Le debía unas líneas a la universidad. A mi universidad, esa de la que salí hace casi tres décadas jurando que solo volvería de paso. Ahora que caigo, he cumplido, aunque el tiempo ha borrado la animadversión. ¿O era impotencia? Más bien eso, porque se parecía entre poco y nada a la imagen, seguramente idealizada, que el adolescente que fui tenía de la Enseñanza Superior. No digo que no hubiera momentos dignos de provocar, siquiera forzándola, su gotita de nostalgia, pero en general, mis recuerdos no pasan de las diferentes escalas del gris. De entonces a hoy, mirando siempre de refilón o por motivos puramente profesionales, he ido viendo el vaso a ratos medio lleno, a ratos medio vacío.
Medio vacío, por ejemplo, en estas últimas semanas de un proceso electoral de candidatura única donde todo lo noticiable, lo desgraciadamente noticiable, residía en unos gamberros consentidos que —le copio la idea a Iñaki Antigüedad— destrozan lo público porque lo confunden con lo gubernamental. Claro que todavía más triste que los estragos de los fachuzos alevines ha resultado la disculpa, la justificación o el aplauso sin disimulos de tipos más talluditos. Incluso alguno con despacho en la institución que nos ocupa.
Medio lleno, sin embargo, cuando en el programa de la radio necesito especialistas en la materia que sea y los encuentro en el directorio de EHU/UPV. También al comprobar que tras buena parte de las iniciativas, los proyectos o las propuestas más estimulantes que tienen lugar a nuestro alrededor hay mujeres y hombres vinculados con cualquiera de sus centros. Les garantizo que ocurre muy a menudo.