En filas y colas, la amistad siempre va, de atrás hacia adelante.
¡Mi héroe!
Nuestro particular Papillon, Montes Neiro, un año después de su reconquistada libertad tras pasar cerca de cuarenta años encarcelado sin delitos de sangre, ha sido arrestado en su propio domicilio de Fuengirola por la Policía Nacional, precisamente mientras los mayores delincuentes del país, muy lejos de allí, se daban cita en su Congreso anual.
Según la Policía criminal, este ciudadano ejemplar que ha pagado entre rejas más culpa que todos los ¡ojos de pato! juntos que andan sueltos por la leonera, está implicado en el asalto al Corte Inglés Marbellí de Puerto Banús, de donde el pasado Noviembre los cleptólogos se llevaron cuatro millones de euros en joyas. Su familia lo niega, su biógrafo lo pone en duda porque hay demasiados cabos sueltos que parecen indicar que se trata de un error…y aún así, si esto fuera verdad, si este representante, si no de Dios en la Tierra, al menos del buen Ladrón que junto a nuestro Señor Jesucristo fue derechito al cielo, sólo podría exclamar una cosa: ¡Es mi héroe!
Yo ¡a dios gracias! no tengo hijos. Pero si alguna institución caritativa raptase alguno para mi, no dudaría en bautizarlo con su nombre para el día de mañana poderle explicar a qué obedece que se llame Miguel:
Llevas el nombre de un gran hombre – le diría – quien, mientras los poderosos desde las grandes empresas en contubernio con sus adláteres los políticos robaban a los débiles despojándoles de su dinero, vivienda, Sanidad, Educación y comida, él solito combatió el abuso de todos ellos, sin más medios que su ingenio, pero pagando con sangre, sudor, lágrimas y muchos años de cautiverio en las mazmorras españolas, el haberse atrevido a poner en cuestión el orden establecido por los criminales. Porque mira Miguel, no sé qué te enseñan en la escuela, pero todo es mentira. ¡Atiende!
Algún día de estos, trataremos sobre el verdadero significado de los “Diez Mandamientos”, aunque hoy toca fijarnos únicamente en el séptimo ¡No robarás! Pero, te has preguntado alguna vez pequeño Miguel ¿qué es robar?
Es con la Propiedad privada que apareció el robar y los ladrones. Pero no te equivoques; la acción de robar sólo acontece cuando uno dirige la acción sobre un igual o inferior en riqueza, mas no cuando se aplica contra quienes tienen insultantemente más que uno. Es la diferencia mediada entre un ratero que roba a más pobres que él, un ladrón propiamente dicho que roba a sus iguales y un Cleptólogo que trabaja contra las acumulaciones indecentes de fortunas en una sociedad donde hay gente despojada hasta de sus sombra.
Montes Neiro, a quien debes tu nombre, era un vanguardista moral, un ciudadano modélico en este sentido a quien muchos como yo, a falta de plazas y calles que lo recuerden como hacen con otros sinvergüenzas, honramos su memoria y desde nuestra reconocida cobardía reivindicamos sus hazañas como propias. Porque, ¿Quién no ha sentido las ganas alguna vez de atracar un banco? Ahora no me vengas con que a la hora de jugar a polis y cacos, tú eres de los que prefieres pillar a que te pillen, porque te devuelvo de la misma al orfanato con los cuidadores sociales para que te acaricien bien.
Su último golpe maestro de virtud, fue en el centro neurálgico del lujo y el derroche, nido habitual donde los sociópatas de todo el mundo y del Estado, suelen hacer sus fiestas con lo que nos roban a diario. Fue después de eso que decidí ponerte su nombre. Para mi, es un Héroe no menor que Hércules o Prometeo. La tele te enseñará a admirar a Casillas, Nadal, a Torrente si te descuidas, pero son personas como Montes Neiro a quienes debemos estar agradecidas por habernos iluminado el camino de la virtud con su sacrificio personal. Es a Miguel y a cuantos como él combaten desde la incomprensión y la soledad de sus celdas a quienes hemos de nombrar en nuestras oraciones y enviarles con el Ángel de la Guarda nuestra más sentida admiración y sincero reconocimiento.
No gano para amigos
Después de una década en el mundo editorial, acabo de publicar mi primer volumen de ajedrez que lleva por título “La lógica de las aperturas contada a los principiantes”. Como es costumbre en estas ocasiones, mis amistades se dividen ¡ipso facto! en dos secciones: los que me compran los libros sin importarles su contenido en señal de su aprecio hacia mi persona y quienes convencidos de hacerme un halago, se empeñan efusivamente en que les regale uno de inmediato. Huelga negar, que cuando me entrego en cuerpo y alma a la confección de un nuevo proyecto, desde que aparece la idea hasta su impresión definitiva, jamás de los jamases pienso en que la misma sea adquirida por mis allegados, vecinos o compañeros, y menos aún, que la infinidad de los colegas me lleven decididamente a la ruina por compromiso. De modo que, sin quererlo ni beberlo, con los primeros, – los menos – quedo en deuda, y con los segundo – incontables – también, pero de otra especie.
Por supuesto, a nadie amarga un dulce, mas, agradeciendo infinitamente la muestra de afecto de cuantos sólo compran el libro por darme su apoyo sin importarles la temática, que todavía me acuerdo de una antigua profesora de EGB que se hizo por su cuenta y riesgo con el “Inútil manual para entender la Mecánica Cuántica y la Teoría de la Relatividad” evitándome desde entonces, he de confiarles que, las más de las veces, la situación me genera una sensación agridulce que de definirla con el rigor de antaño habríamos de tildarla como “Remordimiento” y de catalogarla eufemísticamente al gusto de la actualidad le diríamos “Síndrome de vendedor de enciclopedias”.
Respecto a los segundos a quienes quieren mis textos gratis, las encontradas emociones ya no oscilan entre los dos polos antedichos de lo dulce de su gesto y lo agrio de saber que no les interesa lo más mínimo la obra, sino que, debo manejarme en la denominada geometría variable entre la intención de su gesto que no dudo es afectuosa, la ruina que me causa sumar uno más a la lista y comprender su ignorancia de cómo funciona el mundo editorial que es la causa de su entusiasta solicitud.
La gente, acostumbrada al trabajo esclavo, cree que los filósofos, escritores, poetas, músicos, actores y demás vagos que pretendemos vivir de lo que nos gusta, no sólo no hemos de cobrar por nuestro esfuerzo, que además, deberíamos pagar por ser leídos, recitados, escuchados o aplaudidos. Sin ir tan lejos, la mayoría tiene una idea muy equivocada de cómo funciona el mundo editorial. Arrastrados todavía por una mentalidad primaria de corte agrícola, inconscientemente se asocia la actividad creativa de grabación y publicación, a las labores de un campesino que se parte la espalda en la época de siembra, luego deja hacer a la naturaleza y a la hora de la cosecha, la madre tierra en su generosidad nos inunda con sus frutos, como si los libros cayeran de los árboles. Sólo así se explica que haya amigos de verdad que se crean con derecho a que les regale un ejemplar sin pararse a pensar que de hacer lo mismo con todos, debería replantearme, bien dejar de tener vida social, bien dejar de escribir.
Escarmentado de experiencias anteriores, he decidido estudiar el fenómeno para averiguar el mejor modo de afrontarlo en lo sucesivo, porque de lo contrario puedo ir directamente a la quiebra. Desde que di a conocer la salida al mercado de mi nueva obra, en menos de un mes más de sesenta personas – entre ellas varios ciegos – me han anticipado con alborozo su compra, y cerca de dos centenares ya cuentan con un ejemplar en su estantería sin ánimo de lucro. He echado cuentas, y ¡no gano para amigos!
Ahora comprendo, por qué muchos de los mejores genios de la historia, aun habiendo gozado del reconocimiento del público en su momento, murieron en la más absoluta de las miserias. Y, por primera vez en mi vida, me planteo seriamente escribir con pseudónimo.
Libros y amistad. Ocurrencia
Tengo dos clases de amigos: los que me compran libros y los que se empeñan en que se los regale.
Baldosas trampa
A falta de otro ejercicio entre mi casa, la Biblioteca, el aula y la partida de Ajedrez, me tomo la condición de peatón muy en serio. Sé que la misma es de rango inferior a la del automovilista para quien nuestras instituciones otorgan toda clase de privilegios como poder contaminar a todas horas, hacer ruido por donde pasa, disponer de espacio asfaltado urbano para su tránsito en relación 30/1 respecto al dedicado al transeúnte, por no hablar de la distancia que media entre los metros cuadrados reservados para su estacionamiento con los dedicados a parques para el esparcimiento de los niños, mayor vigilancia policial para su seguridad, y un larguísimo etcétera que padecemos como si de un Pacto Social Rousseauniano se tratara.
Seguramente, en afianzar esta última impresión han trabajado los psicólogos sociales para proporcionarnos esa necesaria dócil conducta con la que sobrellevar la perenne injusticia por medio de ciertos guiños icónicos como el muñequito de los semáforos o el denominado “Paso de peatones” persuadiéndonos de que todo el tinglado está montado a nuestro servicio. Pero que nadie se engañe: Los semáforos, nacieron para respetarse entre los conductores y la expresión “Paso de Peatones” se entiende mejor en boca de quien conduce.
Sea como fuere, los peatones hemos asumido nuestra inferior categoría civil, yo, hasta me aparto cuando veo una correcaminos andina empujando un carrito de bebé, con tracción a las cuatro ruedas. Nos conformamos con pequeñas aceras donde desde la infancia aprendemos lo pequeño que es el mundo y cuánta razón llevaba Malthus. Pero, todo tiene un límite…¿Es mucho pedir que la vía dedicada al tránsito del ganado humano, sino grande, continuo, adornado, perfumado y alfombrado, al menos lo esté bien enlosado?
Comprendo, acepto y comparto las explicaciones ofrecidas desde las Instituciones cuando el fenómeno afecta a los suburbios, periferias, zonas deprimidas y marginales donde viven las Clases prescindibles a las que no merece la pena llegue la inversión de nuestros impuestos, mas, ¿Cómo explicar tan lamentable circunsatancia en el centro neurálgico de nuestras ciudades que como sucede en mi natal Castro Urdiales, afecta al mejor escaparate promocional de su actividad turística y social?
Vaya a donde vaya, Zaragoza, Pamplona, Vitoria, Bilbao, Santander, Madrid, Valladolid…me veo en la necesidad de conducir mis pasos con el mismo tiento que el empleado por Indiana Jones en “La última Cruzada” para averiguar el camino correcto dando saltos entre un enlosado cuya secuencia escribía el nombre de dios, por si no fuera poco el esfuerzo de no pisar una mina de esas que da suerte.
Durante mucho tiempo, descartada la posibilidad de que en mi ayuda acudieran el Genio Maligno de Descartes o el de Maxwell, quienes por las noches se divirtieran haciendo añicos los azulejos de nuestras calles, buscando qué podían tener en común tantos municipios afectados, primero le eché la culpa a los fabricantes de baldosas. Pero dicha hipótesis resistió poco, pues los ejemplares utilizados no siempre eran los mismos y pronto reparé en que las que se rompían, compartían más el factor de su localización que las características de su fábrica.
¡Efectivamente! La gran mayoría de las baldosas trampa que tenemos en nuestras urbes – las de la periferia están rotas por no repararse en décadas – aparecen por generación espontánea en las zonas más transitadas. Meditabundo sobre la posible repercusión de la creciente obesidad entre la población, no tardé en echarle toda la culpa a la omnipresente Coca Cola, la cual, con sus camiones de reparto entrando por todos lados en todas nuestras ciudades para llegar a todos los bares y supermercados, seguramente era la causante de tan magno desastre con el que no ha podido ni el famoso Plan E zapateril. Empero, no es necesario estudiar alquimia para caer en la cuenta de que los gases son ligeros y siendo el zumo de los pobres agua, azúcar, veneno y aire, poca responsabilidad podía tener en el asunto.
Mientras por mi mente desfilan despreocupados, Heráclito, Platón, San Agustín y toda esa pandilla, mis peripatéticos pasos han de vérselas diariamente con esta dificultad terrenal en el camino del andar, cosa que no me ha permitido en años pasear tranquilo, ni evadirme del problema que tengo bajo los pies, si es que no deseo financiar yo sólo a la lavandería donde llevo los trajes. Por esta razón, reparé en la actitud con qué se abordaba el problema por parte de los ayuntamientos. ¡Y tate! Ellos eran los primeros en estar preocupados e interesados en darle solución, pues reciben continuas quejas de comerciantes, hosteleros, vecinos, y sin embargo, han desistido en reponer el material roto, porque no pasa una semana que donde había una baldosa rota, esta es sustituida por otra baldosa rota y ciertamente no ganamos para su mantenimiento.
Hace unas semanas, mientras leía los periódicos en La Pérgola, escuché al Alcalde de Castro comentar por radio su preocupación personal sobre el tema. Y de estas serendipias que acontecen, según salía del establecimiento dispuesto a escribir un artículo prometiéndole mi voto de conseguir, no ya toda la acera libre de baldosas rotas, sino un simple corredor como el que pone la Cruz roja en los conflictos para la evacuación humanitaria, por donde poder caminar sin miedo a torceduras de tobillo ni salpicaduras de barro, a toda velocidad subió a la acera un furgón blindado de esos de Prosegur para dar servicio a los dos bancos que hay por las inmediaciones. Todos nos quedamos mirando por el despliegue y en eso escuché un anónimo comentario: “¡Estos son los responsables de que se rompan las baldosas!”.
Esta gran verdad, fruto de la sana observación, es la que desde esta noble tribuna le comunico tal cual me ha llegado, al Alcalde de Castro Urdiales y a todos los Alcaldes cuyas localidades se vean afectadas por este fenómeno, para que pongan pronto remedio y que los responsables paguen los daños ocasionados. Claro que ¡Con la Banca hemos topado!