Entre morir de pie y vivir toda la vida de rodillas, a Santa Dolores se le olvido explicar a los desgraciados que la escuchaban que cabía la posibilidad de escapar hacia Moscú en tren, para luego, transcurrido el éxodo en el desierto de la lucha, regresar como auténticos camaradas del exilio junto a Carrillo para compartir mesa y mantel con los nuevos demócratas como Fraga Iribarne y socialistas con cien años de honradez y como ellos, cuarenta de vacaciones.
Uno ha de pelear por lo que es suyo, por lo de su familia, por lo de su ciudad, su país…por lo de su gente, ahora que sabemos que no hay más derecho que el que tu fuerza te pueda garantizar. Sólo los tontos reclaman sus derechos mientras se les aplasta bajo la bota. Pero, la pelea o el pelear por pelear, no tiene sentido al margen de ejercitar los músculos como en el boxeo. De hecho, nuestro instinto que no nuestro interés, nos mueve a poner paz entre desconocidos que andan a la greña, pues experiencias milenarias han enseñado a la humanidad que nos va mejor en cooperación que en competencia.
Con todo, esa tontería en la que abundan las abuelas de que no hay pelea si uno no quiere, no es del todo cierto. Basta que uno quiera pelear para que haya pelea. Si son dos los implicados, quien no quiere bronca nada puede hacer para evitar el enfrentamiento si la otra parte está decidida a iniciar las hostilidades, pues de no querer poner la otra mejilla tarde o temprano se deberá defender. Pues bien, dado que vivimos en sociedad, las relaciones se transforman en alianzas en casos de dificultad y agresión, de modo que la pelea que empieza entre dos, fácilmente involucra a dos familias y quien dice dos familias, dice dos clanes, tribus, pueblos, naciones.
Cuanto más te toca, por cercanía de los implicados, por interés en su resultado, por cómo te afecten las posibles consecuencias que se deriven del final del combate o del combate mismo como explicita constancia dejo aquello de “ a mi me va mejor y guerras en Sebastopol”…más difícil lo tiene un individuo concreto para escaquearse de la situación ante sus semejantes, pues a ojos de los suyos e incluso de los que no son los suyos, no pelear junto a sus hermanos, amigos, vecinos y compatriotas, es un acto de cobardía y hasta de traición. Bla,bla,bla. Todo esto lo sabemos al dedillo. Pero ¿qué ocurre cuando de este ancestral mecanismo antropológico forjado por la filiación, la amistad, la solidaridad, el poder del grupo, etc, es manipulado por un segmento de la población para comprometer al resto en sus asuntos, cuando nada de lo que está en juego tiene que ver con sus intereses, ni con su gente?
En las próximas elecciones del 20-N en las que se enfrentan el PSOE y el PP – el resto de formaciones son meros comparsas decorativas – no se decide nada de lo que nos interesa, únicamente nos dan a elegir qué verdugo y qué método de ejecución preferimos, si el lento sádico de Rubalcaba o el más rápido de Rajoy. Ambos se llevan muy bien en lo personal y me les imagino partiéndose de risa tras el debate entre bastidores, pues no sé si se fijaron pero entre los candidatos había un tuteo y una química que superaba con creces lo políticamente correcto entre quienes se supone han de partirse los piños y no estar a partir un piñón.
Por si lo anterior fuera poco, además de que sospecho que la pelea está amañada, entre todos los candidatos, no hay ni uno sólo que sea de los nuestros, es decir, de los peatones, de los contribuyentes, de los hipotecados, desahuciados, enfermos crónicos, pensionistas, jubilados, parados…todos son de los de ellos, gente a la que Dios misericordioso haría bien en otorgarles la Paz y el descanso eterno. Porque nosotros, nosotros es lo que deseamos fervientemente. Si tanto desean pelear, ¡que peleen ellos! como los buenos salvajes hacían cuando deseaban averiguar quien mandaba en un territorio, sin necesidad de involucrar al resto en su lucha, como ocurre cual dominó entre la gente civilizada, donde se observa que a mayor grado de desarrollo, más población civil se ve afectada por las contiendas.