El Euskobarómetro de mayo salió anteayer, 22 de julio, a las puertas de un puente que marca el finiquito real de este curso político. Para el martes, la ensalada de datos no sólo estará digerida sino directamente desintegrada. Quedará, como mucho, en el desván estadístico para uso y disfrute de los muy cafeteros de la demoscopia y sus hierbas. El común de los ciudadanos, que es para quien se supone que se hacen estos estudios que rascan un puñado de euros de las arcas públicas, apenas si se habrá enterado del bochornoso cate (y van…) que ha vuelto a cosechar el Gobierno de Patxi López.
¿Hay intencionalidad en el retraso y, sobre todo, en la elección del momento de la publicación? No nos precipitemos en el juicio. De saque, el mero hecho de que haya motivos para que se plantee esa pregunta ya indica que los cocineros de encuestas no han andado demasiado finos. Como científicos sociales que dicen ser, son los primeros que deberían saber que desde hace mucho su credibilidad está en entredicho por razones tan consistentes como la conocida cercanía (eufemismo) al PSE de su director, Francisco Llera. No parece que al presentar esta entrega en la antesala de los minutos de la basura de la actualidad le hayan hecho exactamente un favor a su imagen.
Cualquiera con tres nociones básicas sobre comunicación podría haber intuido fácilmente cómo iba a interpretarse la demora. Ahí surge, inevitablemente, una duda un poco más peliaguda: que a lo peor quien tomó la decisión no tenía sólo esas tres nociones básicas sobre comunicación que mentaba, sino cinco. Es decir, que asumió como coste menor las posibles críticas de cualquier columnista tocapelotas en un periódico no adicto frente a la ventaja indudablemente más suculenta que suponía reducir prácticamente a cero el impacto negativo de la enésima encuesta desfavorable a los cambistas de Lakua. Tal vez haya otra explicación. Pero no la han dado.