En mi rampante ingenuidad, pensaba que las propuestas que los partidos llevan a los parlamentos tienen como objeto mejorar la vida de la ciudadanía y no anotarse el tanto. Lo apunto –irónicamente, por supuesto– después haber visto con media sonrisa en la boca cómo la prensa independiente y en absoluto sectaria lamentaba amargamente que el lehendakari se hubiera llevado el protagonismo del pleno monográfico sobre demografía que tuvo lugar el pasado miércoles por iniciativa de EH Bildu. Parece ser que el anuncio de Urkullu de que las familias tendrán una ayuda mensual de 200 euros por bebé a partir de 2023 acaparó todos los titulares. Un parlamentario de la formación proponente prefirió verlo de otra manera y presumió ante su parroquia de “haber arrancado” esa ayuda. No solo es humano sino que entra en el funcionamiento habitual de la política, o sea, del politiqueo.
En lo que a mí me toca, no tengo el menor empacho en reconocer el acierto del grupo soberanista a la hora de proponer un debate tan inmensamente necesario como el de la demografía. Es un gran punto de partida, porque hasta la fecha se ha venido hablando de la cuestión a base de simplezas muy pedestres, casi lugares comunes que no han servido para hacer un diagnóstico real de la situación. Y es peor todavía cuando entran las consignas ideológicas, los prejuicios y la demagogia de aluvión sobre cómo hacer frente al problema. Añado de pasada que las ayudas podrán servir un tantín pero no nos harán que nos lancemos a procrear alegremente. Con todo, es un comienzo. Ahora toca por parte de Gobierno y oposición seguir trabajando en serio.
La obligación de cualquier miembro de una especie, es contribuir a la supervivencia de la misma.
Y la naturaleza es sabia. Para ello nos ha dotado, entre otros, de dos apetitos: el comer y el sexual. Otra cosa es que les busquemos a ambos respuestas distintas, y que en el caso del apetito sexual seamos capaces de satisfacerlo, sin cumplir necesariamente su función reproductora y eso no es malo, pues hay un principio de nivel superior que es el de la maternidad-paternidad responsable.
Pero claro está, cuando circunstancias economicas, modelos de vida, orden de prioridades, etc., inciden en la decisión de tener o no tener hijos, la demografía cambia y se acomoda a todo ello, poniendo en dificultades la supervivencia de la especie. Y eso es cosa de todos sus miembros, por lo que es imprescindible y urgente estudiar el cambio demográfico que se está produciendo en los últimos cincuenta años y dar con la solución adecuada, que seguro que no pasa, sólo, por una ayuda económica para cubrir los gastos en pañales.
No soy contrario a las ayudas, pero sí me parece un tanto exagerado llevar dichas subvenciones hasta niveles de renta próximos a 100.000€ anuales. Si se trata de incentivar la natalidad, ¿me va a decir alguien que una familia con 90.000 o 100.000 de renta anual necesita 200 € al mes para dodotis y potitos, y así poder traer una vida al Mundo? ¿Su decisión estará motivada por esa ayuda?. Y, en menor medida, lo mismo para aquellas familias de rentas más bajas. Como incentivo no creo que sirva. Como «premio» o ayuda a haber tomado una decisión que en cualquier caso se habría tomado, estoy de acuerdo en arrimar el hombro.
Las decisiones de este tipo creo que se toman más en función de otro orden de situaciones, entre las cuales, de tipo económico, son las perspectivas de estabilidad en el empleo. La percepción de una vida estable no solo para alimentar y criar al bebé durante los 3 primeros años sino para su educación y crecimiento hasta su autonomía personal, influye más que nada en la decisión de procrear. Las visión que cada persona o pareja tenga de su futura situación y posibilidades laborales y sociales es determinante.
Sin minusvalorar esta medida, evidentemente justa (salvo en el elevado techo de renta), creo que el relanzamiento demográfico es directamente proporcional a la calidad y estabilidad en los empleos, factores estos que requieren una mayor atención y una mayor valentía, si es que queremos cambiar algo a mejor.
La fluidez y precariedad laboral les viene muy bien a las élites económicas, pero para la demografía es tan letal como una guerra de exterminio.
Creo que sería prudente examinar los resultados de políticas semejantes en países que llevan mucho tiempo implementándolas (Suecia, Dinamarca,…) No están, creo yo, muy convencidos de su bondad y hace tiempo que se las están replanteando. Obviamente a los colectivos que habitualmente, por motivos religiosos, culturales, etnicos, etc, son muy prolíficos, les beneficiará. A la sociedad en general, lo dudo.