Pobre pobreza

Quienes ven el Tontodiario se creen que la opresión pasará y todo volverá a se como antes. Quienes leemos entre lineas al FMI sabemos que ya nada será igual, de modo que las próximas despedidas de San Fermín, todos los presentes podrán cantar de verdad el conocido ¡Pobre de mi!

Solemos criticar la poesía, porque en exceso, se preocupa más de la forma que del contenido. Pero en ocasiones, hemos de reconocer, que de su buena hechura rezuman significados ocultos del todo desapercibidos durante el discurso que no obstante modulan actitudes, comportamiento, acciones y reacciones, tanto en el hablante como en sus interlocutores, de modo que también merece atención en prosa, a parte de lo que se dice, el cómo se dice, todo sea que digamos cosas que a la postre traicionen desde la retaguardia de la estructura profunda psicolingüística chomskyana cuanto se quería decir.

Asumimos que desde la irrupción de Hume en la escena filosófica, la relación causa-efecto ya no fue la misma para regocijo del escepticismo que desde entonces campa a sus anchas, porque como señaló a los ojipláticos contemporáneos, “que el Sol haya aparecido todos los días hasta hoy, no permite deducir que necesariamente deba hacerlo mañana…” Sin embargo, ello no nos autoriza para invertir la lógica de los hechos positivos cuando estos se dan como ha sucedido en fechas recientes en el mundillo periodístico, con la última encuestita del INE, en el que algunos medios de manipulación, sin escrúpulo alguno, han descrito la realidad al revés de cómo esta aparece, publicando a los cuatro vientos que la “Pobreza” golpea a uno de cada cinco españoles y que azota a tres de cada diez familias, deslizando subrepticiamente en las mentes confiadas que les atienden con ello, la maligna idea de que la “Pobreza” es causa de nuestra situación, cuando lo cierto es que se trata de un efecto de la misma. O sea, que la pobreza es efecto y no causa de nuestra forma de vida, de nuestro sistema económico, de nuestra estructura social, del injusto reparto de la riqueza, etc. Por ello mismo, los medios de comunicación, deberían evitar hablar de pobres, que sustantiva la condición, cual naturaleza emanada del útero social y en cambio acostumbrarse a decir “empobrecidos” que remite a una secuencia Plotiniana degradante fruto de un sistema injusto que se ceba en los sujetos aludidos con el término en cuestión.

Hablar de la “Pobreza” como un agente inmiscuido a su antojo en nuestra historia socioeconómica, en nada nos diferencia del Hinduismo o el Animismo en los que tienen un dios determinado para explicar cualquier efecto, desde la lluvia hasta la fertilidad. Claro que es más cómodo para la psique propia y para la clase dominante de turno, que las distintas culpas se repartan entre los fantasmas de la Crisis que nos acucia, el Paro que no para de subir, la inflación que ha disparado los precios, y todos estos demonios que atormentan nuestra cotidianidad, antes de pararse a pensar a lo Mao a quién beneficia esta falsa religión de la economía para dar con los auténticos causantes de gran parte de todos estos Males, incluida la pobreza a la que está condenada más de media España si contamos como se debe contar a viudas, pensionistas, desempleados, mileuristas, seiscientoseuritas, veinteañeros que viven con sus padres, etc. Quienes por otra parte, encontrarán estéril consuelo en la Fe católica, reconfortándoles las Bienaventuranzas y saber que los camellos de los ricos lo tienen difícil para pasar por los arcos estrechos de lo cargados que van, que no otra cosa significa el ojo de aguja, expresión como se aprecia, tan granuja como la de que, los ricos también lloran, o esa aún más canalla que confunde pobreza con honradez.

EpC: Cómo leer el periódico del bar

Creo que no es nada buena para la convivencia social nuestra querida costumbre de leer las noticias tomando café. Por lo del excitante...

Las bibliotecas con su silencio ensordecedor, asustan al ciudadano medio acostumbrado al bullicio callejero y a nuestros universitarios que han aprendido a evitarlo colocándose auriculares en sus orejas de zo-pencos, pues el provecho que les van a hacer las horas que metan en semejante disposición, poco se diferencia del que le haría hincar codos en la discoteca.
Será por este ancestral temor al silencio, parejo al miedo a la oscuridad, quedarse a solas y desconfianza hacia lo desconocido, que los bares parecen hemerotecas, como los kioscos librerías, las librerías tiendas de música, las tiendas de música establecimientos de ropa, y las tiendas de ropa lugares de ocio juvenil a las que solo falta las litronas. Estando así de desacompasado el mundo, se hace necesario un renovado orden moral para armonizar la deteriorada convivencia.
Lo primero que se ha de tener presente, en el caso que nos ocupa, es que el bar, pone a disposición de todos sus clientes una limitada cantidad de periódicos, de lo que se colige que, uno no puede atraparlo para si solo durante mucho rato; el periódico de bar, no está para escudriñar la línea editorial, ni el estilo de tal o cual calumnista, sino para hojearlo u ojearlo. Con todo, si el establecimiento ofrece más de un ejemplar, ni tan mal. La situación, en cambio, puede generar nerviosismo en quienes han acudido a tomar café con la primordial intención de desayunar las noticias encontrándose con un monopolizador del servicio lector, viéndose obligado a merodear por las mesas a lo avestruz intentando divisar un diario suelto, o a vigilarlo como ave de rapiña desde la barra, para hacerse con él en cuanto lo suelte de la mano. Los sufridores habituales, hace tiempo que tenemos asumida la situación aprendiendo a entrar en bares sin consumir hasta tener la certeza de que podremos echarle un vistazo, sin darnos vergüenza alguna abandonar el local de detectar sospechosas cómodas posturas de nuestros competidores que se hayan adelantado en capturar los ejemplares buscados, entre ellas, la de tenerlo abierto de par en par sobre la mesa con el café terminado y los dos brazos sobre sus lados a modo de pisapapeles, eso cuando tiene interés… ¡Porque esa es otra! basta que desees una publicación determinada, para que su horko custodio, se deleite charlando mientras hace que lo lee…empieza entonces uno exasperado a empujar con la mirada el ritmo al que van pasando las hojas hacia el final, con la esperanza de que cuando esto suceda, lo deje libre, perspectiva que demuestra no ser científica del todo, de tratarse de un lector tiovivo que le gusta primero mirar los titulares para luego volver darle una vueltecita más detenida. Pero se empieza a emular al Capitán Hadock echando rayos y centellas cuando descubrimos a un sinvergüenza acurrucado discretamente en un rincón del establecimiento precisamente con el diario que andas buscando desde hace media hora y que lo tiene en secreto para hacer un puto crucigrama ¡Vete a hacer los pasatiempos a la playa! Lo primero, que el periódico no es tuyo y debes devolverlo tal cual te lo han dejado, de igual modo que no puedes arrancar una noticia, tampoco debes solucionar los crucigramas sobre el papel; lo segundo es que el diario es sobre todo información y si ya criticamos que un solo lector lo acapare más de media hora, que no diremos de estos especímenes del pasaratos, sobre todo cuando no conocen a Ra, Pi, Po, fa. Ea, y demás conocimientos necesarios para personas que seguramente también lean los horóscopos…cierto es que, los dueños no suelen poner pegas a esta práctica, pero deberían reconsiderar su permisividad que puede hacerles perder clientes adictos a las noticias; hace tiempo plantee un protocolo para que se prohibiera resolver pasatiempos en los periódicos del día, y que a tal efecto, se usaran los de la jornada anterior. Eso, o que los propietarios se tomaran la molestia de recortar la sección para evitar tan insana costumbre entre su selecta clientela. Y ya puestos, los hosteleros deberían desmembrar los diarios, como mínimo, en sus cuadernillos, que para algo se han tomado la molestia de hacerlo así las propias empresas editoras; las ventajas son enormes, porque con un solo ejemplar, contentarían a varios clientes, cuanto mayor rendimiento obtendrían entonces, de atreverse a separarlo por secciones, labor que reconozco harto compleja por la propia distribución en como viene diseñado el pliegue del periódico, pero que podría arreglarse de elevar una sugerencia en este sentido a los medios de comunicación.
Si al nerviosismo, la desesperanza, la exasperación ya explicadas, le sumamos la mala hostia que a uno se le pone cuando descubre como los hay capaces de tener dos ejemplares en su haber, uno debajo del otro, para que no se le note, ahí si que ya se pierde la compostura y no se duda en acercarse felinamente a lo Rodríguez de la Fuente para preguntar con mala cara ¿ No será del bar? Caso perdido en cambio es, cuando pillas en plena faena a la mafia que acapara los escasos ejemplares pasándoselos unos a otros tras retenerlos indebidamente para el trueque.
Todo ello hace que hasta nos agrade los malos modales de quienes sueltan el periódico sobre la mesa en la que están, sin dignarse a devolverlo al lugar de dónde lo cogieron, llevando con su ausencia a la confusión del resto de usuarios, y hasta disculpemos a los cochinotes que tras zampar a tariscos sus grasientos bocatas de tortilla sobre las hojas del periódico, los devuelven impregnados con sus huellas dactilares, humedades, goteras y vicios ocultos, en forma de miguitas o patatas pegadas, pues ambos comportamientos, mal que bien, suponen que los ponen de nuevo en circulación para que los disfrutemos todos. Hasta ese extremo hemos llegado.

Nueva magnitud lingüística: Hiperlativo

Desde siempre, la economía del lenguaje ha buscado el modo de atrapar las distintas realidades del modo más sencillo posible. Por ello, cuando le ha sido posible, ha evitado crear un nuevo vocablo, si el correlato designado no difería en lo sustancial respecto a cualquier objeto ya relacionado con un término conocido, póngase por caso, la magnitud del tamaño, el peso, la altura o lingüísticamente hablando, aspectos adverbiales o adjetivales. Así, diminutivos, aumentativos y superlativos, entre otros, ayudan al hablante a distinguir entre un cochecito y un cochazo. Esto ha sido así, mientras el mundo al que hacía referencia el leguaje era, por decirlo de alguna manera, un entorno observable, bien directamente a través de los sentidos, bien mediado por instrumentos rudimentarios que todavía requerían De su participación para acceder a los detalles macroscópicos o microscópicos de referencia.
Antes de proseguir, hemos de reparar en que, todo saber filosófico, científico, religioso, artístico…no sólo bebe pasivamente del acervo común de las personas que los cultivan, sino que en ocasiones aporta al caudal comunicativo voces propias de su jerga que, con el tiempo, son asumidas por el resto de los hablantes de forma natural. Son innumerables los casos: todo el mundo sabe lo que es el Amor Platónico, el Giro Copernicano, la metástasis, un ecosistema… En cierto modo, el conjunto de jerigonzas enriquecían la apreciación de la realidad e incluso corregían al sentido común como sucede cuando todavía decimos que “sale el Sol”. Esta simbiosis entre el lenguaje coloquial y el registro especializado, fue posible en un tiempo en el que las distintas disciplinas trataban con los mismos objetos que cualquiera de los mortales y por consiguiente, la velocidad con la que eran capaces de acuñar palabras extrañas en su materia, era pareja a la que el pueblo lego, podía asimilarlas. Células, átomos, infrarrojos, ondas, electrones, todavía fueron usados en su contexto apropiado aunque fuera metafóricamente y si bien, pocos eran los que con exactitud sabían lo que estaban diciendo, al menos sí se manejaban con una vaga idea de lo que se quería decir.
A comienzos de siglo XX la Teoría de la Relatividad junto a la Mecánica Cuántica, limitaron el poder explicativo de la Física Newtoniana a los límites antedichos en los que la humanidad sabía conducirse intuitivamente de la mitocondria a Sirio con instrumentos todavía artesanales, pero negándole su vigencia en el mundo subatómico y la escala macroscópica que requería el Big-Ban. El lenguaje científico se las ha visto y deseado para moverse en estos nuevos mundos tan grandes y tan pequeños donde millones y toneladas pasan del todo desapercibidos a la hora de contar y en los que ceros y decimales ocupan páginas enteras antes de llegar a su fin la cifra con la que se desea operar, cuando no ocurre que se trabaja con números Trascendentes e Irracionales. De esta guisa, se habla de años luz, tiempo de Planck, Constante Cosmológica… que más o menos, han ayudado a medir los nuevos objetos y entidades, aunque sus medidores no puedan hacerse una idea clara de sus propios resultados – cosa que sucede desde la época prehistórica cuando se pasó del número 4, pues está comprobado en laboratorios psicológicos que a partir de dicha cantidad, la mente humana tiene serias dificultades para comprender lo que está diciendo o escuchando sin que intervengan otros mecanismos, como pueden ser el aprendizaje o la lógica – sin embargo, el lenguaje coloquial no ha tenido tanta fortuna en la adaptación a la hora de encajar los nuevos conocimientos adquiridos.
Es posible que, fuera el mundo plano o redondo, la comunidad de los hablantes no sintiera la necesidad de distinguir entre aquí, ahí, allí y allá. También es comprensible que, fuera una época de escasez o de bonanza bajo un régimen feudal o industrial, la gente tuviera claro entre mío, tuyo, suyo, nuestro, etc; Igualmente se entiende que, las grandes distancias y las grandes cantidades medidas en millones de kilómetros y toneladas, tampoco hicieran necesitar de nuevas palabras para comunicarse entre gente corriente, porque a fin de cuentas, el mundo en el que la gente llana debía desenvolverse familiarmente se bastaba con la terminología común, y únicamente cuando se separaba del torrente comunicativo, cambiaba de registro. Empero, hemos aquí la diferencia, en nuestro mundo cotidiano, regido por la ciencia y por la técnica, en el que todos somos especialistas de algo y lo virtual se confunde con lo existencial, sucede que la mente del hablante, atorada de descripciones infinitesimales con un gusto extremo por la pulcritud semántica, la exactitud de los términos y la precisión enfermiza con la que ha de trabajar a diario, se ha deslizado sin dificultad, de la reducida esfera de su campo, al amplio magma sociolingüístico de la era de la información, rompiendo el equilibrio en el que el lenguaje coloquial ayudaba a los saberes separados, a la vez que estos, condimentaban al mismo, con la debida mesura, mas sólo cuando era necesario para la metáfora.
Hoy es el día, en el que los tradicionales diminutivos, aumentativos y superlativos, a penas alcanzan para expresar psicológicamente la realidad mental que se desea transmitir. ¿Qué es mucho o muchísimo con diez elevado a la cien? ¿Qué es pequeño o pequeñísimo mientras conocemos la presencia de los quarks? A la tradicional discusión relativista sobre lo que es poco o mucho para tal o cual persona y al problema ya apuntado por Gorgias sobre la imposibilidad comunicativa entre los interlocutores, ahora nos encontramos con el sufrimiento íntimo de la persona, por ver como el lenguaje con el que desea expresar sus contenidos mentales sean estos emocionales, sentimentales, volitivos, desiderativos, o de cualquier otra especie, se le queda enormemente grande o demasiado corto, para transmitir la realidad a la que intenta referirse, acostumbrado como está en su sector laboral, burbuja académica o ámbito artístico cultural, a dar con la magnitud apropiada. Es como si al lenguaje musical se le redujera al espectro que hay entre la blanca y la semicorchea…¿qué sería de Satie o de Khachaturian?
Pues bien, aunque el problema al que aludo en estos párrafos, es muy amplio dando para escribir largo y tendido sobre el asunto, se me ha ocurrido una idea muy concreta y especial para ayudar a la comunidad de los hablantes a expresarse con naturalidad en la legua castellana, sin necesidad de recurrir a artificios que, aunque usados asiduamente, no han terminado de cuajar porque remiten a la nada cognitiva en la velocidad de su empleo, pues pocos sabrían distinguir entre super, mega, hiper, macro y sus correspondientes descendentes donde únicamente micra y nano han hecho fortuna, siendo todavía frecuente que algunos confundan el decámetro con el decímetro… cuál es, la de duplicar la anteúltima sílaba del superlativo que deseamos utilizar para ir más allá lingüísticamente de lo que hasta hora habíamos llegado con una sola palabra evitando perífrasis y circunloquios que tanto entorpecen la fluidez oral y la comprensión escrita.
La idea apareció de regalo, mientras mi novia Paloma charlaba por teléfono con su sobrinito Miguel; Sin querer, me enteré de que aquel renacuajo tenía un sopopótamo y que le quería a ella muchisísimo. Pronto advertí en el término “sopopótamo” la infantil coherencia de introducir en la palabra otra “o” acorde en anchura onomatopéyica con el animal designado desplazando a la “i” que ciertamente no le corresponde. Menos aún, me costó entender la intención de la duplicidad silábica que acontece en “Muchisísimo”: aquel niño de 4 años quería decirle a su tita, que la quería más que muchísimo. Paloma y yo no tardamos una hora en usar entre nosotros el nuevo hiperlativo o la nueva magnitud lingüística. Yo concretamente, la asumí con total naturalidad por que contemplé lo bien que se ajustaba a alguna de mis necesidades expresivas. Tras probarla en mis conversaciones privadas, ensayé estirar los superlativos para sorpresa de mis interlocutores, quienes interrogados en caliente sobre estos particulares, coincidían de inmediato en comprender que lo que se quería decir, era muchísimo más, de lo que hasta hora se había podido transmitir con los superlativos al uso.
Así pues, solo me queda dejar aquí la propuesta para que ustedes los hablantes la hagan suya y que la RAE tenga a bien aceptarla e incorporarla en las próximas ediciones de sus diccionarios, de modo que todos podamos decir muchisísimo, larguisísimo, aunque no dudo que haya quien piense que esto es una grandisísima chorrada.

Mercado marcado

La escoria social gusta de identificarse a través de marcas que divulga sus inclinaciones favorables a la explotación infantil de llevar NIKE, o contra la ingestión de carne de entrar en un Mac Donalls...porque quienes no somos escoria social, nunca se nos verá ni vestir, ni comprar, y mucho menos beber o comer nada de marca.

Desde los inicios del mismísimo Génesis, puede apreciarse la notable diferencia que hay entre señalar y marcar: Cuando Dios prohibió a Adán y Eva comer del fruto prohibido, se limitó a señalar cual de aquellos árboles se trataba. En cambio, tras acontecer el asesinato de Abel a manos de Caín, se vio obligado a marcar a Caín para que todo el mundo pudiera reconocerlo, y no se cobraran venganza, dado que lo había perdonado y dejado libre.
Y es que una de las funciones de la marca, es que no se borre con el tiempo y cumpla su función de modo público y reconocible para todos. Así se empezaron a marcar las cabezas de ganado para evitar las típicas disputas entre clanes rivales y cuantos se dedicaban al pastoreo por a quién pertenecía ésta o aquella cabra. No se tardó mucho en extrapolar esta costumbre a los propios seres humanos, que por deudas o por conquista, habían caído en la esclavitud. Incluso, en plena edad media se llegó a crear el territorio conocido como Marca, que pertenecía precisamente al Marqués, por lo que cuanto había de productos materiales y personas en dichos lugares, pasaban a ser de su entera propiedad.
No se sabe muy bien cómo, pero el caso es que en menos de un siglo la marca ha sabido desprenderse de su ignominioso pasado, y resucitado con un nuevo pelaje a ojos de la ciudadanía. Hoy todo viene marcado, desde el laterío más rudimentario, hasta los automóviles, pasando por un sinfín de prendas de ropa, alimentos, música, deporte, que no conformándose con ser etiquetados, que es lo que les corresponde, ahora lucen toda clase de símbolos antropológicos interculturales, conocidos como “Logos” que dan rango de distinción a quien los adquiere y luce.
Es en ésta sociedad, cada vez más desarraigada de sus tradiciones, de su singularidad y de su particulares formas ancestrales que le reportan pedigrí y auténtico abolengo, en donde las marcas, han sabido ocupar el hueco emocional que les corresponde en encarnizada disputa con las sectas y tribus urbanas que pretenden hacer lo mismo. Y es que hoy en día, más que en una sociedad nos hallamos todos inmersos en un inmenso mercado global donde nada ni nadie escapa al menudeo de cuanto caiga bajo la voraz espiral de la oferta y la demanda: Todo se puede comprar y vender, materias primas, productos manufacturados, servicios, información, datos íntimos de las personas, lealtades, imagen, sexo, ocio. ¡Todo!
Dicen los expertos que se trata del mercado libre. Pero libre… ¿para quién? Hoy por hoy, lo menos libre que hay en el mundo es precisamente un mercado, donde tanto productos como personas aparecen marcados. Se trata, nunca mejor dicho, de un mercado marcado: marcado en el sentido de barriobajera trampa, propia de los jugadores de cartas, en donde las grandes empresas y multinacionales, abusan de sus monopolios de poder para, corrompiendo a políticos y comprando espacios en los medios de comunicación, hacer de un lado, competencia desleal al pequeño comerciante y al mediano empresario, y de otro, engalanar con un persuasivo marketing a toda la ciudadanía, ahora convertida en consumidores.
Pero el mercado también, como digo, está marcado en el primigenio sentido de estigmatizado como lo estaban las reses en el corral, los esclavos en la plantación o los siervos en el feudo. Hoy en día, todos los productos parecen pertenecer a Nestlé, a la Philip Morris, o a la omnipresente Coca-Cola. Las franquicias han proliferado como hongos, que amenazan con su venenosa presencia enterrar la comida típica entre hamburguesas de McDonald’s y lápidas de Pizza. Y nuestros jóvenes, que se jactan de no llevar símbolos ni políticos ni religiosos, se han convertido en auténticos hombres anuncio de los pies a la cabeza, de las marcas Adidas, Nike, Levis, y la que tenga a bien, ponerse a tiro. Pero curiosamente, sin cobrar un duro por ello, antes bien, al contrario, pagando precios abusivos que les hace sentir más de lo que son y los degrada hasta allí donde se les quiere ver para que necesiten de semejantes marcas, para sentirse algo o alguien en la vida. Casi casi, han interiorizado tanto que precisan la marca, no para lucirla entre los demás, sino en su propia intimidad, que no es raro, la jovencita o el jovencito, que también lleva marcadas las bragas y los calzoncillos, una con Woman Secret, y el otro con Kelvin Klein.
Esperemos que la crisis haga bueno el refrán de “ No hay mal que por bien no venga” y dejemos todos la tontería de vestir de marca que habría de ser sinónimo de esclavitud y estupidez más que de estar a la última, ser más chic o guay, y se ponga de moda no ir a la moda; porque si esperamos a que la gente lea el excelente ladrillo de Naomi Klein “No Logo” o el ameno “No Marcas. Diario de un anticonsumista” de Neil Boorman, vamos apañados, pues la capacidad lectora de quienes visten marcas, a penas les da para reconocerlas en tiendas y supermercados.

Sáhara, en el desierto moral

http://www.youtube.com/watch?v=xtFtKLBbt9E

De nuevo, el pueblo Saharaui ha sabido hacer de la necesidad virtud y dado que vive en el exilio en su propia tierra desde hace más de 35 años, a modo de protesta, miles de familias se han echado literalmente al desierto fuera de las ciudades donde han sembrado entre las dunas, un mar de jaimas para denunciar la segregación y apartheid que padecen social y económicamente de parte de la población colona marroquí, que demuestra no tener nada que envidiar a los nazis israelíes en el arte de la ocupación.
Entre los improvisados refugios que constituyen una original forma de protesta pacífica ante una potencia agresora, destaca por su amplitud e importancia simbólica, el “Campamento Justicia” sito a 13 kilómetros de la capital El Aium que ya cuenta con más de 3.000 jaimas y 12.000 habitantes.
Las reivindicaciones tienen que ver en esta ocasión, con el derecho de la población autóctona a tener un mínimo de acceso a vivienda, puestos de trabajo y educación para sus hijos, o a los recursos naturales, como el agua potable, los fosfatos y la pesca, cuyos beneficios van a parar a las arcas del Rey y empresarios extranjeros sin escrúpulos que pactan con el gobierno marroquí el reparto de su explotación. La situación es tan escandalosa que «si un saharaui quiere tener una casa, tiene que alquilarla a un marroquí; el Estado Marroquí nos impide estudiar ingeniería o profesiones similares para mantenernos dependientes. Las fábricas, negocios, comercios…están en manos de colonos”, dice indignado Omar Zrey-Bia, representante del Frente Polisario.
Esta es la enésima predicación del Pueblo Saharaui en el desierto moral Internacional en el que se ha convertido la Asamblea de Naciones Unidas, a la que por cierto, el pueblo Saharaui, como el Mapuche, el Tibetano, el Kurdo, Palestino, Ogoni, o tantos otros que denominamos “Prescindibles” no está invitado para pronunciarse con voz y voto, como le corresponde por su identidad y lucha. Por ello, han escogido cuidadosamente el momento, precisamente ahora que por la región pulula el enviado especial de la ONU para el Sáhara Occidental, Christopher Ross, que tiene intención de reactivar las conversaciones de Paz entre el Polisario y Marruecos.
Marruecos ya ha dejado bien claras sus intenciones; Su ejército y policía, ha rodeado de alambre de espino los campamentos, ha situado tres cercos de seguridad en torno a ellos e impide la entrada de agua y víveres para doblegar la voluntad de sus pacíficos e indefensos ocupantes. Espero que esa pobre gente no confíe demasiado en la solidaridad internacional, pero tampoco en sus posibilidades, porque de lo contrario ya les veo, disecados al Sol pasto de los buitres, o entregados al espejismo de ver intervenir a la OTAN en su ayuda para democratizar la zona, expulsar a la potencia invasora, restituir el orden internacional, promover el desarrollo económico y todas esas lindezas de las que han gozado, Somalia, Yugoslavia, Kuwait, Irak o Afganistán…que no sé que es peor.