“¿Cómo pretendemos hacer la revolución desde un hotel de cinco estrellas en Cascais y habiendo llegado en coches de lujo?”. Yo también me emocioné, cómo no hacerlo, con [Enlace roto.], secretaria general de la Unión de Juventudes de la Internacional Socialista, a los carcamales de las divisiones superiores de su propia organización. Qué once minutos de certera prosodia dirigida a la yugular de los amos de su calabozo.
Con un tino y una asertividad envidiables, lejos tanto del panfleto histérico como de la parrapla naif y happymaryflower en que suelen naufragar los cachorros de la manada política cuando toman un micrófono, la brillante oradora disparó una salva de verdades del barquero sobre los fósiles mundiales del puño y la rosa. Sin perder las formas ni por un instante, les interpeló por la falacia de sus discursos, les afeó su morro fino, les echó en cara su complacencia y hasta su connivencia con las injusticias, les reprochó el ninguneo sistemático de los que todavía tienen sueños e ideales sin desconchones, y como corolario, les exhortó a deponer su actitud indolente y a mover el culo de una puñetera vez.
La respuesta fue un tibio aplauso, uno de esos batires de palmas de compromiso. Seguramente, la mayoría de los destinatarios de la bronca, grandes profesionales de la presencia de cuerpo y la ausencia de espíritu, ni la escucharon. ¿Quién iba a prestar atención a la catilinaria de una alevín entusiasta —ya tendrá tiempo para aprender—, cuando la mente puede volar hasta el comedor donde aguardaban, al terminar las chapas en el salón de actos, el bacalhau à brás y el vinho verde de gañote?
Gracias a Youtube, cuya viralidad escribe derecho en renglones torcidos, la descarga de Beatriz escapó del limbo. Pero murió definitivamente en cuanto un recién reelegido dirigente de su partido proclamó que la hacía suya en lugar de darse por aludido.