Escucho con estupor afirmar a diestro y siniestro que una nación como España, miembro de pleno derecho de la Organización Terrorista del Atlántico Norte, del Fomento de la Miseria Internacional y de la Organización Criminal del Estado, entre otras entidades en las que se diluye la representación representativa de los representados, no se puede permitir la existencia del hambre infantil dentro de sus fronteras. ¿Cómo que no? ¿Es que somos menos que Etiopía que durante décadas ha soportado con éxito la hambruna crónica de su población? ¿A caso su realidad puede poner en jaque a los mercados? ¿Es que con solo saber de su presencia entre nosotros supone una amenaza para el Estado del Bienestar? ¡Pamplinas!
En tanto en cuanto no asumamos la necesidad del sacrificio ritual del gobernante como premisa antropológica básica para la regeneración espiritual de toda sociedad, un país corrupto como el nuestro, ¡debe y puede! convivir con el hambre infantil, pues de otro modo entraríamos en una contradicción lógica, la cuál, sí sería harto difícil de sobrellevar, por cuanto todos desearíamos verles muertos, pero ninguno se atrevería a matarlos. De esta guisa, aceptamos el hambre infantil en nuestras ciudades como un hecho que acaece sin más, fruto de la circunstancia, sin culpables a los que castigar por ello, algo natural que entra dentro de la estadística y cuyos números, no nos pueden llevar a engaño, pues hemos de reconocer que, en ocasiones, muchos confunden el hambre con las ganas de comer, siendo el hambre como el dolor, algo necesario para la supervivencia humana que nos alerta ante un inminente mal, en este caso, no comer en exceso entre horas. Porque, el hambre en la infancia ayuda al niño a espabilar, de ahí el dicho ¡Es más listo que el hambre! Cosa a no desdeñar en un momento en que los recortes en cultura, educación, investigación y desarrollo prefiguran una España sumida en el retraso tecnológico respecto a los vecinos.
Por supuesto, no es bueno que uno de cada tres niños españoles pase hambre. Pero, paradójicamente, es mejor que pasen hambre a que se mueran de hambre, aun cuando al morirse de hambre, dejan de pasar hambre. La cuestión entonces es ¿Cuánto hambre puede pasar un niño español sin morirse de hambre? Mientras la FAO no se pronuncie a este respecto, todo son especulaciones. Es verdad que hay niños que no pueden realizar tres comidas diarias; es cierto que durante el curso los fines de semana los menores son sometidos a una dieta de vigilia cristiana desde el viernes; reconocemos que la comida del comedor es comprendida como un lujo para estos escolares; aceptamos que la carne, el pescado, los lácteos, las verduras y las frutas, están fuera del alcance de su cesta de la compra…pero, si los niños que pasan hambre lo soportan; si sus padres son capaces de verles irse a dormir con los estómagos vacíos a sus camitas sin tomar una resolución que de sentido espiritual a sus vidas con la esperanza de que todo se solucione a la mañana siguiente con la salida del sol ¿Quiénes somos nosotros, personas bien alimentadas, para desde fuera del fenómeno, cuestionar la capacidad de toda una sociedad democrática y desarrollada para permitirse el hambre infantil? España, se puede permitir el hambre infantil ¡y mucho más! como por ejemplo, su analfabetismo, su indigencia energética, su desalojo de la primera vivienda, su explotación laboral, su explotación sexual, su desaparición para fines médicos…
El hambre infantil en nuestro territorio pone a prueba nuestra capacidad de respuesta como sociedad democrática y desarrollada. A la pregunta ¿Pasan hambre los niños españoles en la tierra de la dieta mediterránea? La respuesta es ¡Sí! A la pregunta ¿ Pasan hambre los niños en la España de las estrellas Michelín? La respuesta de nuevo es ¡Sí! ¿Puede permitirse España el hambre infantil? La respuesta otra vez es ¡Sí! Porque como diría Rajoy “Un niño que tiene hambre, es un niño hambriento. Pero no por ello deja de ser niño, y menos aún, español”.