Yo creo en Donostia 2016

Es ahora cuando empiezo a pensar, y creo que no soy el único, que Donostia 2016 se saldará con un éxito sin precedentes en la historia de los euro-saraos. La monumental bronca en el seno de su (des)organización, a la que estamos asistiendo en tiempo real, solo puede ser un buen augurio. ¿No dicen que la hora más oscura es la que precede al alba, que parirás con dolor o que cuanto más dura es la subida más gozosa es la llegada? Pues preparémonos para deslumbrar no ya al continente sino al Universo todo en cuanto llegue el momento de la verdad. Los quintales de bilis de estos tortuosos meses previos se demostrarán catarsis necesaria y las malas hostias se sublimarán en el más delicado de los espectáculos para asombro de propios y extraños. Y si no es así, bueno, qué se le va a hacer, otra vez será, anda que no hay capitalidades de lo que sea a las que aspirar. De la ecología, del diseño, de la gastronomía, del macramé, del tute… Todo es cuestión de presentar la candidatura, camelarse al jurado por el método habitual, convencer a los locales de que el evento supondrá el impulso que el terruño necesita como el comer y dejarse llevar plácidamente hacia la inauguración. De acuerdo, en este caso, no tan plácidamente.

Recurro al cinismo porque no se me ocurre otra actitud ante algo que escapa a mi comprensión. Y a mi capacidad de empatía, en realidad. El único instante en que me sentí cercano al proyecto fue el día de su elección, y más por el rebote que se agarraron los munícipes de las ciudades perdedoras que por otra cosa. Ahora, al ver que hay quien desea que salga mal, vuelvo a estar a favor.