El politiqueo lo embarra todo. Tras el anuncio de la dimisión de Adriana Lastra, justificada por su embarazo de alto riesgo, no doy crédito a la bronca de baja estofa que han generado los motivos aportados por la ya exvicesecretaria general del PSOE. Lo divertido a la par que ilustrativo es que buena parte de las posturas manifestadas parecen estar cambiadas. Quienes habitualmente porfían que la maternidad no puede ser excusa para detener una carrera profesional sostienen ahora que hay que poner los cuidados por delante. Enfrente, personas que se pasan la vida dándonos la murga sobre la libertad de elección individual se visten de requetefeministas y reprochan a la política su presunto mal ejemplo. Como tantas veces, todo es cuestión de siglas y obediencias ideológicas. Dime quién hace qué y, aunque sea lo mismo, me parece bien o mal.
Por mi parte, puedo conceder que el anuncio de Lastra parece chocar con el discurso que ha venido defendiendo. Nada más. Porque, prescindiendo de los otros motivos que hayan podido influir (la gresca en el partido, digo), resulta que nadie puede negarle la libertad para tomar la decisión que estime oportuna. Si eso es lo que ha querido, los demás nos callamos. Esto valdría también en caso de que hubiera optado por pedir una baja y volver a la tarea cuando se sintiera lista. De igual modo, debería ser extensivo a cualquier mujer en la misma situación, por supuesto, siempre que no sea presionada o forzada a actuar. Parece simple, pero, por alguna razón, cada vez detecto a mi alrededor una querencia mayor por dictar las normas de las vidas de los demás.
La decisión que ha tomado Adriana Lastra seguro que se debe, no a una, sino a varias razones. Pero más allá de ellas, y teniendo en cuenta todas ellas, está su libertad para tomar la decisión que le ha parecido más oportuna para ella y su futuro más inmediato, como es la maternidad.
Es un vicio nacional meternos en las «cosas» de los demás, y hacerlo desde posicionamientos ideológicos, sentenciado lo que los demás tienen que hacer.
Y dicho esto, mis mejores deseos para Adriana y para lo que «le viene»…. desde París, que es desde donde se decía que venían los recién nacidos.