Con la fauna política que gastamos, resulta difícil hacer la lista de los culiparlantes más despreciables que nos ha tocado sufrir. No me cabe ninguna duda, sin embargo, de que en los primeros puestos debe estar esa náusea andante —con o sin bigote— que atiende por Vicente Martínez-Pujalte. Uso calificativos de grueso calibre para ir a juego con su única virtud reconocible en los 22 añazos que lleva pastando en las cortes [sí, con minúscula] españolas: su matonismo dialéctico agravado por el tono de voz grillesco y la dicción castellana manifiestamente mejorable que le concedió la naturaleza. Pocos —y vuelve a ser amplia la competencia— han vertido tanto guano verbal desde la tribuna de oradores, el escaño o los pasillos como este hijo de la Valencia más pútrida que encarna a la perfección. Al servicio del Gobierno de su señorito Aznar o como martillo pilón opositor contra Rodríguez Zapatero, Pujalte ha injuriado a las bancadas rivales sin piedad y ha convertido el parlamento [otra vez en minúscula] en una cantina cada vez que veía que con los argumentos no había nada que hacer. No es casualidad que fuera el primer diputado expulsado en treinta años por montar la barrila.
Relegado a la tercera fila por Rajoy, que tiene bocachanclas más efectivos, el chisgarabís pendenciero vuelve a ser noticia al descubrirse accidentalmente (ejem) que durante año y pico cobró 5.000 euros al mes por asesorar (más ejem) a una constructora que contrata obra pública. Sostiene el gachó que fue algo legal puesto que recibió todas las bendiciones del Congreso para arramplar dos sueldos. Y lo jodido es que es verdad.