Si la Religión ha sido declarada por la Izquierda como “El opio del Pueblo” qué psicotrópico no habremos de asociarle al Pacifismo proclamado por las Oenegés subvencionadas y al Esperancismo horizontalista que lo acompaña colocando ante el vulgo cual zanahoria el absurdo social ¡Si se puede! cuando a todas luces está visto ¡que no! que todo está perdido y no hay nada que hacer; que hemos sido derrotados antes de haberse librado batalla alguna por ser más fácil someterse que luchar, máxime cuando la mayoría de los vencidos comparte convencida la ideología vencedora. Sólo aceptando esta dolorosa verdad, estaremos en disposición de remontar la situación.
¡No se puede! Al menos por medio de las actuales urnas funerarias de la Democracia formal representativa en las que se entierra la Soberanía popular. ¡No se puede! Por medio de continuas protestas pacíficas que no hacen mella en la voluntad criminal de nuestros gobernantes; antes al contrario: les anima a continuar con sus desmanes dado que el mal que proyectan no les afecta ni a ellos ni a sus familiares. ¡No se puede! Mientras consideremos a nuestros opresores de la misma condición que la nuestra, pues siendo su comportamiento y moral muy distinta a la nuestra, siempre desbarraremos en los juicios sobre su actuación y todavía más, en las estrategias a emplear para defendernos de su violencia.
La falsa Religión del Cristo muerto sobre cuya estampa crucificada deberíamos escupir por aberrante a la Fe del Resucitado como hicieran los Templarios, ciertamente se merecía el título otorgado por Marx en su día, por proclamar el perdón de los malvados, la insuficiencia del ojo por ojo y diente por diente, poner la otra mejilla después de haber sido abofeteado, el amar a los enemigos, la bienaventuranza de los mansos y el largo etcétera del que hoy se nutren los nuevos sacerdotes laicos sin sotana que lavan el cerebro de nuestros jóvenes en las escuelas para regocijo de las élites extractoras. Nada que ver entonces con la figura del Cristo vivo, cuyo auténtico mensaje como se dice abiertamente en los Santos Evangelios sólo se comunicaba a unos pocos, mientras a los demás se les administraba en Parábolas, y no es casualidad que esos pocos fueran armados, de igual manera que la Iglesia verdadera siempre se ha procurado un ejército que acompañe la defensa de la Fe: primero por medio de alianzas con el brazo secular de Príncipes, Reyes y Emperadores, pero tan pronto como pudo a través de las denominadas órdenes militares, de cuya efectividad todavía dieron buenas muestras los Jesuitas de Ignacio de Loyola o los actuales Legionarios de Cristo Rey, pues lejos de ser incompatible la lucha armada con la plegaria espiritual, casi se podría decir que ¡A Dios rogando y con el mazo dando! es el lema a seguir por todo buen cristiano que tenga Fe en un Dios bueno, Justo y Todopoderoso.
La Paz, la Libertad y la Riqueza, es el premio de la victoria. Ninguna de ellas se otorga al que no tiene Fe en si mismo ni en sus posibilidades. No combatir el Mal, no luchar por la Justicia, no estar dispuesto a perturbar su tranquilidad física en aras de alcanzar la Paz del Espíritu, es ofender a Dios y a la propia naturaleza humana donde nuestro creador imprimió a sangre y fuego el instinto de supervivencia, el derecho de autodefensa y el ánimo de venganza, cualidades estas, cuya presencia no puede faltar en toda mente adulta sana.
Un primer paso en esta dirección, además de la apuntada toma de conciencia de ser esclavos vencidos, consiste en empezar a desear ardientemente la muerte de nuestros enemigos, rogando en nuestras oraciones al despertarnos y acostarnos, que Dios se apiade de nosotros y nos libre de todo mal, matando a quienes nos oprimen. Si tenemos Fe, y actuamos en consecuencia, el buen Dios no nos defraudará, siempre y cuando no le dejemos por hacer toda la tarea. Y será en dicho reparto de funciones que en buena lógica nosotros hagamos justicia mundana por nuestra cuenta mientras la divinidad se ocupe del perdón eterno.