Es natural que, en una sociedad cuya tasa de natalidad a penas alcanza para reemplazar a quienes pasan a mejor vida, no queden proletarios. Lo que no era de esperar, es que la desaparición de aquellos, no llevase aparejada o bien el aumento de los propietarios como prometía el liberalismo, o en su defecto, la eliminación de estos últimos, como profetizaba el comunismo, sino la absurda extendida pretensión engañosa de pertenencia a la Clase Media por una inmensa mayoría de gente que si pusiera negro sobre blanco la auténtica circunstancia de sus vidas, cuando menos, habría de revisar qué significa en su caso eso de “Media” porque no vaya a ser que, en lugar de apuntar que pertenece a un grupo de riqueza intermedia, pertenezca a un grupo de riqueza media, que no es lo mismo…pues en esta segunda expresión, la palabra “riqueza” puede intercambiarse por “pobreza” sin ver alterada en nada la realidad a la que apunta.
Por esta regla de tres, si con la desaparición de la prole, desapareció el proletariado, con la ausencia de los pobres, se acabó el problema de la pobreza. El problema ahora lo tienen esas Oenegés solidarias que están en peligro de extinción por motivos semánticos, de no ser que sufran el correspondiente proceso de reconversión para poder asistir sin cortapisas estatutarias a la Clase Media española.
Mientras llega esta reconversión, se que hay muchas personas entre las asistentes sociales y miembros de Cáritas que lo están pasando ciertamente mal por no saber a quién otorgar o denegar las ayudas, dado que hoy, resulta muy complicado distinguir quien necesita de verdad, del que solo necesita por capricho, dada la tremenda igualdad social que padecemos. Por eso, es primordial atender a algunos indicadores eficaces para distinguir a un pobre de quien no lo es: lo primero en que hay que fijarse, es en si tiene el hábito de fumar, es una de las señales inequívocas de que si no es pobre él, lo habrán sido sus padres, o de que lo acabará siendo; otro rasgo evidente de su pobreza, es si viste ropa de marca, y cuanto más grande se ve el nombre o el logotipo de la marca, mayor es el grado de desamparo, no digamos si luce camiseta del Barca, o del Real Madrid…Suele ser típico que los pobres tengan móvil y no paren de usarlo compulsivamente, es casi su seña de identidad; Si se diera el caso de que estas señales externas faltaran un modo de distinguir a un pobre, es ofreciéndole escoger algo de beber entre zumo, café, té, chocolate, o un refresco como Coca Cola, quien escoge el refresco, ese sin lugar a dudas, pobre de solemnidad; también es posible detectar al pobre, atendiendo a cómo pasa el tiempo libre, si gusta ver la tele, y disfruta paseando por las grandes superficies, está claro que es muy pobre…Da igual el arte y el talento con el que los pobres avergonzados de su condición traten de evitar ser descubiertos haciéndose pasar por Clase Media, al final, los detalles antedichos les traicionan, y las instituciones democráticas y asociaciones caritativas, podrán ayudarles, socorrerles, asistirles y cuanto sea menester, sin miedo a equivocarse.
Autor: Nicola Lococo
Cataplineando al ciudadano
Aunque estoy hasta los cojones de encontrarme en lugares públicos y privados incluidos hospitales y centros culturales máquinas expendedoras de productos nocivos para la salud y la infancia como chuches bollería industrial o refrescos de pobres que provocan diabetes obesidad úlceras caries que en el mejor de los casos no me devuelven el cambio que también las hay capaces de quedarse íntegramente el importe sin dar siquiera producto alguno por mucho que cuenten con la ayudita de la gravedad dado que gozan del inigualable privilegio de no contar con nadie que de ellas se haga responsable cuando de lo que se trata es de devolverte los chines por ella tragados mas cuenta con el lujo de su seguridad cuando los mismos se los usurpa a un ciudadano que sabe de sus derechos y no está dispuesto a seguir las cínicas y despreocupadas vergonzantes instrucciones que bedeles funcionarios oficinistas o securatas tienen a bien darte invitándote a llamar a tal o cual número de teléfono a tu coste para explicar lo sucedido a la empresa que se ocupa de su mantenimiento para que cuando venga a reponerla verifique tu denuncia y puedas recuperar vete a saber cuando si lo haces tu dinero pues bien aprendidita tiene este conjunto de mandaos que no es responsabilidad suya esa disfrazada tragaperras que tienen en su vestíbulo bien iluminadita salvo para percibir parte de los beneficios que genera y para intervenir en su defensa cuando la emprendes a patada limpia con ella para que caiga lo que has pagado más caro que en El Corte Inglés entonces si que intervienen y eso que acaban de decirte que no es su responsabilidad ni asunto suyo pero no para defenderte a ti como ciudadano sino para reprenderte tu incívico comportamiento impropio de alguien que haya ido a la escuela donde se aprende a obedecer y a aguantar quietecito sin chistar voy a ser fino en el título que encabeza estas líneas y evitaré a quien no quiera leer esta particular protesta saber que de continuo nos están tocando los cojones a los ciudadanos claro que hemos de reconocer que cada vez somos más huevazos en hacer valer nuestros derechos eso o nos los están hinchando bien.
El cheque tecnológico
Varios fueron los Ilustrados que advirtieron de la confianza ciega en el Progreso, aunque todo hay que decirlo, las exitosas constantes aplicaciones científico-técnicas a los más variados campos civiles en forma de inventos, aumentó considerablemente los motivos para sacudirse inquietudes intelectuales que solo aparecían esporádicamente verbigracia, del pincel de un Goya que representó “El sueño de la Razón produce monstruos” cuando la mejor panorámica de la situación, se la debemos a la muy distinta “Siesta de un Fauno” de Mallarme, sopor del que no se despertó hasta Hiroshima.
Entre tanto, las ventajas civiles directas, fueron desviándose paulatinamente a vías indirectas a través del mercado, de modo que el beneficio de los avances tecnológicos nacidos del humus social, ahora pasaban a dosificarse de modo capitalista según las posibilidades económicas del ciudadano. Mientras la tecnología mantuvo un cierto equilibrio entre los bienes de consumo ofrecidos ocupándose de las tareas más sufridas desplazando la masa obrera hacia tareas más gratas generadas igualmente por su irrupción, cambiando el mono azul por el traje gris, digamos que, más o menos, el grueso de la ciudadanía siguió recibiendo las novedades con confianza, tanto que decir “Nuevo” vino a sugerir “Mejor”, si bien, con la vista puesta en las promesas de la ciencia ficción, que en lo que ya le acontecía de hecho. Los problemas empezaron, cuando los motivos para el Luddismo, eran claramente superiores a los motivos para el Palurdismo general en el que se retozaba.
La cuarta revolución tecnológica ya no mejoraba la vida cotidiana, sino la rentabilidad de la producción para ampliar los márgenes de beneficios. El trabajador rodeado de chismes que solo funcionan a base de enchufarles pasta, de nada le valían si acababa en el paro, esfumándose de pronto toda la magia y el encanto de aquellos, y contemplando perplejo como la carroza volvía a ser una calabaza, pero esta vez de Halloween…
Hace tiempo que la clase trabajadora perdió el tren del Progreso, desde que dejó de reclamar la colectivización de los bienes de producción. Salvo Dios, y la Fluctuación del Vacío, nadie Crea de la Nada; Toda acción humana nace de la cultura e intrincados procesos sociales, dejando para la originalidad únicamente la firma de una conciencia orgullosa que no siempre fue tal; Prueba de ello es que, tras millones de años de evolución, la Historia está repleta de descubrimientos simultáneos sin que medien comunicaciones ni plagios…sea entonces declarada la tecnología patrimonio de la humanidad, y actuemos en sintonía con quienes reclamamos desde finales del XX la creación de los denominados “Cheques Tecnológicos” como medida factible para el mantenimiento del propio Sistema Capitalista que permita asumir un más justo reparto de la riqueza, para que a la antinatural propiedad privada de la tierra, el injusto secuestro de los medios de producción, no le sumemos la elitización de la tecnología, que acabará por conducirnos a procesos revolucionarios nada deseables.
Si aceptamos que la tecnología es en parte, producto del esfuerzo social, lo justo sería que todos fuéramos participes de los beneficios derivados de su aplicación a la producción; no solo para las privilegiadas élites propietarias. Lo ideal seria proceder con la tecnología como se hace con la costa o el espacio aéreo, declararlo bien común a salvaguardar por el Estado; pero en tanto esta sensibilidad madura, bueno sería introducir en las empresas la reclamación del mencionado “Cheque Tecnológico” cuya perspectiva, consistiría en lo siguiente: la patronal dice hacer todo el esfuerzo de inversión en la modernización de las empresas al adquirir la tecnología necesaria para ello…¡Que no lo hagan solos! – soy profundamente reformista, hasta reaccionario, de ahí que sea moderado proponiendo sistemas mixtos, pactistas y posibilistas – Los trabajadores deben invertir igualmente en tecnología, pero no por medio del estéril consumo que se evapora delante de sus narices, sino contribuyendo con un % de su sueldo al adquirir la tecnología de su empresa, a cambio de percibir su rentabilidad por doble vía, la de horas de trabajo liberadas para su ocio sin merma del sueldo, y de otra, la recepción mensual de un cheque tecnológico correspondiente a los beneficios generados por la maquinaria. Pongamos un ejemplo bien sencillito para que se comprenda lo que quiero decir:
Supongamos que RENFE cuando instauró las canceladoras y expendedoras mecánicas, la inversión en dicha tecnología de parte de la empresa fuera X. Lo correcto hubiera sido ofrecer a los trabajadores la opción de compartir con la empresa el esfuerzo necesario para automatizar las tareas hasta entonces desempeñadas por ellos, detrayendo de su sueldo durante tres, cinco, o diez años, la cantidad necesaria para su amortización, mas una vez instalada, los trabajadores empezarían a disfrutar de un horario reducido en su jornada, en función de las horas ahorradas gracias al uso de máquinas, y cuando se hubiere completado el importe económico debido a la adquisición tecnológica, empezarían a recibir el Cheque tecnológico que proporcionalmente les correspondiese…
Aquella ocasión se perdió. Pero como dice Tagore “No lloréis porque las nubes no os dejen ver el Sol, porque entonces las lágrimas os impedirán ver las estrellas” La ONCE está barajando introducir máquinas de cupones para no perder mercado frente a las tragaperras y la oferta agresiva de las casas de apuestas de internet, cosa que ha de hacer sin demora si de lo que hablamos no es de la salud mental del pueblo, sino de su supervivencia como empresa con fines sociales y asistenciales. Pues bien, no se trata de impedir el lógico desarrollo de los acontecimientos, sino de encauzarlos de modo más humano para impedir que buscando el bien de todos, suceda el mal de muchos y beneficio de muy pocos. La ONCE está a tiempo de recoger esta idea del “Cheque Tecnológico” que aquí ofrezco gratuitamente que posibilitaría su reconversión, sin perjuicio de su plantilla. De esta forma, nadie sería despedido. Es más, los puestos serían conservados de padres a hijos, vendidos, regalados…ya digo que soy bastante liberal en mis enfoques reaccionarios.
¡Usted paga!
Las organizaciones de consumidores llevan lustros reclamando, en vano, un mejor etiquetado de los productos que se ponen de venta al público. Hace tiempo también que se demanda una mayor garantía en la adquisición de la vivienda la cual brilla por su ausencia si la comparamos con la que te ofrece cualquier casa de electrodomésticos al comprar una vulgar plancha. Estas dos habituales carencias del mercado, el mal etiquetado del producto y la falta de garantía en grandes compras, curiosamente se dan la mano en nuestra contra cuando se trata de Obra y Servicios Públicos, pues fíjense ustedes con que facilidad se hacen, deshacen y rehacen las mismas aceras, zanjas, asfaltos, poniendo y quitando ladrillos, farolas y papeleras, lo que se dilatan los plazos de ejecución y entrega sin que observemos el ciudadano medio una sustancial rebaja en el coste presupuestario o sepamos de las consecuencias que ello conlleva para las empresas adjudicatarias, las contratadas, las subcontratadas y chapuceriles., y cuan indefensos nos hallamos ante retrasos y tardanzas varias de parte de la administración en los asuntos varios sean sanitarios, judiciales, educativos, o cualesquiera otros. Y con que descaro se da cuenta de todo ello en enormes carteles y lustrosas placas donde aparecen los datos informativos cuya información, deja mucho que desear, acorde a la calidad de las obras realizadas a plena luz del día, ante nuestras propia narices.
En los letreros informativos, aparecen los datos técnicos de la obra en cuestión, que está muy bien por si alguien no sabe distinguir una carretera de un edificio; el nombre de las empresas contratadas por si reconocemos la que ha hecho la mierda de casa en la que vivimos y poder advertírselo a la institución de turno para que denuncie el contrato; reflejan el coste en euros de la obra contratada cosa que está genial por si sobra dinero; y nos dicen que Instituciones sufragan su realización, que también estaría bien si junto a la Unión Europea, el Gobierno de España, el MOPU, los Gobiernos Autónomos, las Diputaciones, los Excelentísimos Ayuntamientos y el largo etc de negruzcas brumas interpuestas entre la factura de los hechos y nuestros impuestos, apareciera siempre en letras grandes ¡Sus vecinos y Usted mismo! pues, aunque se nos diga mil y una veces que ¡Hacienda somos todos! que las Instituciones democráticas nos representan velando por los intereses comunes que nos afectan, como que a los ciudadanos se nos olvida, tanto o más, que a los servidores públicos y dejamos de tener conciencia de que escuelas, carreteras, hospitales, parques, casas de cultura, polideportivos, servicios asistenciales, tribunales de justicia y toda la pesada carga que atribuimos al buen o mal hacer de las Instituciones, en resumidas cuentas, lo hacemos nosotros, por nosotros, para nosotros, con lo nuestro, mientras parece que lo hacen otros, para otros, con el dinero de otros, sin nosotros. Porque, es entonces, cuando nos trae sin cuidado que las cosas vayan de mal en peor, que se despilfarre, que haya corrupción, que las obras se eternicen o cuando se acaben se tengan que volver hacer y un si fin de calamidades en todos los ámbitos, que de seguir así, harán deseable la Fiesta de la Tortilla, versión española del Tea Party, que clamará por la privatización de todos los sectores públicos, más de lo que ya están, para que los beneficios sean privados mientras las pérdidas sean públicas, que es lo que se está buscando decididamente por parte de toda esta banda de malhechores a quienes votamos con la única esperanza de que no lo hagan peor que el anterior, o al menos que nos salga más barato. Pero sin suerte en cualquier caso, siendo su incompetencia cada vez más cara.
Los letreros informativos deberían reflejar siempre que, el que paga es el ciudadano, en un lenguaje directo como el que se utiliza para pedir el voto, de modo que cada persona que pase por delante de ese letrero, sienta suya la obra, el edificio de la biblioteca, propio el parque de bomberos, impresión que irá moldeando la conciencia particular y colectiva para que la ciudadanía empiece a preocuparse por sus bienes y no como hasta ahora que parece que todo lo público es del viento. Que ya sabemos lo que ocurre con el viento que se lo lleva todo, los discursos electorales, los derechos constitucionales y si nos descuidamos, hasta los letreros.
Mierda se escribe con Q
El complejo de inferioridad de los hispanohablantes actual, es similar al que padecieron los oriundos de cualquier lugar que avergonzados de hablar sus propias lenguas locales ante un poder político-económico expresado en otro idioma, facilitaron con ello su casi por completa extinción bajo la cobertura moral para su cobarde comportamiento de la prohibición extranjera opresora, bla, bla, bla. Sólo que en esta ocasión, es mucho más bochornosa la actitud de genuflexión colectiva mostrada hacia la infección del inglés, por cuanto todavía el español no ha sido prohibido entre nosotros.
A la clásica mezcolanza reiteradamente denunciada que nos encamina a chapurrear spanglish enormemente potenciada por la dañina publicidad dirigida a deficientes lingüísticos…ahora, nuestras Instituciones, empresas, hoteles, colegios, y no me extrañaría nada que hasta el Instituto Cervantes, andan detrás de obtener, no sin poco sacrificio e inversión financiera, la famosa Q. Pero no la Q del Quijote o de Quevedo. ¡No! Se trata de la Q de Quality. ¡Qué vergüenza! He pensado para mis adentros cada vez que he visto tan magno despropósito lucido enmarcado en vestíbulos y recepciones de toda clase de negocios al modo como los malos médicos y abogados te dan con los títulos en las narices nada más entrar a sus consultas y despachos por si sus prácticas te dejan preocupado…
Pero, la vergüenza ajena que he pasado durante los últimos años desde que se puso de moda este identificador de fracasados, segundones y atajistas que no otra cosa son los que persiguen la Q en lugar de la calidad, ha quedado empequeñecida al lado de la que todos los que tienen asignada dicha Q habrán experimentado al enterarse a toda página en los periódicos de que participan de la misma credibilidad en su sector, sea este educativo, hostelero, alimentario, turismo…que la calidad de la carne ofrecida en sus hamburguesas por Mac Donalls, cuyos locales – me niego llamarles restaurantes, en todo caso, comedores sociales – desde ahora, podrán lucir como ellos la Q de su Quality.
La concesión a la repugnante cadena de hamburgueserías de este señuelo para incautos que es la Q, ha provocado distintas reacciones: a quienes se hayan esforzado en obtener este señuelo para tontos, les habrá dolido como una bofetada de vuelta y media; Al resto de la población, sólo les habrá pillado por sorpresa sin tiempo de digerirlo debidamente e incluso a más de uno se le habrá atragantado la comida evitando no echar la carcajada por creerlo una inocentada anticipada; Y a mi, que cometo tantas faltas de ortografía, me ha despertado curiosidad por saber si ya puedo escribir mierda con Q para decir QaQa.