De noche, el fuego ahuyenta a las fieras, pero atrae a los hombres.
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De la lealtad política
La lealtad política bien entendida, es aquella que todo ciudadano debe observar en el ejercicio de su libertad para con la sociedad en la que vive donde tiene derechos y obligaciones, contándose entre estos el de poder elegir y ser elegido como representante de la comunidad. Es en este contexto que se decía “idiota” a cuantos no participaban de la discusión pública en los asuntos que a todos concierne en la polis, si bien, hoy entendemos la expresión ¡Vota idiota! de muy distinta manera a como en su día fuera proferida.
Porque hoy, la lealtad política, nada tiene que ver con lo apuntado, sino en mostrarse siempre dispuesto a decir ¡Amén! a la gestión, discurso, programa que un determinado partido presente y al cual se ha de apoyar sin fisuras, sin la más mínima crítica y por supuesto, votarlo afirmativamente se haga lo que se haga, se haga como se haga y se diga lo que se diga, actitud que tiene cierta lógica para la militancia de una formación indistintamente de la condición de militonto, o militanto, – ya explicada en otro artículo – que cada cual ostente en la organización. No así, en cambio, tratándose de simples votantes a quienes se supone un mayor grado de libertad de acción y de expresión que los anteriores, quienes, cuál monjes han elegido voluntariamente renunciar a su libertad haciendo voto de obediencia por lo que se deben a unos logos, a unas siglas, a una sede, a una dirección, a unos líderes y aunque parezca extraño, hasta a una ideología.
La lealtad política del sencillo votante, no nace entonces ni de la libertad de elegir del caso paradigmático griego, ni de su renuncia voluntaria a hacerlo como le sucede al militante de un partido político. Emerge de la necesidad de ahorro de energía cerebral que toda elección supone para el sujeto que sometido al estrés de su incertidumbre, antes de morir por desgaste neuronal debida a la indecisión como le ocurriera al Asno de Buridán, asume mantenerse fiel y leal a una determinada opción de modo absolutamente acrítica, sin importarle lo más mínimo los cambios ideológicos operados con los años, los casos de corrupción que afecte a sus representantes, lo mucho o poco que le beneficie directamente…la cuestión es no tener que pensar a quién se debe votar cada dos por tres, en municipales, autonómicas, Nacionales y Europeas. Se vota siempre lo mismo y si es posible siempre a los mismos ¡Mejor!
Esta actitud, algunos la tildan de absurda, irresponsable o de poco inteligente, de hecho, yo mismo he mantenido este reproche, hasta que trabajando sobre mi próxima obra de pensamiento político, me percaté que aun siendo cierto que la inteligencia queda al margen de la lealtad del voto en la mayoría del electorado fiel a unas siglas, no por ello, la actitud ha de ser tomada por tonta, o carente de sentido. Podría ser incluso sabia; me explico:
En principio, el sabio se distingue del inteligente en que se conduce bien en las encrucijadas de la vida, es decir, elije bien porque elije el bien, cosa que no está garantizado en el inteligente cuyo conocimiento le puede hacer elegir mal e incluso preferir el mal. Si detuviéramos aquí la reflexión, casi podríamos soportar que la lealtad en el voto fuera inteligente. Pero es que hemos afirmado que podría ser sabio, lo cual nos obliga a afinar más todavía en la argumentación.
La gente prefiere sentirse libre a serlo. Para sentirse libre, basta con que te dejen votar; para ser libre es preciso pensar lo que se vota y eso ya no gusta tanto porque desgasta la mente en su decisión. Y así por los mismos motivos que los docentes insistimos en el hábito de estudio para ahorrar energía al cerebro que debe ponerse a la tarea, la mayoría de la población, acostumbrada como está a querer siempre a una misma pareja o a apoyar siempre a un mismo equipo de fútbol, allí donde no alcanza la inteligencia para distinguir entre programas o actuaciones, allí donde no llega su conocimiento para evaluar adecuadamente la gestión del gobernante, conocedora de sus limitaciones, como quiera que en su ignorancia – que no necedad – pueda fallar de cualquier forma que se decida a elegir, se muestra políticamente leal, para garantizarse cierto grado de acierto estadístico elección tras elección, acto de supina sabiduría popular, que además tiene mejor prensa que cambiar de bando a cada momento, actitud muy mal vista por propios y extraños, etiquetada como está de traición, chaquetera, arrimarse al sol que más calienta, ratas que abandonan el barco…y el largo etcétera de expresiones que disuaden a cualquiera de cambiar de voto y aún de opinión.
Espero que esta reflexión ayude a todo el electorado: a quienes tienen decidido votar al partido de siempre para que tengan una defensa digna de su posición acrítica y a los indecisos para facilitarles no tomar esa decisión tan desagradable como es dejar de votar lo mismo.
Una tierna imagen
La inmigración ilegal acostumbra a estropearme los desayunos con el periódico, las sobremesas con el telediario y la hora de conciliar el sueño por medio de la radio, arrojando día sí, día también, estampas nada agradables ni al oído ni a la vista; cuando no se nos describe los asaltos a las fronteras de Ceuta y Melilla en cuyas vallas podemos contemplar a los subsaharianos – entiéndase negros – subidos a ellas asemejados a los amenazantes pájaros de Hitchcock o emprendiendo en sus aguas territoriales los cien metros braza demenciales ahogándose entre botes de humo y pelotas de goma, se nos pone al corriente de los cayucos llegando a Canarias en masa o las pateras atestadas de norteafricanos – entiéndase negros descoloridos que pueden pasar por latinos bronceados – naufragando en el Mediterráneo durante la noche, que ya son ganas de informar ¡Como si no lo supiéramos! Por eso, es de agradecer, que por una vez, este fenómeno lamentable que dios quiera termine pronto, nos haya ofrecido una simpática imagen, cuya ternura estética nos ha encandilado a todos, cuál es, la de ese niño dentro de una maleta visto a través de un escáner de la Guardia Civil en el control del Tarajal en Ceuta. Y aquí escucho a Boris Izaguirre gritando eso de ¡Páralo Paul! ¡Páralo!
Yo, no sé ustedes, pero a mi, la presencia de ese pequeñín ahí dentro encogidito como un faquir me ha parecido de una belleza extraordinaria ¡Divina de la muerte! Gracias a la benemérita hemos tenido acceso, quizá, a la mejor radiografía de una enfermedad social, quién sabe si hasta de una ecografía fetal de los DDHH candidatos a ser felizmente abortados, no siendo nada extraño entonces que pronto viéramos la instantánea promocionando alguna campaña internacional de la marca Benetton, o renovando la publicidad del Cola Cao, haciéndole cantar “Yo soy aquel negrito”.
Ese conguito contorsionista acurrucadito dentro de una maleta, me ha parecido súmamente entrañable, algo que todos los padres del mundo quisieran poder hacer siempre cuando se van de vacaciones, al ir a un hotel o al partir los parientes tras haber pasado juntos las navidades, y que incluso, los propios hijos desearían ardientemente les ocurriera por ese instintivo gustirrinín gatuno de introducirse en cualquier oquedad mientras te lo permita el cuerpo, más todavía, tratándose de que te vuelvan a llevar sin necesidad de andar y encima ¡De polizón! ¿Quién no ha querido alguna vez en su vida viajar de polizón? Pero, aquí en la vieja Europa, nadie se atreve, porque se ha perdido el sentido lúdico de la existencia. Los pequeños aquí, deben viajar como pasajeros de primera, ocupando un asiento aunque les sobren tres cuartas partes de la tapicería, les cuelguen los piececitos y amarrados como si fueran montados en una Montaña Rusa.
Aquí, padres e hijos, asumen que los niños deben llevar ellos la maleta y no la maleta a ellos. ¿Por qué? ¿Qué hay de malo en que una maleta lleve a un renacuajo dentro? ¿No se porta en carritos a los bebés? ¿Entonces? ¡No entiendo! Dado que como he advertido, las mochilas de los escolares, a cada curso que pasa, son más grandes y voluminosas, ¿no sería factible que sus padres les introdujeran dentro de ellas antes de salir de casa camino del colegio? pues resulta absurdo que el padre lleve al niño de la mano y el niño la mochila de la otra o a su espalda, cuando el progenitor bien podría transportar a ambos, mochila y niño, con un mismo gesto.
Si algo nos ha demostrado este asunto, aparte de que los niños de corta edad, bien pueden viajar como equipaje sin ocupar plaza ni en autobuses, trenes, aviones o cruceros, es que nuestra sociedad no está preparada para aceptar que a los niños se les pueda meter por un corto espacio de tiempo en una maleta aunque quepan en ella. Porque, el lugar que debe ocupar un niño, no es una maleta, es un pupitre cinco horas al día, cinco días a la semana durante toda su primera infancia, la segunda y la tercera.
LAPISLÁZULI
Son contadas con los dedos de una mano las ocasiones en que una palabra pentasílaba sin contener una traba como (bl,cl,tl…) alcanza el honor de ser candidata a encontrar un hueco en el Diccionario de Bellas Palabras. ¿A qué se debe tal privilegio?
Puedo asegurar a los lectores que Lapislázuli, encandiló el oído mucho antes de que trabara conocimiento intelectual o sensitivo de su significado.
La percibí por primera vez con trece años durante la clase de Historia referida a un adorno de un rey. Escuchar de súbito aquella palabra provocó que prestara atención a la clase, excitándoseme la curiosidad por averiguar qué era el lapislázuli.
Cuando en fotografías de una enciclopedia de minerales contemplé a toda lámina en color el correlato real al que remitía tan sublime conjunto de letras, comprendí de inmediato que el encanto del significante se correspondía con el esplendor del significado.
Evidentemente, la mente no es ajena a dotar de belleza a un significante por contagio de su significado; de hecho, estamos en nuestro derecho. Mas como quiera que sea partidario de despojar al signo de su absoluta arbitrariedad, puedo sostener que en este caso no es casual la coincidencia de que a una piedra semipreciosa se la identifique con una voz preciosísima. Lo cual, plantea un gran interrogante a la mente preocupada por averiguar la verdad estética de las palabras, a saber Por qué una piedra semipreciosa posee el más bello de los nombres dedicados a los minerales, siendo como es una piedra semipreciosa y no preciosa del todo.
Perla, oro, esmeralda, diamante…son voces de materiales preciosos desde la antigüedad, pero ni por esas tienen entrada en el más amplio Diccionario de Bellas Palabras que quepa imaginar. ¿Cuáles son los ingredientes que permiten entonces a Lapislázuli acceder al DBP con la fuerza y unánime consenso que lo hace entre nosotros?
Como adelantamos en casos anteriores, la polisílaba cuenta con ese elemento interesante susceptible de adornar la palabra, aunque la mayor parte de las veces queda fuera por no contar con la acentuación adecuada y presentarse peor que una llana afectadas como están de mastodontismo.
Precisamente, lo anterior, no le sucede a lapislázuli. Esta voz, cuenta además de con la acidez de la que hablamos en Esdrújula sobre el acento, con la suerte de ir en mitad de palabra, lo que le confiere cierto equilibrio inestable en su pronunciación e incluso en su visualización lectora, pues no crean ustedes es sencilla de pronunciar correctamente cuando encontrándotela en su lectura de no precederle la costumbre de su ensayo, siendo como somos dados a allanar las palabras largas.
También tenemos que la voz en cuestión, es lo que denomino “Tesoro” por contener entre sus letras la voz –azul-, asunto relacionado con el color del objeto al que nombra e igualmente con la etimología árabe, recogida del persa que a su vez la tomó del sánscrito de donde proviene la voz “Azul”.
Este azul escondido dentro de la palabra, impregna de azul sus letras y el texto que lo rodea durante bastante tiempo en la mente del hablante. Por connotaciones simbólicas que no toca ahora exponer, su tonalidad embellece sobre manera la palabra con la profundidad del mar y el absoluto del cielo. Claro que por si sola nada puede porque entonces términos como azulado o azulejo, nos parecerían bellas y no ocurre así. De modo que, debe haber más…
Por una parte, tenemos la (L) que introduce la voz; es cualidad de esta letra amplificar las vocales al elevar la lengua por el paladar; cuando esto acontece dos veces, la lengua en su subida y bajada provoca regocijo neuronal inconmensurable. Si a ello le sumamos que en el segundo caso le precede el chapoteo de una (S), el efecto lúdico es parecidillo al logrado en expresiones como “efervescencia”, sólo que con la ventaja de no ser habitual el conjunto (sl)
Por otra, tenemos la vocal (i) de la que hemos hablado en varias oportunidades. La tercera vocal además de hacer sonreír cuando termina la palabra, es incisiva en el pensamiento, cosa aprovechada por el lenguaje para indicar ahí, aquí y allí con mayor atención que cuando decimos acá o allá. En este caso, las dos ies, cuál dos columnas, ayudan a fijarnos en lapislázuli por si nos pasaba desapercibidos los detalles.
Uno de estos detalles, es la combinación vocálica a-i-a-u-i, cuya secuencia va como tallando las sílabas pronunciadas.
Otro detalle y no menor, es la presencia de una z intermedia. Ciertamente, hemos tratado la Z al comienzo de la palabra como en Zascandil; también hemos explicado su aportación cuando finaliza la palabra con ocasión de Regaliz. Todo lo dicho entonces, sigue siendo válido, sólo que ahora toca hablar de la (z) en mitad de la palabra: Cuando la (z) aparece entre otras letras cuando estas son vocales, además de dar sensación de arrastre, seca por absorción la presencia de cualquier motivo húmedo como podría ser una (s) Esto precisamente ocurre con lapislázuli. De su contraste, nacen aromas entremezclados del mar con el desierto.
Tal es la belleza evocadora de esta palabra que me asombra no se haya convertido en nombre de pila tanto de chicas como de chicos.
Echando cuentas
Tranquilo en la soledad de mi casa tumbado escuchando de noche la radio, un certero anuncio de una empresa de seguridad vino a crearme incertidumbre y desasosiego sobre mi plácida existencia al informarme que en España, un robo se comete cada 4 minutos. De inmediato, la alarma se encendió en mi conciencia inundando la mente de interrogantes: ¿Cuántos minutos tiene el día? ¿Cuenta lo mismo el periodo diurno que el nocturno? ¿Cuántas veces pueden robarme en un año? ¿Me robará siempre el mismo ladrón? ¡Ay! ¡Señor dios mio! Es preciso echar cuentas…
Supongamos que la cuantía media de un robo medio, (un tirón, sustracción de la cartera, el coche), al ciudadano medio (pequeño comerciante, obrero, oficinista) por un ladrón medio (ratero) fuera de 3000 euros; dado que la hora tiene 60 minutos, 15 serian las veces que nos podrían robar en ese lapso de tiempo, tanto en la península como en Canarias. Ello arroja la cifra de 45000 euros por hora, por redondear al alza lo dejaremos en 50.000 euros IVA incluido como hacen los Pujol. Como el día tiene 24 horas, los ladrones pueden llevarse tranquilamente un montante cercano a 1.200.000 euros en todo el territorio del Estado. ¡Poco me parece a mi! Dado que un mes tiene 30 días la nómina de nuestros ladrones viene a sumar una cantidad algo más bonita, 36 Millones de euros al mes. Pero seamos generosos con los cálculos y redondeemos de nuevo al alza dejándolo en 40 millones de euros, una cifra que ya se aproxima a la que el ex tesorero del PP tenia en Suiza. Como quiera que nuestro calendario tenga doce meses al año los ladrones de toda España robándonos a todos todo el tiempo, en nuestras casas, en nuestras calles en nuestros comercios, en los transportes públicos, bajo la forma del tirón, el butrón, el carterismo, el allanamiento de morada, la intimidación…resulta que sólo se llevan 480 millones de euros, 500 para que no se diga. ¡No me lo puedo creer!
Echo las cuentas una y otra vez y las cuentas no me salen ni con calculadora, acaso porque soy de letras. ¿Sólo 500 millones de euros? Y para eso tanta policía en las calles, tanta cárcel y tantas empresas de seguridad? Seguramente estoy equivocado. No puede ser.
Confieso desconocer el montante total del presupuesto del Estado dedicado a velar por nuestra seguridad sumado al mantenimiento de los centros penitenciarios que están a rebosar. Pero supongo que rebasará con creces los 500 millones de euros al año, por lo que no sería descabellado, una vez echadas las cuentas detraídos los motivos relacionados con otra serie de delitos que continuarían precisando de la existencia de policía y cárcel, especular con la posibilidad de incorporar a cargo del erario público a todos los ladrones que actuaran en España en la plantilla de nuestras instituciones con todos sus derechos laborales como vacaciones pagadas, máxima cotización en la Seguridad social, dietas de desplazamiento, privilegios varios…por descontado con grandes ventajas penales como defensa de la fiscalía, el indulto o la inmunidad y para mayor garantía suya, que al final es la nuestra, con derecho a legislar en su provecho y beneficio.
Con esta idea en la cabeza, me acosté dispuesto a la mañana siguiente a remitir un proyecto de propuesta ciudadana a las formaciones políticas de confianza como son el PP y el PSOE. Cuando ¡de repente! me percaté de un gravísimo error de concepto argumentado en forma de preguntas ¿Cuántos ladrones de poca monta hay en España incluidas Cataluña y Euskadi? ¿Cuánto sale pagarles un sueldo al mes? ¿Cuánto sale al año? ¿Caben todos los ladrones en nuestras instituciones democráticas cuando es imposible que entren en la cárcel por falta de espacio? Eché de nuevo las cuentas…
Primero contabilicé los huecos institucionales con sueldo que podríamos habilitar para hallar acomodo a tonto ladrón suelto, entiéndase concejales con cartera, alcaldes, diputados, senadores, parlamentarios autonómicos…Después contabilicé sus sueldos, subvenciones, primas, dietas, descuentos, etc. Y aquí dejé de hacer cuentas. ¡Sale más barato dejarlo todo como está!