso omiso que la población hace de los mensajes; Y es que, lo que no se aprende de pequeño, es muy difícil hacerlo de mayor y menos por escrito.

Es habitual ver a pandillas de jóvenes sentados en los bancos con el culo sobre el canto del respaldo y los pies donde en principio habría de estar su trasero, cuya estampa a más de uno le habrá recordado a los pájaros de Hitchcock. Creo que el tiempo hará de esta costumbre una práctica aceptable para las futuras madres que enseñarán así a sus hijos en el parque, más que nada porque, haber quién es el majo que se atreve a sentarse al modo antiguo cuando el resto gusta poner sus patas en los asientos, por mucho que los nuevos detergentes animen a mancharse sin el menor cuidado, cuanto los anuncios de dentífricos lo hacen para que gastemos su contenido en dos cepillados.

Hasta aquí, se podría pensar que, todos actúan así, en legítima defensa, para evitar limpiar con sus pantalones la mierda que sus antecesores han dejado con las suelas de los zapatos, reacción que desde la ética de la responsabilidad sería intachable, siempre y cuando, fuera una respuesta condicionada, siendo su natural el sentarse en el asiento. El problema aparece, cuando la escoria social que ha adquirido estos usos fuera de casa, en un marco de referencia estable, haciéndolos suyos desaparecidos los motivos que al inicio empujaron al sujeto ha comportarse de ese modo, desea ponerlos infructuosamente en práctica en otros ámbitos en los que operan las leyes de la inercia, como ocurre en el transporte público, generándoles una decepción y contrariedad a la que no están acostumbrados ausentes en sus vidas los buenos hábitos, las llamadas de atención, correcciones, castigos y disciplina; Porque, es posible que la familia y la escuela hayan fallado en su educación y sean literalmente maleducados, pero la inteligencia natural que les falta para respetar a los demás, les sobra para preservarse del riesgo de darse un trompazo al menor frenazo o curva, por lo que se abstienen de adoptar tan malabarista postura en trenes y autobuses.

Y es entonces, cuando aparece la variable reveladora de cuáles de aquellos que se sientan en los bancos públicos como he descrito anteriormente, lo hacen por falta de respeto, y cuales para evitar la mierda de aquellos. Es muy sencillo de adivinar: los maleducados son sólo quienes furiosos por no poder fastidiar a sus semejantes del modo habitual, deciden poner sus puercas patas sobre el asiento de enfrente.

Pues bien, el otro día, mientras llegaba de Valladolid en un regional, llevaba horas negro viendo como un joven bien entrado en la veintena ejercía sin disimulo de escoria social en este sentido, hasta que llegó un señor que parecía de pueblo e hizo las veces de guarda de seguridad, maestro y padre, con el sencillo gesto de meterle un varazo en los pies con su bastón, ante el asombro del interfecto y regocijo del resto. Y es que, como acertó a sentenciar aquel buen hombre, si los jóvenes no saben comportarse como personas, habrá que tratarlos como a las bestias. No obstante, como yo también le recordé, algo hemos avanzado, que los de su generación, todavía escupen en el suelo.

Robin Hood tax

http://www.youtube.com/watch?v=faJE92phKzI

J.Sachs, profesor en Harvard y asesor de Ban Ki Moon – tiene gracia por lo que sigue – denunció en su día, algo que todos ya sabemos pero que precisa que personas de su prestigio lo digan alto y claro: que la política se ha aliado con la Banca en contra de los intereses de la población; en este pasado ejercicio los bancos han ganado la nada despreciable suma de 20.000 millones de dólares – dicho en euros parecen menos- y Wall Street ha amasado beneficios superiores a 35.000 millones, culminando con ello, en palabras de este insigne economista, el mejor año de su historia. Y sin embargo, al tiempo que accionistas e inversionistas se forraban con nuestros ahorros, sin sonrojo exigían a los Gobiernos títeres, ayudas y subvenciones a fondo perdido o sin intereses, mientras los ciudadanos sufren y padecen la carestía de la vida, mermas continuas en sus derechos laborales, subidas de impuestos, paro, penuria e incertidumbre. Por ello, propone decididamente y sin demora la aplicación de tasas a las transacciones financieras para que todos podamos beneficiarnos de su Globalización.

Conocí el pensamiento de este autor, casi por equivocación: merodeaba por una librería, cuando de reojo leí a lo Rompetechos un título que llamó poderosamente mi atención, “¡El fin de la pereza!”Uno que se declara seguidor de Lafarge, no pudo menos que girarse dispuesto al ataque, y casi al instante me percaté que donde había visto “pereza” estaba escrito “pobreza” De cualquier modo, el susto estaba hecho y seguía a la defensiva, porque es propio del pensamiento neoliberal proclamar que de la pobreza se sale trabajando, y este menda que sabe que a la riqueza solo se llega por la explotación y el expolio de los semejantes, como que no estaba por la labor…pero como quiera que me excitan más las voces contrarias que aquellas que me cantan nanas al oído, decidí echarle una ojeada en diagonal, y ¡vaya! No estaba nada mal…

Por supuesto, Sachs todavía orbita en el Buenismo Oenegeista propio de la pedagogía bancaria que luce su generosidad caritativa al tiempo que justifica el statu quo, muy lejos de la Pedagogía del Oprimido postulada por Paulo Freire a finales de los sesenta, mas para los tiempos que corren, podemos adscribirle en la vanguardia moral inteligente occidental. Su defensa de la denominada por los economistas “Tasa Tobin” en honor de James Tobin, Premio Nobel de la disciplina en 1981 quien fuera el primero en proponerla, y a la que el resto nos referimos como “Robin Hood Tax” le sitúa además muy cercano a las tesis apuntadas por nuestro Emperador Obama, y algo me dice que estamos rozando con los dedos la posibilidad práctica de redistribuir la riqueza de un modo menos injusto, que no me atrevo a decirlo del modo políticamente correcto, por vergüenza.

Para las concienzudas conciencias concienciadas de espíritu rebelde, revolucionario y contestatario, es más que probable que apoyar esta medida les parezca reformista, reaccionaria, y hasta opresora; pero para mentalidades como la mía, de centro derecha, más tranquilas y sosegadas, es probable que apreciemos en lo que vale esta perspectiva telescópica del problema como alternativa a ir pegando tiros a furgones blindados como hacen los GRAPO, que para algo escribe mejor que el Camarada Arenas. Ya lo dijo nuestro Señor Jesucristo “Si estos callan, hablarán las piedras”

De la retribución del cargo público

http://www.youtube.com/watch?v=oFfDm5pWrCk

Me ha llegado al correo un texto con el sugerente título “Recogida de firmas para bajar el sueldo a los políticos” que anima a su lectura. De principio a fin no tiene desperdicio, pero me lo he pensado bien antes de colgarlo tal cual en mi “Inútil Manual” pues en ocasiones, tras las buenas intenciones aparecen remedios peores que la enfermedad, no siendo pocas las veces que la demagogia cuela entre col y col lechuga…Mas como quiera que lo rubricaría sin a penas modificación alguna, me he sumado a la propuesta, no sin antes plantearme racionalmente la cuestión de, la correcta retribución de un cargo público, que no es cosa que pueda dirimirse por simples impulsos viscerales a ras de la coyuntura.

En la Democracia ateniense, obviados extranjeros y mujeres, sólo participaban quienes disponían de riqueza suficiente como para disfrutar ocio que les posibilitaba dedicarse a los asuntos de la polis y hacer así política. Quienes no tenían ocio, entiéndase esclavos, negociantes, ciudadanos pobres o campesinado, no podían participar de la política y menos de la Democracia, más que nada, porque difícilmente atenderían los problemas de la ciudad, si al mismo tiempo estaban obligados a cuidar de sus tratos particulares. Se mirase por donde se mirase, resultaba contraproducente, bien porque al no tener nada que perder medirían con menor cautela sus decisiones, bien porque carentes de posesiones, era muy difícil que desde el poder se abstuvieran de adquirirlas en detrimento de la comunidad. Y no les faltaba razón. Como tampoco faltó ocasión a quienes podían hacer política de legislar a su medida para sancionar el statu quo, aunque de esto ya se hablaba menos pese a las reformas de Solón encaminadas precisamente a mitigar dicha tendencia.

Para corregir los peligros derivados de la participación en la toma de decisiones por quienes tienen poco que arriesgar con ellas, no han faltado fórmulas: desde reservar el acceso a la Asamblea o Senado a una determinada clase como la Patricia en Roma o los Lores en Inglaterra, hasta restringir el sufragio sólo para quienes tenían títulos nobiliarios, poseían tierras o pagaban impuestos. En cambio, para afrontar el mal de la corrupción, desde Platón a penas se ha ensayado otra estratagema que la de retribuir magníficamente bien al cargo público, colmándolo de prebendas y honores, con el ánimo de que no necesite nada mientras esté trabajando para sus vecinos, ganando tanto en su puesto, como el que más se beneficie de su labor comunal, de modo que, la natural tentación de hacerse con la propiedad ajena quede espantada ante la mera posibilidad de perder el poder que ostenta, la admiración de sus conciudadanos, los privilegios de su posición y tan alta retribución que le procura su cargo.

No estaba mal pensado. La idea era atraer al cargo público no sólo a los poderosos del momento, sino también a los más capaces, para que la ciudad contase al frente de sus instituciones con los mejores, que no otra cosa significa etimológicamente la Aristocracia. Por supuesto, Platón en su “República”, ya previno que, previamente era preciso formar al ciudadano en la virtud a través de la educación, no vaya a ser que los más capaces y los mejores, también fueran los más granujas, corruptos y depravados, como tantas veces ha sucedido en la historia.

Durante la Antigüedad, los riesgos derivados del ejercicio del poder, se moderaban con un equilibrio tácito entre la riqueza económica, el poder político, la fuerza militar y la influencia espiritual que sin embargo, no impedía se repartiese siempre entre los más pudientes de la sociedad, como sucedió todavía en la Modernidad, donde para corregir los desmanes institucionales, los ilustrados idearon la famosa división entre el Ejecutivo, Legislativo y Judicial, que como dijera Fernando VII son los mismos perros con distintos collares.

Mal que bien, la actividad política discurrió por estos retorcidos surcos hasta conseguirse el sufragio universal en la Era Contemporánea, en la que se nos permite a todos elegir y ser elegidos. Evidentemente, ello no se ha logrado sin sangre, sudor y lágrimas y mucho menos sin antes establecer un sistema de retribución suficiente del cargo público que permita a cualquier ciudadano, indistintamente de su grado de riqueza o pobreza, la posibilidad de desatender su hacienda y emplear su tiempo al cuidado del bien común, salario proveniente del excedente generado por la ciudadanía que a cambio de verse liberada de las tareas comunitarias que le permite dedicarse por entero a sus negocios, consiente en pagar cuantos impuestos sean necesarios para mantenerles.

Pero, todavía quedaba por sortear el otro riesgo de la Democracia, cuál es, la de que, quienes se hacen con los cargos públicos, trabajen para mantener el statu quo que les ha permitido acceder a dichos cargos, comportamiento igualmente nocivo para la sociedad a la que dicen servir. Ello explicaría, como desde sus inicios, la Democracia política, nada ha hecho, por elevar la riqueza de los ciudadanos -que si ha aumentado, ha sido más por el propio esfuerzo popular que debido a la diligencia gubernamental- al extremo de que, todos podamos dedicarnos a la política sin mayor retribución, que la de satisfacer a los demás y recibir su admiración como sucede con los jefes de las islas del Pacífico en donde es elegido Jefe aquel candidato que ha procurado más alimentos a su comunidad durante los banquetes electorales, haciendo de la política todo un arte y de las elecciones un aplauso. Antes, al contrario, siempre se ha procurado asfixiar económicamente al Pueblo, en beneficio de la clase dirigente, dificultándoles con ello su deber y derecho cívico de prestar mayor atención a los asuntos sociales, para dejarles hacer y deshacer a su antojo, por estar demasiado ocupados en conseguir pagar los impuestos y gravámenes continuos que nos imponen desde sus cargos.

Con todo, la gente más prudente de lo que parece, mientras tenga para malvivir y los gobernantes gobiernen, aunque lo hagan mal y en su provecho, digamos que se contenta con eso de que Dios aprieta pero no ahoga y en buena lógica, pasa por alto las múltiples fechorías, a cambio de que las cosas funcionen aunque sea bajo mínimos, sabia actitud esta que se ha confundido con el famoso “pan y circo” por el mismo motivo que el bueno pasa por tonto, porque a fin de cuentas, todos sabemos responder íntimamente la cuestión planteada por Juvenal de ¿Quién vigila al vigilante? O sea, nadie. Siendo por consiguiente su poder despótico, malo no es que por aparentar maneras democráticas algo se contenga su instinto disimulando su despotismo, cosa que sólo ocurrirá mientras los Gobernantes crean que el populacho todavía les contempla como sus legítimos representantes. De ahí que no se quiera destapar la liebre, ni por unos ni por otros. El problema viene para todos, cuando el grado de ineficacia y desgobierno es tal, que al pueblo le compensa pasar por el trance de una Revolución, antes de continuar soportando no ya a unos malos gobernantes, sino a una auténtica Casta Parasitaria que no aporta nada y resta mucho a la comunidad.

A caso rehuyendo lo inevitable, casi sin querer, se han acometido reformas encaminadas a ponerle trabas legales al abuso de poder, pero la inercia humana hace todo esfuerzo estéril, pues como dice el estribillo, ¡Todos queremos más! No sabiendo muy bien como acertar, algunos vieron en los cargos vitalicios el mejor modo de frenar la ambición personal, dado que nadie tendría motivos para robar del tesoro Estatal, al no cesar nunca en el cargo y poder disfrutar para siempre de los beneficios colosales estipulados por ley; Otros por el contrario, creyeron que la solución consistiría en abreviar los mandatos para hacer más difícil que se tejieran con el tiempo redes estables de corrupción; Pero los gobernantes vitalicios, si bien no se llevaban nada para ellos al más allá, si procuraban que a los suyos no les faltara de nada aquí para varias generaciones y los representantes del Pueblo que sólo eran elegidos para ocupar cargos durante un breve plazo de tiempo como pudiera ser un año, despojaban a la sociedad en tan corto periodo lo que otros tardaban cuatro años o seis en hacerlo poco a poco. De esta guisa, no han sido pocos los pensadores que han contemplado el Tiranicidio como última salida para que el Pueblo soberano se libere del yugo gobernante. Es más, incluso el mismo poder regio ha tirado del castigo capital para mantener a raya a quienes se corrompían más de lo debido, por poner en riesgo la supervivencia del sistema, según lo anteriormente expuesto. Escarmiento que en modo alguno aleccionaba a nadie, pues qué era pasar potencialmente un mal trago, frente a unas ganancias presentes, contantes y sonantes.

Tomando en consideración todo lo anterior, parece obvio que, la solución no reside en pagar más a los políticos, pues siempre querrán más y se corromperán; Tampoco resulta viable rebajar los sueldos de nuestros representantes, porque entonces a los asuntos públicos llegarán sólo los más inútiles de la sociedad, como actualmente ocurre en la casta docente; Castigar la corrupción severamente a toro pasado, es evidente que no funciona; Pero pasar de la política, como hacían los idiotas griegos – ciudadanos libres que pudiendo participar de la política se despreocupaban de los asuntos públicos- permitiéndoles hacer sin escrúpulos cuanto deseen, es casi como incitarles al delito; Así las cosas, sólo parecen quedar dos alternativas: la primera consistiría en reducir al mínimo las áreas que requieran intervención gubernamental para de este modo rebajar el perfil de la casta parasitaria y por descontado del Estado. La segunda opción, consistiría en aumentar la Democracia y dar de una vez el paso de la Representación a la Acción Directa, haciendo de cada ciudadano un político para el que nada de lo común le sea ajeno y los aspectos sociales le preocupen y ocupen como propios que son. Y quién sabe si ambos recorridos no pueden ser complementarios…

Mientras tanto, ahora que sabemos por boca de Ramón Jáuregui que “nunca nada, justifica que nadie, agreda a un cargo público” al menos, deberíamos replantearnos su circunstancia en función de todo lo comentado. Para ello, volviendo a Platón, empezaríamos por escudriñar la vida de los candidatos para asegurarnos de su virtud al margen de la compensación que pudieran recibir; Hecho lo cual, bueno sería que nadie accediera a los más altos cargos, sin antes haber probado su valía en anteriores responsabilidades, sean estas familiares, privadas, civiles o institucionales; Los cargos públicos serían retribuidos según un baremo que tuviera en cuenta datos como el sueldo base o la renta per cápita para establecer un mínimo de su salario fijado en el triple o cuádruple si se quiere de los anteriores y también las nóminas más altas, dado que es inviable que el Presidente de un Gobierno, cobre legalmente menos que futbolistas, artistas, pilotos…Así, en principio los políticos tendrían motivos propios para procurar aumentar los ingresos más bajos de los ciudadanos y no se resentirán por ver como con su esfuerzo otros se lucran a su alrededor más que ellos. Por supuesto, de nada servirían estas precauciones, sin antes haber adelgazado las competencias gubernamentales, haber eliminado la duplicidad y triplicidad de cargos institucionales que en la confusión escurren el bulto de su responsabilidad al tiempo que lastran el presupuesto de la gobernanza, de no haber el marco legal adecuado para castigar enérgicamente al corrupto y sin ágiles mecanismos democráticos, para cesar en el cargo ipso facto al gobernante incapaz o imprudente, para evitar que los ciudadanos deban esperar al final de su mandato para poner fin a sus despropósitos.

Pero el replanteamiento que acabo de hacer, no se ajusta a nuestra realidad, dado que nuestros representantes, sean estos concejales, alcaldes, diputados provinciales, parlamentarios autonómicos, senadores, congresistas, europeos…más que hacer política, bien o mal, se dedican exclusivamente a mantenerse en el poder, importándoles un bledo que el Estado, sus instituciones, las autonomías, municipios, y el largo etcétera de fuentes soberanas de las que emana su legitimidad y sueldos se deterioren por momentos, no ya por su negligencia, incompetencia, desidia o irresponsabilidad, sino casi diría yo que a propósito, para que abrumada por los problemas, la ciudadanía elija como siempre por lo malo conocido. Pues bien, aceptamos la baja calidad de nuestra Casta Parasitaria como mal menor, antes de echarnos a la calle como en Túnez y tantos otros lugares, pero a cambio, va siendo hora de que mejore la relación precio-calidad. Es en este sentido en el que me sumo a la propuesta aquí traída, para recortar el sueldo a todos los chupopteros que integran actualmente la Casta Parasitaria y cuyo detalle y mecanismo de adhesión podéis hallar en http://noalossueldosdelospoliticos.blogspot.com/