No está suficientemente valorada la rectificación. De hecho, lo que se lleva, y cada vez con más ardor, es la obcecación marmórea en el error, incluso aunque se tenga la certeza de haberlo cometido. La humanamente comprensible tendencia a no reconocer las meteduras de pata porque son un pellizco en nuestro ego acaba convertida en soberbia de tomo y lomo. Y ahí ya no hay tutía.
Esto, que pasa en la vida en general, adquiere una dimensión particular en la política, donde, da lo mismo que siendo gobierno u oposición, corregir una coma se interpreta como señal de debilidad. Se suele preferir, de hecho, buscar todas las excusas posibles, las argumentaciones más peregrinas en defensa de lo hecho o mentir abiertamente. Por eso creo que hay que valorar especialmente el coraje del Departamento de Seguridad del Gobierno vasco al dar marcha atrás en la limitación de los conciertos en bares y en otros de los aspectos más contestados de esa normativa.
Resultaba evidente que algo chirriaba, y bastante, en algunas disposiciones. Las mejores intenciones en materia de seguridad chocaban con la realidad que conocemos y se diría que con el sentido común. Por tanto, el cambio era justo y necesario, como nos había hecho ver la plataforma Arteak Ireki, cuyos integrantes también merecen una ovación por la modélica campaña que han llevado a cabo. Ha sido una protesta creativa —incluso divertida en varias de las actividades—, con planteamientos cabales, claros y honrados, perfectamente argumentados, renunciando al trazo grueso y a la demagogia. En suma, lo que ha ocurrido me resulta doblemente gratificante. Ojalá cunda el ejemplo.