Celebro la aprobación, con una amplia mayoría, de la ley vasca de protección de animales domésticos. Me complace que se les otorgue la condición de “seres sintientes”, que, aunque sea una expresión que suena raro, es la forma de dejar claro que no son cosas. Parecería una obviedad si no fuera por la cantidad de miembros de la especie teóricamente humana que tratan a los animales como puñeteros objetos.
Una vez dicho lo principal, no puedo dejar de anotar que echo en falta una mayor valentía a la hora de hincarle el diente legal a la cuestión. La tauromaquia y sus derivados vuelven a quedar en el limbo. Por lo visto, no somos capaces de hacer frente a las pretendidas tradiciones o, perdón por la rima, a nuestras contradicciones. Quizá también a ciertos intereses, como se ve todavía más claramente en que los perros de caza no gozarán de la misma protección que sus congéneres de compañía. No generalizaré, porque conozco a dueños de estos chuchos que los tienen como marajás y sienten por ellos un cariño infinito. Pero igualmente sé de un montón de escopeteros que los tratan a baquetazos y les dan una vida perra en el peor sentido de la palabra. Se me escapa por qué se pierde la oportunidad de meter en vereda a estos tipejos.
Por lo demás, y volviendo al ámbito de las mascotas más habituales, no habría sobrado subrayar que la responsabilidad de los humanos que los poseen (no encuentro verbo mejor, lo siento) no es solo hacia los animales sino respecto a sus convecinos. Eso implica evitar que hagan sus necesidades mayores o menores en los espacios comunes o cuidar de que no se abalancen sobre el prójimo.
De acuerdo con el contenido del artículo de Javier, y de forma especial con todas las carencias que la ley tiene, y a las que, como dice, no le han hincado el diente.
Dicho esto, yo refuerzo la necesidad de que en esa misma ley o en otra, se tendrían que regular las obligaciones y responsabilidades de los propietarios respecto de los comportamientos de los animales cuando están en espacios sociales y por tanto compartidos con otras personas.
Y es que para sus dueños pueden ser unos seres muy queridos, incluso uno más de la familia como dicen algunos, y ahora, para el conjunto de la Sociedad, son «seres sintientes», pero las demás personas, sin esos sentimientos afectivos, si su comportamiento no es adecuado, resultan molestos.
Así es que hecha esta ley, miremos a los dueños, que son los culpables y por tanto responsables de los malos comportamientos de sus animales de compañía.
Y por añadir un último comentario, no humanicemos a los animales, teniéndolos en espacios inadecuados, con condiciones ambientales incompatibles con sus características, o vistiéndoles, esto ya es el colmo, como si fueran personas.
El tema de las mascotas da para un estudio psicológico de varios tomos.
Es evidente que en muchos casos están jugando un papel sustitutivo de los hijos que no se quieren tener porque implican demasiada responsabilidad, demasiado coste o demasiadas exigencias y ataduras. Y como somos una sociedad que no acepta un no por respuesta y que lo quiere todo pero sin los sacrificios que puedan ir aparejados…pues se tiene un perrito en lugar de un niño y asunto resuelto.
Lo malo de esto es que esa sustitución se produce también en las mentes de algunas personas y aunque no sea muy correcto decirlo…mayoritariamente en las de ellas (quizás con un instinto maternal más intenso que el paternal de ellos).
Ello se traduce en que se llaman a sí mismas «mamis» y exigen a los demás que tengan la misma visión. Por eso asistimos a una oleada «pet friendly» porque establecimientos de todo tipo tratan de adaptarse a la carrera. Es algo preocupante el nivel de furia de las quejas que reciben los establecimientos que aún no han cedido a la presión y ya en algunos casos sucede que los dueños (tampoco de me ocurre otra expresión) de las mascotas directamente hacen caso omiso de la prohibición (insisto; nadie acepta pacíficamente un no por respuesta a sus deseos) y se plantan en el hotel, tienda o restaurante en cuestión con su «hijo» y exigen hablar con el responsable para cantarle las cuarenta. Con lo fácil es que es no ir a sitios en los que no se acepten mascotas. Por razones comerciales terminarán por pasar por el aro pero parece que a la par de ese amor sin límites hacia la mascota se generan unas irreprimibles ansias de guerrear.