Nenúfar

NENUFAR

Es un hecho fácilmente comprobable, que “Nenúfar”, en cuanto palabra, encierra para literatos y sobre todo poetas, un irresistible encanto que lo sitúa por encima de otras flores a fin de pregnar con su bella fragancia neurolingüística a sus composiciones, sin necesidad de que los lectores y aún sus autores, tengan presente en sus mentes la imagen del correlato real al que remite voz tan evocadora. Es así, como el nenúfar y más aún, su plural, los nenúfares, se convertirían en una presencia casi imprescindible en la literatura del siglo XIX.

A priori, no podemos apelar a la rareza de su terminación dado que en castellano son infinidad los vocablos acabados en (–ar) debido a la abundante primera conjugación del Infinitivo, la única de las tres que todavía no se ha cerrado para sumar nuevos verbos. Habremos entonces de hallar el secreto de su delicioso atractivo en la raíz Nenuf- y en su esdrujulización del plural, mas como de esto último ya hemos versado suficientemente en otras entradas del DBP, nos centraremos en lo que corresponde, averiguar los motivos subyacentes a su belleza en esas cinco letras que contiene la raíz Nenuf-.

La aparición de una (u) en medio de la palabra ya de por si es algo muy interesante, más, cuando la combinamos con la (a) de la terminación, porque hay cierta relación del despliegue de los pétalos del nenúfar con el brusco paso de una vocal cerrada como la (u) a la más abierta cuál es la (a), sutileza que capta la psique tomándolo como un desahogo sensorial pronuncial que se observa, verbigracia en la exclamación ¡Uhaaa!

Este desahogo pronuncial es acrecentado por la presencia de una (f) cuyo valor neurolingüístico en toda palabra suele estar asociado a la extensión del significado. Así tenemos que la (f) aparece en fragancia, perfume, fumigar, flatulencia, fregar, fuego, foco, fuerza… que no dejan lugar a dudas sobre esta particularidad. De este modo, tenemos que (–ufar) vincula la extensión de los pétalos de la flor con la expansión de sus colores y fragancias.

Por otra parte, tenemos una doble (n) situación que introduce ternura como acontece en cualquier duplicación consonántica por retrotraer el balbuceo a la conciencia adulta. Si a esto añadimos que la (n) en su duplicidad responde a una contención donde la lengua se tensiona conteniendo imperceptiblemente por un instante la respiración, el anterior desahogo pronuncial se ve multiplicado en el hablante que pasa de la (nn) a la (f).

Ahora bien…debe haber algo más en la palabra Nenúfar para explicar su magnetismo lingüístico en la creación poética, magnetismo que hallamos también en la voz Ninfa y es casualidad que en relatos, cuentos, poesías y canciones, Ninfas y Nenúfares pululen entre versos y exclamaciones compartiendo sus encantos.

Será entonces que en la combinación n-n-f se proyecte inconscientemente una ternura inocente que se abre al exterior, asunto que debería hacernos reflexionar sobre el posible remoto entroncamiento vía sánscrito entre la voz de origen árabe “Nenúfar” una flor que se halla flotando en los estanques con sus pétalos abiertos de par en par, con la voz de origen griego “Ninfa” divinidad de las fuentes y estanques que también servia para designar a la novia recién casada.

Azabache. DBP

Pocas voces acabadas en (e) son bellas sin hacer gracia, pues la segunda vocal, con frecuencia es empleada en la terminación léxica para proyectar cierta degradación del término, aunque a su vez, introduzca por inversión psicológica ternura en el contexto por parte de quien atiende su significado como ocurre con la terminación –ete en taburete, chupete, o retrete y en menor medida, en cacahuete, torniquete o soniquete. Con todo, la (e) cae simpática y su simpatía hace afable tanto al grumete como al elefante, al berrinche y al cachivache.

Precisamente, esta simpatía de la (e) se aprecia en Azabache, aunque en ello tenga mucho que ver no tanto la vocal por si misma, cuanto la conjunción con el fonema (ch). De hecho, otras voces terminadas en –che, cuando menos, son simpáticas o agradables como mapache. Curiosamente la terminación –che, sólo imprime este carácter a la palabra cuando esta alcanza el trisílabo, pues en vocablos como parche, bache, coche, o noche, les afecta su degradación o ensombrecimiento. Un modo de verificar que es el fonema (ch) el que eleva en grado la simpatía de la palabra nos lo brinda el térmno “Compinche” mucho más simpáitco que el mero cómplice aunque este también participe de la terminación en (e).

La belleza de azabache, destaca sobremanera, porque es muy dicifil hallar en español una palabra que contenga (ch) sea al cominzo sea entre vocales que no esté contagiada de la vulgaridad y chavacanería que a priori la (ch) introduce en cualquier término, como ocurre en chabacano, chamizo, chulo, chivo, charco, cacho, riachuelo, mochuelo, macho, chiste, chocolate, chorizo, chuche…aunque hay excepciones como ocurre en chicle por tratarse en origen de una onomatopeya.

Azabache, ha sorteado esta dificultad, acaso porque es una palabra que empieza muy abierta y por ello es muy grata de pronunciar y de escuchar, pues tanto al emitir el sonido zeta como el (be) debe enfatizarlo lo que provoca enorme placer. No obstante, este placer de pronunciación y escucha, sólo se verifica cuando la secuencia abierta posee un desahogo como sucede en “Azahar” otra bella palabra donde la erre deja escapar la contención de la hache intercalada, o como en el caso que nos ocupa, la terminación –che le pone repentino broche que cierra su deleite para disfrutarlo en la contraposición entre los escapistas sonidos zeta y che.

Observemos lo que gana una frase de emplearse en ella la voz Azabache en lugar de otras menos bellas:
a) La joven de cabello oscuro se aproximaba…
b) La joven de cabello negro se aproximaba…
c) La joven de cabello azabache se aproximaba…

El color del cabello no varía, lo que varía, es la impresión mental que el azabache ejerce sobre toda la situación descrita que promete mucho más.

Zorrocotroco

Zorrocotroco, tiene varias acepciones siendo la más común aquella que hace alusión a una persona falta de luces que mantiene a ultranza su posición equivocada en cualquier disputa o debate.

La palabra Zorrocotroco, por desgracia para la ortodoxia idiomática, no tiene cabida en el sacrosanto Diccionario de la RAE donde sí podemos encontrar, en cambio, a un sospechoso “Murciégalo”. Mas, como quiera que el idioma cervantino sea de los hablantes y no de los Académicos, tenemos la suerte de contar con este Diccionario de Bellas Palabras DBP, para corregir esta magna injustica, haciéndole un huequecillo a tan formidable pentasílabo monovocálico, recibido entre nosotros como representante de esas voces marginadas por las autoridades y que por el contrario, gozan de la simpatía entre la entera comunidad lingüística, cuando su voz, sortea la censura mediática ejercida desde el poder para evitar que su encantadora presencia encandile la mente de las personas cuya conciencia puede despertar con sólo escuharla, del gris letargo en que la manipulación del leguaje lo ha sumido en una comunicación pretendidamente triste y somnolienta.

Posiblemente, en Zorrocotroco más que en ninguna otra palabra, su entrada en el DBP pueda ser puesta en cuestión por los puristas estetas, por parecer más graciosa que bella. Pero, precisamente, es por este hecho que Zorrocotroco la recibimos con todos los honores por encarnar también ese elenco de voces que al sernos graciosas al oido y a la mente, nos parecen bellas, porque la belleza no depende sólo del aspecto fonológico o gráfológico de un término, entran en consideración también su significado, su rareza, y ¿por qué no? la gracia de su singularidad, oportunidad y forma.

Claro que, si fuera sólo la gracia la que adornara a Zorocotroco, entonces poco merito suyo sería el acreditado. En consecuencia, precisamos de una justificación solvente para dar por buena su aceptación en el DBP.

El motivo principal que confiere a Zorrocotroco ser aceptado con pleno derecho en el DBP es, sin lugar a dudas, ser una voz monosilábica de cinco oes. Que esto es así, lo demuestra el hecho de que, introducidas distintas vocales en la misma secuencia consonántica, la palabra pierde muchísimo. Veamos:

Zerricatroca; Zarrucotrica; Zorracutroca…

Por supuesto, toda replicancia vocálica imprime al vocablo cierta gracia. Sin embargo, por su gran abundancia en español, ni la (a) ni la (e) pueden compararse a la (o) en dicho menester. Como se puede verificar, existen infinidad de términos comunes monovocálicos como palabra; palangana; perenne; vehemente, efervescente, etc. que para nada son bellos o hacen gracia. La (i) que tantas otras veces ayuda a embellecer el término, en cambio, con su replicación en una palabra monovocálica causa más ridiculez que gracia, como sucede por ejemplo con Piripi, o Pitimini. Sólo la (u) parece imprimir más gracia en esta labor que la (o) por eso, acaso la marca comercial de camisetas y publicidad la eligiera para denominarse mundialmente Kukusumusu y no Kokosomoso.

Este aspecto de la (u) sólo acontece cuando su replicancia es monovocálica como en cucú o tutú o le acompaña una e final que enfatiza la gracia como en el nombre Cucufate. De esta guisa, la replicancia vocálica trastoca por completo la sensación de angustia, miedo e incertidumbre que imprime la vocal (u) como sucede en futuro, tunel, baul o ataud.

Pero ser una palabra monovocálica de oes, no es suficiente para entrar en el DBP. Ahí tenemos voces como soso, poco, coco, bobo…que pese a imprimir ternura como nana, mamá, etc, dada su brevedad no alcanzan a eclosionar con su sonoridad en la mente del hablante, ni siquiera en trisílabos como goloso, rocoso o sonoro.

Zorrocotroco, cuenta entonces con las tres características fundamentales para hacerse muy grata en el discurso, a saber: es monovocálica; la vocal es rara como la (o); y es un pentasílabo que permite el regocijo de la conciencia en su transcurrir.

Al margen de su significado, Zorrocotroco, está a tiempo de convertirse en un término cariñoso con el que sorprender a un niño que tiene un berrinche o con el que calmar a un colega testarudo en la conversación sin que se lo tome del todo mal.

-No me seas Zorrocotro

En la medida en que seamos capaces de emplear con mayor gracia y sentido del humor nuestro idoma, la realidad del mundo será más bella y acogedora.

Hocico. DBP

La palabra Hocico goza de varios elementos susceptibles de ser tomados en consideración para entrar a formar parte del Diccionario de Bellas Palabras, empezando por apreciar esa terminación en –ico que casi ya no se reconoce como sufijo en cualquiera de sus acepciones, cosa habitual por otra parte sucedida con muchas raíces a las que acompaña.

La terminación en –ico y su femenino, las más de las veces, da sentido de (relacionado con) por ejemplo “Heróico” (tiene que ver con el héroe) o imprimiendo significado de diminutivo como en “Borrico”. En Hocico acontece que su aspecto diminutivo busca recordar al hablante la forma menguante angular del morro del animal que va de más a menos, como ocurre con la voz “pico” que evidentemente hace la misma función de agudizar el concepto tanto en su acepción animal como de herramienta. Si a esta ligadura entre la forma de la parte animal referida con la construcción del concepto, le sumamos que la palabra Hocico al ser pronunciada requiere que el hablante por un instante imite con su boca la forma hocicoidal de su noción semántica, la eclosión neuronal que ello produce en la mente dispara las endorfinas necesarias para reconocer en el término, el mérito de despertar simpatía desde la más tierna infancia. Ya sólo por esto, Hocico merece una entrada en el DBP.

Por otra parte, Hocico cuenta con una hache cuya facultad espiritual como ya hemos precisado en otras entradas del DBP consiste en anclar los términos dándoles mayor sujeción por esa doble pata de la H. Pues bien, en el caso de Hocico, la hache sujeta al -ocico que cae, como cae el hocico del animal.

Pero entre la terminación –ico y la formidable H que lo inicia, hay una (ci) con sonido (zi) que arrastra imperceptiblemente la psique del hablante como lo hace el hocico del animal entre la tierra y la hojarasca cuando olisqueando rebusca algo que llevarse a la boca como una bellota o una trufa.

Por si todo lo anterior fuera poco, sucede que la palabra Hocico, es muy agradecida en estas lides porque permite que sus derivados, lejos de menguarle simpatía, gracia y belleza, se la acrecientan. Observemos el siguiente caso:

Un niño está buscando chocolate en la despensa y la madre le puede decir:
a) ¿Qué estas buscando?
b) ¿ Qué andas hociconeando?

Pese a la fealdad que todo gerundio introduce en el lexema por su forma nd, es imposible no reconocer la belleza del término que lo hace muy preferible en la expresión. Así sea su infinitivo Hocinonear, sea su sustantivo Hociconeador, el contexto donde aparece gana mucho en belleza y significado con su presencia.

Escondrijo

El sufijo –ijo deriva la raíz semántica por derroteros diminutivos, las más de las veces despectivos como sucede con canijo o amasijo. Con todo, algo tiene la terminación que hace simpática la palabra asunto relacionado precisamente con la pequeñez que causa placer a la mente consciente de la misma, cosa que la tranquiliza al no apreciar en ello la sombra de amenaza, motivo por el cual, es más grato al oído de la especie las voces agudas que las graves o que los niños provoquen en los adultos tiernos sentimientos que se disipan en cuanto dan el estirón.

Ahora bien, no todas las voces acabadas en –ijo son simpáticas y mucho menos bellas. Por ejemplo, el mismo término sufijo o prefijo, fijo, hijo, rijo…no tienen la menor gracia. Es necesario que el lexema al que acompaña posea por si mismo algo que en la conjunción demuestre que el Todo es mayor que la suma de sus partes, porque aquí, no estamos para demostrar que una palabra bella lo sigue siendo con sufijo, cosa que por lo demás raramente ocurre, para entendernos, que una palabra bella como lapislázuli, complicado lo tiene para acrecentar o conservar su belleza si se le añade algo sea prefijo o sufijo. Aunque para toda hay excepciones.

Obsérvese como “escondite” aún siendo simpática por su significado, no podríamos darle cabida en el Diccionario de Bellas Palabras y sin embargo, su derivada “Escondrijo” si cumple condiciones objetivas para ello, pues además de ser una voz simpática, despierta un regusto connotativo que hace salivar de sólo pensar en ella. Atendamos un ejemplo de cómo funciona en nuestra psique su presencia en la frase:
a) Mientras la policía estuvo en la zona, el ladrón se mantuvo oculto en su escondite.
b) Mientras la policía estuvo en la zona, el ladrón se mantuvo oculto en su escondrijo.
Hay que ser muy cazurro para no apreciar la gracia del segundo enunciado respecto al primero. Con todo, el uso de una palabra tan sutil como “Escondrijo” demanda del redactor un estilo en su escrito acorde a su presencia en el texto, cosa que las más de las veces se echa en falta. Si se fuera a pronunciar la palabra escondrijo, lo adecuado hubiera sido reescribir el enunciado del siguiente modo:

c) Mientras la benemérita merodeaba por las inmediaciones, el ladronzuelo se mantuvo agazapado en su escondrijo.

Así es como debería transmitirse las noticias en prensa, radio y televisión, pues una cosa es, que la realidad sea desagradable y otra muy distinta, que también lo sea el lenguaje de su comunicación.

No obstante, todavía queda explicar qué de bello hay en “Escondrijo” para que sea esta la elegida para entrar en el DBP y no otras como mijo, pijo, botijo…Como sería harto aburrido ir una por una, diremos sencillamente que una palabra como botijo queda fuera por esa B que de entrada abomba su porte estético como era menester hiciera para que el significante fuera acorde con el significado casi como un caligrama.

La voz escondrijo además de la terminación –ijo posee una entrada líquida y siseante con S y una preciosa traba suave –dr- Como sabemos, la presencia de una r retrotrae la mente, motivo por el cual, todo lo que vuelve se dice con r como repetir, retraer, recoger, retomar, revolver, rollos, rulos, remolinos o los recuerdos remotos del ayer.

Pero en escondrijo, la r se encuentra ensordecida por la antelación de una d cuya función siempre es inversa a la dental T. Obsérvese lo fea que queda la palabra con una t Escontrijo. Al operar este cambio apreciamos por sorpresa que la presencia de la d no sólo rebaja la r que también amortigua sonidos brusqueantes como la k y jaspeantes como la j. El contraste s+d con k+j transmite ocultos placeres a la conciencia que escucha o pronuncia la palabra, cosa que también sucede aunque en menor medida con acertijo y regocijo, quedando la trisílaba cortijo muy lejos de ser bella.