Deprimente espectáculo, el de los medios de comunicación cuando nos echan alpiste y lo regurgitamos tal cual, sin hacer uso del cedazo crítico que algún día se nos supuso. “El habitante 7.000 millones del planeta nace en Filipinas”, recitamos casi al unísono la bandada de loritos amaestrados. Si nos hubieran dicho que fue en Nueva Delhi, Kandahar, Vladivostok, Nairobi o Matalascañas, ahí que lo hubiéramos soltado tal cual, dando por certeza irrebatible algo que cualquiera con medio gramo de cerebro sabe que no pasa de trola barata parida, vaya usted a saber con qué fines, por esos altos funcionarios que, calzando Lotus de tropecientos euros, nos aleccionan sobre la desigualdad y la pobreza.
Una vez que hemos picado como panchitos llenando páginas y minutos con el material precocinado, lo menos que podríamos hacer es reflexionar sobre lo que nos revela el timo sensiblero que nos han colado. A saber: a estos justos y benéficos organismos la realidad les importa un bledo. Peor aún, se la toman a pitorreo y la convierten en espectáculo mediático. Lo de los flashes, las cámaras y el cartel “7 Billionth baby” del hospital de Manila parece sacado de uno esos inmorales reallyties televisivos. Y luego está lo de la beca vitalicia para la criatura convertida por un dedo todopoderoso en la que encarna la cifra mágica. Donde debía haber solidaridad y justicia hay una tómbola de caridad.
Según los mismos cálculos a ojo de buen cubero en que se ha basado este teatrillo infame, además de la niña filipina, ayer nacieron otros 340.000 bebés. La inmena mayoría, en los lugares más pobres del desgraciado globo. ¿Dónde están sus becas vitalicias? No quisiera pasarme de frenada demagógica, pero tengo otra pregunta: ¿Cuántos de esos pequeños y pequeñas llegarán vivos a mañana o a pasado mañana? De eso también hay cifras: cada hora mueren mil niños y niñas por hambre. Ellos y ellas no salen en la foto.