Bueno, pues ya parece que está. A la hora en que se publiquen estas líneas, un avión carísimo costeado oscuramente por no menos oscuros amigachos habrá devuelto al Golfo al niño grande Borbón y Borbón. Y sí, seguro que que habrá más garbeos por los que fueron sus teóricos dominios, pero cada vez merecerán menos atención mediática. Y, en todo caso, lo que ya parece totalmente claro a la vista del indigno comportamiento en este rule es que el paquidermicida tiene muchos boletos de permenecer en Abu Dabi hasta que se produzca eso que en el caso de su antecesor, el bajito de Ferrol, llamaban “el hecho biológico”. Con suerte, lo repatriarán cuando esté a punto de exhalar el último aliento. Aun así, cuando llegue el momento, harán falta quintales de lejía para blanquear su imagen. Él solito se lo ha buscado. Quizá los succionadores más recalcitrantes lo recuerden como el arquitecto de la inmaculada Transición, pero para el común de los mortales, incluso los no politizados, será un tipo que no podía dejar las manos ni la bragueta quietas.
Miembro, por demás, de una familia disfuncional, como lo prueba el hecho de que ayer tuvo la primera conversación cara a cara con su hijo en tres años. Y no fue, precisamente, para normalizar relaciones, como nos venden la prensa cortesana y las notas de prensa almibaradas. Hasta el Tato sabe que el viejo se llevó un rapapolvo del copón por parte de su vástago, que, por si tenía dudas, después del espectáculo de estos días, ya sabe que el tipo es mucho más perjudicial para la monarquía que la más incendiaria de las proclamas republicanas. Pidamos más palomitas.