Quien sabe si por influencia de la Lotería del Estado, uno de cada tres niños españoles vive por debajo del umbral de la pobreza y en riesgo de exclusión social, según reza en el último informe de la ONG internacional “Salve the Children”.
El asunto, como es natural, salvo a la organización Católica Cáritas, importa bien poco dentro de nuestras fronteras – Sin embargo UNICEF ya trabaja a nivel mundial en favor de la causa de los niños españoles -, por aquello de no espantar a la industria nacional, cuál es, el turismo de baja calidad. Y en consecuencia, ni la banca, ni las grandes empresas, ni las Instituciones democráticas, ni los Partidos Políticos, ni los sindicatos, ni el Ejército, ni las Oenegés, autóctonas que perciben a manos llenas cuantiosas subvenciones para financiar su corrupción sistémica, hacen nada por remediar, sino sus causas de las que forman parte, al menos, como el vino del Lazarillo, sí sus consecuencias. A las pruebas me remito:
Ni una entidad bancaria se ha dignado a abrir un comedor social en cada ciudad para que a él acudan a saciar el hambre, cartilla de ahorros en mano, los hijos de los trabajadores desahuciados de sus viviendas; y eso que tendrían bien fácil sacarle rendimiento publicitario al gesto haciéndolo pasar por obra social; Todavía no he visto que ninguna gran empresa comercial haya extendido cupones para que los padres en paro con criaturitas a su cargo puedan adquirir productos gratis imprescindibles para ellos como medicamentos, alimentos, material escolar o sencillamente zapatos o ropa de abrigo; Y tampoco tengo noticias de que algún Partido o Sindicato haya hecho nada parecido a lo anterior o en su defecto, hubiera creado con todos los medios de que disponen, un economato donde los jubilados, viudas, minusválidos, pensionistas, desempleados y ese tercio de niños, pudieran ir a comprar productos de primera necesidad como pan, leche, aceite y huevos a precio de coste y sin obligación de pagar el IVA, cuestión esta que vergonzosamente no se ha tramitado en el Congreso.
Así las cosas, iniciativas extranjeras que en otro tiempo hubieran soliviantado mi ánimo, verbigracia, las emprendidas para apadrinar, acoger, escolarizar y hasta adoptar niños españoles por parte de familias y agrupaciones estadounidenses anglosajonas adscritas al Movimiento de los Santos de los Últimos Días, más conocidas como “Mormones” u otras Iglesias Evangélicas de los Cristianos Renacidos, son ahora bien venidas, sin importarme lo más mínimo los subrepticios propósitos colonialistas que mueven su Fe, pues como dice el refrán “Al pan duro, no se le miran los dientes”, circunstancia que me ha ayudado a comprender en toda su profundidad el vertiginoso auge de estas confesiones por toda América Latina en las últimas décadas, durante su periodo de miseria que ahora es el nuestro.
Las familias anglosajonas estadounidenses, hace años que tienen los ojos puestos en nuestros hijos e hijas – sobre todo los provenientes del norte peninsular – para hacer compañía a sus ancianos, buscarles pareja a su progenie, cubrir otras necesidades emocionales de ellas y de ellos…que mal que bien, se satisfacía a través de los cíclicos cursos de inglés donde nuestros jóvenes adolescentes, lejos de sus casas, en tierras extrañas, vivían sin censura y sin escapatoria la cultura de la América profunda alojados en ranchos entre personas corpulentas aficionadas a la crema de cacahuete, bien armadas, donde el que no era veterano de Vietnam lo era de la Guerra del Golfo. Por ello mismo, en estos tiempos aciagos, los medios de comunicación de Chicago, Nueva York o Washington, presentan nuestra realidad tal como es, a saber: la ocasión propicia para dar rienda suelta a toda la caridad, solidaridad y el oenegenismo de que su población puede hacer alarde con nuestros niños de Santander, Logroño, Bilbao o Donostia, aunque los más solicitados por las redes antedichas son los jóvenes oriundos de Pamplona.