Se llama spam, a los mensajes no solicitados, menos deseados o de remitente desconocido, habitualmente de carácter publicitario, enviados en cantidades masivas que perjudican de alguna forma al destinatario. De esta definición me he valido para hacer un juego de palabras y reflexionar un poco sobre la nefasta expansión del puto inglés entre los latinoparlantes que padecemos un marcado e inducido complejo de inferioridad que es necesario corregir, porque no solo está en juego la pureza de la lengua, que poco o nada me interesa preservar, dado que la misma es una histórica evolución de mezcolanzas que han enriquecido su expresión.
Posiblemente sea ya demasiado tarde para reaccionar contra esta absurda tendencia de estudiar esta odiosa lengua que tanto daño hace a nuestros cerebros latinos y resulte imposible invertir la estupidez de escuchar su música sin entenderla y aún de producirla entre nosotros con el aplauso general como han puesto de manifiesto para más ignominia, los laureados casos de Dover y Marlango. Pero el otro día, de nuevo me solivianté con este recurrente asunto, porque en un discobar de Valladolid, coincidió que pincharon una melodía italiana muy conocida “Azurro” pero cantada en español ¡Estamos tontos o qué! ¡Es increíble! – pensé para mi…Resulta que esa mierda de idioma cuya presencia en la historia debería borrarse del catálogo de Babel, el cual, comprensiblemente somos incapaces de aprender por muchos años de escuela que se le dediquen, es el preferido para oírse por el populacho metiéndonoslo por todas partes en discotecas, trenes, radio, televisión e Internet, sin traducir, mientras canciones de un idioma hermano como el italiano que ennoblece y adelgaza a quienes lo practican, cuyo aprendizaje como dice la propaganda, es fácil y divertido, resulta que vamos y la traducimos. Fuck off!
El declive crónico de los planes de estudio en España, sospechosamente coincide con la instauración forzosa del inglés en las escuelas desde el 77 que sólo ha servido para dar empleo a sus muertos de hambre que por el mero hecho de ser nativos – como si el resto fuéramos moribundis – vienen aquí a darnos clase como si fueran eminentes filólogos, mientras nuestros universitarios acuden a su inhóspita tierra de salvajes con tecnología, a hacerles la cama en hoteles y servirles la comida a la mesa en restaurantes. ¡Hijos de la Gran Bretaña! Este solo dato, debería bastarnos para de una vez ponerle coto a esta idiotez colectiva. Pero no…
Mientras la SGAE y resto de Osos Mafi del cine e industria discográfica, se empeñan en sacarnos los cuartos, evitar las descargas, vivir de las subvenciones estatales y perseguir al top-manta, nada hacen por taponar este auténtico acuífero económico por el que se nos escapa la mayor parte de nuestra riqueza económica y cultural. Porque detrás del estudio académico del Inglés existe todo un negocio muy bien montado que trasciende a los viajecitos del verano y las clasecitas particulares…por ese coladero se nos va la cultura y la industria que de ella vive.
Los pueblos latinos, deberíamos empezar a cruzar nuestros éxitos comerciales para que en todos los medios de comunicación desde Lisboa a Bucarest pasando por Santiago, Madrid, Vitoria, Barcelona, Paris, y Roma, se promocionen y pongan sus sintonías, ensanchando así el mercado potencial de nuestros productos y creaciones a más de 200 millones de personas, sólo en el continente europeo. Porque me extraña sobre manera, que cualquier botarate con dos cuerdas y un tambor suene en todas nuestras discotecas por cantar en Inglés, mientras nada sabemos de los Nº1 que están triunfando en todos esos países, donde por cierto, aquel pringado también goza de popularidad.
Y si por lo que sea, les entrara unas repentinas ganas de tomarse la revancha escuchando solo música autóctona, sin necesidad de irse muy lejos, entonces, les animo a consumir canciones en Gallego, Catalán, Euskera y hasta en Bable si lo desean, con tal de dejar de hacer el tonto, que las hay muy bellas y buenas esperando a convertirse en nuestro éxito artístico político y comercial.
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Harrypotteando la cultura
La heptalogía de la británica J.K. Rowling cuyo personaje principal Harry Potter es un joven aprendiz de mago por el que las tiernas generaciones sienten una admiración desmedida, no ha tardado en dar sus frutos más allá del maravilloso mundo de la imaginación. Aparte de traducirse en pingües beneficios para las industrias del cine y editorial, las cuales, con la escusa de extender la lectura entre los más pequeños -como si faltasen referentes clásicos de mejor hechura y Disney no hubiera enredado lo suficiente en el sector- han llevado sin escrúpulos a la literatura infantil y juvenil, las técnicas de marketing propias de cualquier otro producto de consumo: mucha novedad, mucha publicidad y mucho contenido vacuo, su inocente lectura ha conseguido introducir en las desprotegidas mentes de los niños, vetustas ideas paganas, que en su momento, mostraron su ineficacia cuando sobrevino un cambio de paradigma en la percepción espiritual de la conciencia que las dejó obsoletas, quedando como motivo residual para inspiración de poetas que proyectaban sobre su evanescencia un Beatus Ille añorado desde la expulsión del Paraíso, toda vez sus padres han descuidado su educación religiosa, aturdidos igualmente por la lectura perniciosa del “Código Da Vinci” de Dan Brown, y cuya consecuencia lógica ha sido que, en la esfera anglosajona, el folklore que hasta ahora representaba las noches de Haloween o las pintorescas procesiones al monumento megalítico de Stonehenge, haya cristalizado, de estas resultas, legalmente en una religión, que como tal, merece todo mi respeto, pero que como digo, en su día dejó de merecerlo para sus propios seguidores, salvo en las leyendas artúricas, donde Merlín respecto al Rey hacía las veces de un Panoramix que permite a un anciano Asterix convertirse en Superman, moderna encarnación del héroe salvador, azote de villanos, paladín de princesitas.
La gente es muy libre de creer en lo que quiera. Pero lo queramos o no, en asuntos de Fe hay también que prestar atención a cómo esta evoluciona en consonancia con la Conciencia: desde no inmutarse por la infeliz ancestral pura inmanencia, hasta el desgraciado desasosiego postmoderno provocado por una incierta transcendencia, desde el más bruto Panteísmo, hasta el estilizado Monoteísmo, desde adorar a la madre Naturaleza, hasta rendir culto a la deslumbrante ciencia; Todo para llegar al Ateísmo practico militante magistralmente retratado en “El espejismo de Dios” del también británico R. Dawkins, heredero a su pesar de una concienzuda e implacable Teología occidental. Porque sí todo es relativo, entendiendo lo relativo no por “estar en relación”, sino como mal sinónimo “de dar igual” o “ser lo mismo”, corremos el riesgo de ver proliferar en breve, asociaciones protectoras de dragones, Oenegés reclamando los derechos históricos de los Gnomos y quien sabe si enseñando a los escolares a escribir con runas en clase de lengua, a interpretar la cávala en hora de matemáticas, a practicar la alquimia en clase de naturales o a hablar las lenguas élficas de Tolkien.
Es posible que tal y como están las cosas, los haya que en todo ello, no aprecien cierto retroceso de la humanidad o incluso que lo tengan por bueno, y sean muchos quienes aún sospechándolo, no les parezca preocupante la actual marcha de los acontecimientos, por juzgarlo del todo inocuo ante el imparable Happy End que nos aguarda en el despliegue histórico del Absoluto Hegeliano en el que creen firmemente al extremo de no ser conscientes de su Fe. Pero, no sería la primera vez, que una entera sociedad se colapsa, como enseña el mito platónico de la Atlántida o más recientemente la obra del antropólogo J. Diamond donde analiza los conocidos casos históricos de la cultura Micénica o Maya, pues, aunque hoy todavía nos parezca difícil entenderlo por vivir en la cresta de la ola Ilustrada, hay periodos en los que se desaprende u olvida lo adquirido colectivamente, como sucediera con la lectura jeroglífica egipcia o con la arquitectura tras la caída del imperio Romano. A veces sucede por factores climáticos como una pronunciada sequía, otras por continuas guerras, en ocasiones por una mala previsión de los gobernantes…Mas, no pocas veces, todo ello no hubiera sido suficiente para ponerle punto final trágico a su existencia, si sus integrantes hubieran practicado las virtudes individuales y colectivas celebradas en su tiempo, entre las cuales, que duda cabe, hoy en día habríamos de contar el pensamiento crítico, el método científico, el escepticismo, la inquietud por el saber y desterrar para siempre la superchería, los dogmas y la irracionalidad.