Fue ETA quien causó el daño

Esta columna ya la he escrito. De hecho, muchas veces. Pero, incluso sabiendo que la cuestión de fondo cada vez despierta menos interés y hasta resulta hondamente incómoda, no tengo empacho en reincidir. Y seguiré haciéndolo en todas las ocasiones en que me parezca necesario recordar al personal que hay motos averiadas que no debemos estar dispuestos a comprar. Voy al grano. No, no y requeteno. Por más titulares de aluvión que haya conquistado en la prensa perezosa e indolente, lo que dijo la portavoz de Bildu en el Congreso el martes no aporta ninguna novedad. Es, de hecho, la misma letanía que recitaron hace algo menos de un año Arnaldo Otegi y Arkaitz Rodríguez, vestidos como pinceles, en el palacio de Aiete: que la ahora autotitulada izquierda soberanista (antes, abertzale) lamenta mucho el dolor de las víctimas de ETA y proclama que su sfrimiento “nunca debió ocurrir”.

¿Acaso tragaríamos con la misma frase referida a las víctimas del franquismo, el postfranquismo o el terrorismo de estado y el parapolicial? Por supuesto que no. Con razón, nos pondríamos como basiliscos y exigiríamos que no se nos tome el pelo con las formas impersonales de los verbos. Hace falta el sujeto. Es fundamental señalar al responsable del sufrimiento injusto infligido, que es lo que se come intencionadamente Mertxe Aizpurua, como lo hicieron sus dos superiores en el organigrama antes mentados. Fue ETA la que provocó ese daño y, por lo tanto, es a ETA a la que hay señalar y de la que hay que desmarcarse sin matices. De nada vale hacerle un arrumaco a las víctimas cuando se sigue tratando como héroes a sus verdugos.

Manipulación del lazo azul

Otra más del PP para la antología sideral de la infamia. A falta de nada mejor que ofrecer, su gran golpe de efecto en la primera sesión del debate sobre el estado de la nación consistió en la petición de un minuto de silencio por Miguel Ángel Blanco. Un truco ventajista hasta la náusea. Nadie en el hemiciclo podía hacer otra cosa que sumarse, aunque no fuera más que por no embarrar el patio ni permitir que la sucia jugarreta obtuviera el rédito buscado. Porque esta vaina no va (nunca fue) de denunciar un asesinato especialmente vil sino de aprovecharse impúdicamente de que hubiera ocurrido. Si la propuesta hubiera sido sincera, no habría sido necesario el tatatachán. Con haberlo planteado a los portavoces de los grupos o, incluso, a la presidenta de la cámara, habría bastado. Pero, claro, así no se ganan los focos y los titulares.

La indecencia añadida al birlibirloque fue que los culiparlantes del PP, incluidos la hiperventilada portavoz Cuca Gamarra y el espectador Alberto Núñez Feijóo, se presentaron con un lazo azul en la solapa. En su descomunal falta de escrúpulos, no les tembló el pulso para apropiarse de un símbolo de cuyo origen y significado, por lo demás, no tienen ni pajolera idea. Como tuvieron que correr a explicar ayer personas que sí saben de lo que hablan, ya en 2007, Gesto por la paz debió aclarar que el lazo había surgido como protesta por el secuestro de Julio Iglesias Zamora y que recobró sentido en el cautiverio a manos de ETA de José María Aldaya. Por eso no les parecía correcto que se mantuviera para otras reivindicaciones. 15 años después, el PP se lo pasa por el forro.

Sánchez promete todo a todos

Se nos avecina Jauja, oigan. Pedro Sánchez se presentó ayer en el Congreso cual Iniesta en el anuncio de helados. ¡Venga, Kalise para todos! O sea, abonos de transporte gratis total, aumento de 100 euros mensuales en las becas, mantenimiento de los 20 céntimos por litro de combustible, y de propina, tachán-tachán, impuestos especiales a las empresas energéticas y a la banca.

¿Quién es la guapa o el guapo que dice que no a semejante desparrame? Nadie. Ni tres segundos tardó Yolanda Díaz en declararse autora intelectual de las promesas morrocotudas. Y tras ella, las fuerzas de las izquierdas soberanistas verdaderas de Baskonia y Catalunya, mientras que el PNV caminaba como el que pisa huevos sin acabar de atreverse a decir tres o cuatro cosas incómodas. Por ejemplo, que lo de los tributos a los poderosos emporios financieros, eléctricos o gasísticos va a ser muy difícil de vestir legalmente. ¿Sobre qué concepto se va a imponer la nueva tasa? Eso, sin pasar por alto lo que ya sabemos por experiencia: los paganos finales serán los cosumidores.

En cuanto a la barra libre en el transporte, sonará de cine, pero es una medida que fomenta y profundiza la desigualdad como la subvención indiscriminada al carburante. No hay ninguna justicia social en regalar un servicio muy caro a quien puede pagárselo de sobra. Aparte del tantarantán a las arcas públicas, no solo no servirá para luchar contra la inflación sino que la incentivará. Claro que, con Sánchez, quién sabe. Le queda el comodín definitivo que tantas veces ha utilizado: incumplir los compromisos con una enorme sonrisa.

Lecciones de periodismo

Esta es la noticia, convenientemente ocultada tanto en los medios más progresís del lugar como en varios del Olimpo ultramontano: el conductor del programa televisivo de referencia para la izquierda le compró al comisario Villarejo una noticia falsa sobre Pablo Iglesias y la difundió a sabiendas de que lo era. Según consta en el audio esta vez no tan difundido como otros, Antonio García Ferreras le confesó al rey de las cloacas que, al verse en la tesitura de echar a rodar un bulo del copón, le dijo a su compadre Eduardo Inda: “Yo voy con ello pero esto es muy burdo”. Efectivamente, el telepredicador fue con la mentira de la cuenta que Iglesias tenía en un paraíso fiscal.

Pillado con el carrito del helado, el desparpajudo Ferreras ha tenido el rostro de reconocer la fechoría y presentarla como “lo que teníamos que hacer”. Y en realidad, no hay mucho que decirle ante su brutal confesión de parte. Me resulta, de hecho, bastante más interesante la opinión de los integrantes de la mesa del show político-catódico, que de momento, ha sido un silencio tan sepulcral como revelador. Todos esos seres humanos beatíficos y bien remunerados que, sin ir más lejos, el otro día echaron sapos y culebras contra Cospedal por otra grabación con el mismo siniestro poli callan como tumbas. Lo mismo, ojo, que todos los políticos zurdos (también los de Podemos) que se ponen en posición de firmes y se licuan cada vez que el marido de Ana Pastor les da cinco minutitos en directo. Y luego están mis colegas que, a modo de clamorosa excusa no pedida, se suben al “No todos los periodistas iguales”. ¿Es que acaso hace falta decirlo?

¿Es verde la energía nuclear?

Así, entre nosotros, y ahora que no nos lee nadie, les contaré que a la pregunta del encabezado yo respondo que no. Es verdad que no puedo presentar credenciales científicas y que mi postura atiende, por un lado, a la intuición y, por otro, a lo que tradicionalmente nos han venido diciendo muchos de los que ahora han cambiado de bando. Por lo demás, y con todo el respeto a los órganos de representación popular, no tengo muy claro que sea el parlamento europeo la institución que decida por votación si sí o si no. Claro que en el mismo gesto nos están aportando la clave definitiva: no estamos ante una cuestión técnica sino política.

Francamente, habría preferido que me lo contarán así. Puesto que soy mayorcito y me tengo por un tipo bastante realista, soy capaz de entender que la cosa energética se está poniendo muy malita. Ahí tenemos a Alemania instando a sus ciudadanos a reducir el tiempo bajo la ducha y la temperatura del agua y tomando medidas para limitar el uso de la calefacción a partir de septiembre. Se avecina una situación más peliaguda de lo que ya estamos padeciendo. En ese contexto, quizá no quede otra que tirar de la poco o nada deseable alternativa atómica. Pero no hace falta que nos la vendan como una opción ecológica del copón.

Por decirlo todo, y mirando a mi propio país, no puedo dejar de señalar la gran hipocresía que supone jugar con mil barajas. Mola mucho abogar por las energías renovables, sostenibles y chachipirulis al tiempo que se impide la instalación de parques eólicos. Y de explorar (¡solo explorar!) si bajo nuestro suelo hay gas, mejor ni hablamos.

Good bye, Boris Johnson

Cautivo, desarmado y abandonado hasta por el gato del 10 de Downing Street, como se descuajeringaban los memes de internet, Boris Johnson ha acabado echando la rodilla a tierra. O algo así, porque, en realidad, no consumará su dimisión, según tuvo el rostro de anunciar, hasta que el Partido Conservador escoja a su sustituto, lo que puede tardar un buen rato. Entretanto, se atornilla a la poltrona y, para lo que le queda en el convento, no se priva de ciscarse en sus correligionarios, a los que definió como rebaño en su escocida alocución de ayer.

Aunque nos pille un poco lejos, la resistencia del individuo a abandonar el cargo nos sirve como demostración de que en todas partes cuecen habas bastante poco digeribles. Por lo demás, merece la pena recordar que el mismo tipo al que ahora despiden a patadas fue no hace demasiado el político más popular del Reino Unido y el que cosechó unos de los resultados electorales más espectaculares de los que hay constancia por aquellos pagos. Alguna cuenta habría que pedirles a quienes le rieron las gracias y, en definitiva, lo pusieron en situación de arruinar el país. También merece una reflexión que, después de haber procurado un roto histórico a los suyos con el Brexit o de haber propiciado la muerte de decenas de miles de conciudadanos con su criminal gestión de la pandemia, lo que empezó a cavar su tumba política fuera su participación en un porrón de fiestas cuando estaba prohibido celebrarlas. Bien es verdad que la puntilla ha sido su ocultación continuada de los abusos sexuales sobre dos hombres cometidos por su conmilitón Chris Pincher. Nadie lo va a echar de menos.

Al señor Equis no le suena bien

Pienso sinceramente que la ahora bautizada como Ley de Memoria Democrática tiene bastante de brindis al sol, la luna y las estrellas. De entrada, es una versión revisitada de la bárbaramente incumplida Ley de Memoria Histórica aprobada con mucho chuntachunta en 2007 por el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Y es muy fácil y no del todo incorrecto echarle la culpa a los seis años y medio de Rajoy pernoctando en Moncloa, pero lo cierto es que, más allá de lo cosmético, ni el PSOE de ZP ni el de Sánchez han hecho lo suficiente para convertir los dichos en hechos. Todo se ha quedado en una pirotecnia vacía (lo de cambiar de sitio la momia del dictador y demás) a la que se le ha cogido gusto a tal punto que se ha decidido hacer un remake de la norma.

Constándome que incurro en herejía, insistiré en que lo que pronto recogerá el BOE me parece una colección de tardías buenas intenciones mezclada con medidas demagógicas imposibles de llevar a la práctica. O me lo parecía, hasta que el mismo día —anteayer, martes— escuché a José María Aznar y Felipe González echar pestes contra la cosa. Me ahorro glosar los cagüentales del primero y me centro en la antológica frase del segundo. “No me suena bien”, dijo el tipo tras reconocer con el desparpajo habitual no tenía un gran conocimiento del asunto. En realidad, sí sabía lo suficiente: aunque no le golpea de lleno, esta ley le roza lo suficiente al señalar por primera vez como dudosamente legítima la decisión de combatir a ETA con instrumentos que escapaban de lo mínimamente exigible a un estado de derecho. Es normal, por tanto, que no suene nada pero que nada bien.