Me reclama insistentemente una muy querida lectora que dedique unos borritajos a la fauna (y, según los casos, casi flora) que los diferentes partidos han recolectado para lustrar las candidaturas de cara a las elecciones que se celebran dentro de un mes. Siento una inmensidad defraudarla, pero una pereza infinita entreverada de vergüenza ajena me impide aplicarme a la tarea de glosar esa suerte de parada de los monstruos o circo de Manolita Chen que se han montado las formaciones políticas —especialmente algunas, es verdad— para currarse el voto del populacho. Y miren que podría ser tentador sacar el botafumeiro del sarcasmo y liarse a dar cera a toreros, militares facciosos de alta graduación, cómicos de aluvión, periodistas requeteindependientes y demás ralea reclutada a base de atiborrarles de esa cachondina llamada ego.
Como les digo, aparto de ese mi ese cáliz, para centrarme en exclusiva en el fichaje que me resulta más inspirador y desconcertante, el de Adolfo Suárez Illana, el hijísimo, como número dos de Pablo Casado por Madrid. Ni Froilán de todos los santos se pega tiros en el pie de tal calibre. Más allá de los pufos varios que lo acechan, Suárez junior tiene por todo currículum una imbatible plusmarca de fracasos y fiascos. Eso, y una boca farfulladora de memeces estratosféricas. Cómo olvidar aquel panegírico fúnebre de una víctima de ETA natural de Sama de Langreo en que lo más digno de lamento que encontró fue decir que no podría disfrutar más de las célebres cebollas rellenas de su localidad. ¡Ah! Y de cinco en esa misma lista matritense del PP, Ana Beltrán. Va a ser una fiesta la campaña.