No es cierto que el Gobierno de España esté mirando hacia otro lado en el Sahara. Es peor. Mira de frente, ve lo que ocurre con total nitidez, y no le importa nada. Pero nada en absoluto. Y si algo le preocupa de estar siendo cómplice de lo que sin asomo de exageración se debe calificar como genocidio y limpieza étnica, es la cantidad de votos que pueda perder. Por desgracia, la memoria es frágil, y cuando llegue el momento de hacer la cuenta, no serán tantos. No por esto, por lo menos. Deberíamos aumentar las cantidades de fósforo en la dieta.
Vuelvo a escribirlo, porque hemos descafeínado tanto las palabras, que las más terribles apenas tienen gusto de aguachirle: genocidio y limpieza étnica. A medio palmo de Madrid en el mapa. Los mismos que despliegan toda la quincallería de calificativos huecos y se ponen la careta con la vena hinchada para condenar – “sin paliativos”, “taxativamente”, bla, bla, bla- la quema de un contenedor se vuelven ostras ante la masacre programada de sus semejantes. Ahora que podrían dar sentido de verdad al repertorio, callan. ¿Qué digo, “callan”? Asienten sin rubor ante la burda patraña justificatoria expelida por el mismísimo instigador de la cacería humana, al que para colmo de bajezas, se recibe bajo palio.
Lamentar y condenar
El solícito y obsequioso anfitrión del carnicero marroquí es, por si no habíamos caído en la cuenta, el superministro plenipotenciario que en cada rueda de prensa que sigue a sus operaciones radiotelevisadas brama que el Estado de Derecho no descansa en su lucha contra el mal. Cazador cazado en su propia biblia -léase Ley de Partidos-, lamenta pero no condena. Ni siquiera rechaza, repudia, o reprueba. Lujos que se puede permitir el dueño del balón
Con voz engolada y afectada nos repiten los que se han quedado con el monopolio de la bonhomía que los Derechos Humanos son universales, absolutos, indivisibles y media docena de grandilocuencias más. Ya estamos viendo que eso es pura verborrea. En cuanto conviene, hay pueblos enteros a los que les toca pringar. El saharaui no es el único, pero siempre está en la cabeza de la lista.
Nos queda como consuelo, aunque sea triste, ver que aún hay quien no acepta este descomunal trágala. A izquierda y derecha -ojalá les dure cuando toquen pelo gubernamental- las protestas se escuchan dos semitonos por encima de lo habitual. Aguardamos ahí a los que, ante esto, empiezan a sentir que ya no son los de suyos, como el histórico del PSN Carlos Cristóbal, que acaba de entregar, avergonzado, su carné.