Los bancos guardan tan bien nuestro dinero, que hasta desaparece.
El Pacto Currupio
Tuve noticia del término “Currupio” por primera y única vez en labios de una buena compañera de Teología de Neguri llamada coloquialmente “Arri” hará cosa de quince años. La empleaba a menudo – supongo que todavía lo seguirá haciendo – siempre que deseaba aludir a los miembros de nuestra distinguida Clase Política. Con la envidia sana de quien dedicándose a la invención de palabras de inmediato detecta una nueva joya del lenguaje fruto ajeno de su ingenio, fueron varias las ocasiones en que tuve oportunidad de departir con su creadora sobre el posible origen de su ocurrencia y de cuantas variables semánticas pudieran haber concurrido en su acuñación.
No fue difícil hallar en el personaje de la “Fiera Corrupia” el principio activo etimológico y en la “Corrupción” su tendente finalidad semántica, de cuya confluencia (c-rr-p) podría haber emergido la nueva palabra “Currupio” por mediación de un arcaísmo de reminiscencias célticas que habría trocado la “o” en “u”. Sin embargo, ambos convenimos en que “Currupio” en modo alguno remitía a la mente del hablante las características propias de la “Fiera Corrupia”, personaje del folklore pagano de terrible aspecto y peor presencia, más tampoco genera el rechazo moral que la corrupción provoca entre las personas honradas. Antes bien, parece suceder lo contrario: Cuando se emplea la voz “Currupio” es imposible evitar cierta mueca cómplice entre emisor y receptor que diluye cualquier acepción negativa que pudiera permanecer en el término, cosa que la psicolingüística podría explicar fácilmente por la resonancia silábica de la doble “u” como sucede en el nombre de San Cucufate recurso explotado en extremo por la marca de camisetas Kukusumusu. Recuerdo que, a modo de prueba, proferimos el vocablo en infinidad de situaciones para observar su comportamiento significativo, verbigracia, “el currupio del profe me ha suspendido” o “en esta cafetería no hay más que currupios”. A diferencia del famoso “Fistro” introducido en nuestro acervo por el humorista Chiquito de la Calzada, no me pregunten por qué, concluimos que la palabra “Currupio” funcionaba mejor cuando sustituía a los políticos que en cualquier otro caso, incluidos ladrones y sinvergüenzas.
Mi aprecio por el nuevo concepto fue tal, que compuse en una inspirada tarde la “Marcha Currupia sobre Neguri” para piano y martillo. Por este motivo no me extraño que después de tanto tiempo sin oír hablar del término en cuestión, este me viniera a la memoria mientras atendía al debate mantenido entre Rubalcaba y Rajoy entorno a la posibilidad de rubricar un “Pacto contra la corrupción”, precisamente en estos aciagos días en que los medios de comunicación no dan abasto para informar de los distintos escándalos en los que se ven implicados mayoritariamente sus Señorías los políticos. Súbitamente pensé para mi ¡El pacto de los Currupios!
¡Efectivamente! Yo no sé ya en manos de quien estamos. Pero a nadie en su sano juicio le dejaría tranquilo saber que los mayores mafiosos del país van a hacer un pacto contra el crimen organizado, ni tener noticia de que los altos ejecutivos de las empresas telefónicas van a pactar contra el cobro abusivo de tarifas. Gracias a las sucesivas reformas educativas, es posible que entre las nuevas generaciones hayan colado iniciativas tan descabelladas como la creación de los Defensores del Pueblo cuya confesada finalidad no es otra que defender al ciudadano de sus instituciones, por calcar en los organismos oficiales el Departamento de Atención al Cliente que tienen por objeto defenderle de los atropellos de las Multinacionales; Pero sería del todo imperdonable que ese subterfugio puesto de moda de firmar acuerdos de buenas prácticas empresariales respecto al medio ambiente, a favor de la igualdad, contra la explotación infantil, para evitar los venenos en la comida, contra el maltrato animal, etc, en vez de respetar sin más la legislación, fuera aceptado en la práctica política. ¿Qué será lo siguiente? ¿Un acuerdo contra la manipulación? A lo mejor nos sorprenden con un Pacto para respetar las promesas electorales.
Sobre el nombre de los lugares públicos
A propósito de la resolución del Ayuntamiento de Palma de eliminar de su callejero a los Duques de Palma, “por su falta de consideración hacia el título”, estimación que corresponde ponderar a la Casa Real y no al municipio que mejor haría en esgrimir para su propósito la presunta estafa cometida contra las Arcas públicas del Pueblo mallorquín, les hago partícipes de esta reflexión sobre los nombres con los que se bautizan cuantas instalaciones públicas se sufragan con el dinero de todos.
Un reciente estudio efectuado por el Instituto ´Patafísico de Investigaciones Pánfilas (IPIP) refleja que, el 92,7% de los ciudadanos preferiría que los nombres de los lugares públicos nunca recayeran en personas que nada bueno hubieran hecho por la comunidad, porcentaje que se eleva al 98,4% cuando de quien se trata es un sujeto que en vida introdujo la discordia dividiendo a cuantos le rodeaban en amigos o enemigos. De estos datos se concluye que, de denominarse un lugar común con el nombre de alguien, las autoridades deberían observar que su figura mereciese la deferencia y que la misma, no generase malestar en un amplio sector de la población. Pues, creo no equivocarme en que la mayoría de los peatones preferiríamos transitar por la el Boulevard de los Payaos Gaby, Fofó y Miliki antes que hacerlo por el de Juan Carlos I.
Curiosamente, este cabal sentir general, es abiertamente contrariado de continuo por los responsables de la tarea, quienes sin ningún empacho salpican toda la geografía de motivos ofensivos para buena parte de la población en sádica actitud que en vez de buscar el bien común solo parece perseguir el de unos pocos, que por otra parte, siempre son los mismos. Por citar sólo dos casos: en Ávila tenemos la oportunidad de situarlos en el cruce entre las calles Francisco Franco y José Antonio Primo de Rivera, mientras en Bilbao cualquiera puede gozar de un paseo por la Avenida Sabino Arana. Y como estos hay millares de situaciones cuyas secuelas psicológicas son sufridas por la ciudadanía como las hemorroides, o sea ¡En silencio!
Sin entrar a valorar en absoluto los dos ejemplos citados, todos convendrán conmigo en que no es lo más apropiado. Es posible que un veterano de la Guerra Civil del bando Nacional disfrute a diario dando sus señas de residir en la primera dirección, pero dudo mucho que hiciera de la segunda su punto habitual de encuentro con los amigos. Y a la inversa, un Nacionalista Vasco estará encantado de empadronarse en la Avenida del fundador del PNV, aunque me temo no aceptaría vivir siquiera de alquiler donde el Nacional por muy nacionalista que fuera.
Huyendo de la subjetividad que pudiera darse sobre la oportunidad de bautizar las calles con nombres de Políticos facciosos, Generales criminales, Santos de dudosa santidad, Nobles únicamente por el título, etc, planteamientos extremos han apostado por eliminar toda referencia, distinguiendo calles y distritos únicamente con números, tal cual se hace con las matrículas de los utilitarios, como es costumbre en algunas ciudades de América. En ocasiones, sin llegar a tanto, se ha propuesto dejar en exclusividad nombres impersonales como “Calle de las Flores”. Sin embargo, opino que haríamos mal en prescindir de tan formidable herramienta de educación social, por cuanto contribuye enormemente a trasladar a la ciudadanía los valores a conservar por la comunidad, de igual manera que, la lectura de biografías ejemplares ayuda a fijar durante la niñez buenos modelos de conducta a imitar.
De querer conservar esta bella tradición, lo más acertado parece entonces dedicar plazas e Institutos a sujetos de probado prestigio que de no contar con la aprobación general por la enorme incultura subyacente, al menos, no provocarán malestar, pues hasta la fecha no conozco a nadie a disgusto con María de Zayas. Es lo que se ha venido haciendo con dramaturgos, literatos, músicos de prestigio y en menor medida con inventores, científicos o matemáticos, con los que en pos de la utilidad práctica se han obviado los habituales escándalos que en su momento pudieran haber ocasionado con sus ideas, así como con personajes históricos estilizados como Carlo Magno o Napoleón, de cuya verdadera historia nadie, salvo expertos eruditos, pueden dar cuenta de la intima moralidad de sus actos.
No digo yo que entre Jefes de Estado, militares, religiosos o políticos, no puedan surgir candidatos a ser distinguidos en el callejero de su ciudad por las Instituciones del país al que sirvieron. Lo que deseo transmitir es la enorme dificultad de que sus nombres sirvan al bien común, pues siendo sus quehaceres de discutible y discutida valía según sean contemplados por Monárquicos o Republicanos, pacifistas o patriotas, creyentes o ateos, de centro derecha o de derecha y cuantos distingos se les ocurran, difícilmente ayudarán a mantener la paz social que persigue todo Gobernante, al menos, en el plano emocional de los gobernados que está más interrelacionado con todos los demás de cuanto nos imaginamos.
En cualquier caso, a mi juicio, mayor atención merecen personas menos conocidas, aunque si, muy apreciadas en su entorno como son Maestros, boticarios, bomberos e incluso cajeras de supermercado, chóferes de autobús y vendedores de caramelos, que a lo mejor, en virtud de su contribución vital a su ciudad, barrio o calle, ganado se tienen ser recordados por sus vecinos en señal de reconocimiento.
En este sentido, son muchas las voces que empiezan a reclamar que se consulte a los directamente afectados antes de bautizar una calle, colegio o Polideportivo. Igual nos llevamos todos una sorpresa y marcas tan publicitadas por el Tontodiario como “Príncipe de Asturias”, “Reina Sofía” o “Duques de Palma”, dejan de aparecer por doquier cual especie de hongos venenosos, sustituidos por nombres de gente humilde que hicieron mayor bien a la sociedad y de los que aún olvidados por las futuras generaciones, nunca darán motivo de vergüenza o controversia a los pueblos agradecidos que los incorporaron a su paisaje nominal.
De la Creación. Ocurrencia
Dios hizo el Mundo en seis días. ¡Se nota!
De la Inmortalidad. Ocurrencia
Hay un modo de experimentar la Inmortalidad y es, vivir cada momento de la existencia como si fuera un instante de la eternidad.