Otro desmarque del PP

Desde que, en los tiempos del parlamento incompleto por imperativo legal, el Gobierno de Patxi López instituyó el Día de la Memoria, he cumplido el trámite de escribir en todas y cada una de las ediciones sobre este peculiar brindis al sol. De vísperas, en la jornada o, como hoy, a toro pasado. Un repaso cronológico de esos desahogos arroja como resultado quintales de melancolía veteada de cierta irritación. Nada parece haber cambiado. Flores, pebeteros, discursos, gestos de estudiada solemnidad y, por supuesto, desmarques.

Este año, en singular: desmarque. Ha sido de nuevo la menguante quinta fuerza política del país, el PP, la que ha hecho mutis bajo el intelectualmente perezoso pretexto de que el homenaje se creó solo para las víctimas del terrorismo. Y ahí, aunque meten para hacer bulto a las del GAL y el Batallón Vasco Español, es evidente que se refieren exclusivamente a las de ETA. Sostienen los ahora comandados por el regresado Alfonso Alonso que la inclusión de cualquier otro sufrimiento que no sea el genuino, el homologado por la Denominación de Origen del Dolor, incurre en perversa equiparación y no están dispuestos a pasar por eso.

Somos lo suficientemente mayorcitos para tener claro que tras tan endeble argumentación  —casi insulto a la inteligencia y, desde luego, a las personas que han sido objeto de daño injusto— no hay más que marketing politiquero. Desnudo sin ETA, como reconoció la laminada antigua presidenta, Arantza Quiroga, y con el resto de mensajes cogidos por otras siglas, el PP vasco ha decidido seguir explotando las rancias martingalas constitucionalistas. Así les va.

La última

Despedida por todo lo bajo. Del no pasarán al acatamos, faltaría más, usted perdone, en qué estaríamos pensando. La montaña que pare el ratón, el viaje y las alforjas, Cagancho en Almagro, el pan hecho con unas hostias. Y por supuesto, ni barcos ni honra, como pudieron constatar en rigurosa primicia los 2.500 empleados públicos a los que les ingresaron la indebidamente llamada paga extra por la mañana y se la retiraron por la tarde, en cuanto el Tribunal Constitucional mandó parar. No hacía ni treinta horas que el lehendakari en los restos, digo en funciones, había advertido que ardería Troya antes de que los currelas de la administración autonómica se vieran compuestos y sin lo que les reconoce el convenio.

Iban a ser los únicos de su género que cobrasen en tiempo y forma, pero de pronto son los que se tienen que dar con un canto en los dientes si el nuevo gobierno vasco pone el turbo y ordena el anticipo de la de julio de 2013 al 3 de enero. Efectivamente, idéntico truco del almendruco que han hecho casi todos los demás entes, solo que con menos bombo y fanfarria. No es, ni de lejos, la solución ideal, pero es la que más se aproxima al pájaro en mano y la que, si de verdad hay voluntad, da margen para ver el modo de arreglarlo mejor.

Habrá quien sostenga que a estas alturas qué más da, que hoy mismo le dan la makila a otro y empieza un partido diferente o que, siguiendo la máxima recién aventada por Rodríguez Zapatero, lo hecho, hecho está. Ocurre que ahí nos las suelen dar todas. Abonados al tanta paz lleves como descanso dejas, resultamos un flete para quienes no tienen el mínimo reparo moral en liarla parda porque les sale gratis. No nos damos cuenta (o no queremos hacerlo) de que esa indolencia es cómplice. Esta ha sido la última de López, simplemente porque no hay tiempo material para que sea la penúltima. Y ha sido demasiado gruesa para anotarla a beneficio de inventario.

Adiós a Patxinia

Cuánta maldad. Fíjense que desde hace semanas —y no les cuento desde el domingo por la noche— no dejo de recibir puyitas irónicas. “Confiesa que lo vas a echar de menos, aunque sea un poquito”, me sueltan, junto a una sonrisilla construída con una boca y unos ojos de verdad o con un punto y coma y el signo de cierre de paréntesis. Pues no, en absoluto. Ni imaginan el profundo deseo y la perentoria necesidad de pasar esta página que sentía. Miento: sí se lo imaginan, me consta que a muchas y muchos de ustedes les ocurría exactamente lo mismo. Por eso sé que también serán capaces de comprender que la inmensa sensación de alivio es de largo más poderosa que el vértigo que da mirar al futuro y comprobar que lo que viene tiene dientes de tiburón y garras de puma. Creo que Iñigo Urkullu es el primero que sabe que se las va a tener que ver con una réplica del infierno a escala 1:1.

No quedará otra que entrar en ese capítulo, pero antes —de eso van estas líneas— hay que poner un epílogo inevitablemente incompleto al que estamos dejando atrás. Frente a ustedes saco mi pañuelo blanco y, sin lágrimas ni nada que se les parezca, le digo adiós a Patxinia. Quién sabe, puede que el tiempo y algunos historiadores con vocación respostera hagan un apaño con esta época de tinieblas y al final resulte que no fue para tanto. Por mi parte, les pongo por testigos de mi empeño en guardar el recuerdo sin aditivos ni colorantes. ¿Por rencor o revanchismo? No va por ahí; se me dan fatal las vendettas. Es simplemente que me niego a trampear la memoria.

Vindico y reivindico cada vivencia. Igual las regulares que las pésimas como esta que me ha hecho descender no sólo al pozo séptico de lo político sino, ay, de lo humano. Eso último es, con diferencia, lo que más me ha dolido durante estos tres años y medio. Hay comportamientos que no comprenderé ni aunque viva quince eternidades. Adiós, Patxinia, adiós.

Pues no nos callamos

Nada por lo que sorprenderse. Venía en el manual de media cuartilla en que cabe toda la doctrina árida y pastórida. De hecho, es incluso condensable en una sola frase: aquí te espero, Baldomero o, en adaptación al caso que nos ocupa, arrieritos somos y en el reparto de licencias de radio nos encontraremos. Sobre 32 concesiones, una sola para la segunda emisora privada de este país, una que, puñetera casualidad, lleva el nombre que envenena los sueños de los moradores de lo que por poco tiempo seguirá siendo Nueva Lakua.

Onda Vasca, esa cáscara de nuez que creció a txalupa y luego a velero capaz de navegar contra todos los pronósticos y contra todos los vientos, se ha erigido en Pepito Grillo, china en el zapato y altavoz de las vergüenzas de Patxinia. Comprendo que eso duela, que joda incluso, que te arranque un cagüental al verte retratado metiendo los dedazos en el tarro de la mermelada, como les hemos pillado tantas y tantas veces. Sin embargo, ni de lejos me entra en la cabeza que las verdades incómodas que han difundido nuestras antenas hayan podido traducirse en una inquina tan superlativa como la que nos dispensan. “Esos hijos de puta” es la jaculatoria mínima que nos dedican en los conciliábulos de puño y rosa donde se amenaza con la excomunión al militante que osara tener cualquier trato con el maligno, o sea, nosotros.

Lo que debería haberse gestionado con cintura y técnicas de comunicación básicas —el PP lo ha hecho de cine—, terminó siendo una cuestión personal, casi de honor. Hubo quien se juramentó para acabar con la mosca cojonera aunque fuera lo último que hiciera. Efectivamente, lo último: justo antes de recibir el tremendo patadón que vendrá de las urnas, alguien ordenó acelerar frenéticamente un proceso que iba para largo y, por malos, nos han castigado sin frecuencias. Se acusa la patada en la espinilla y se devuelve con una sonrisa sardónica; no nos callamos.

Ares se va

Tal vez se soñaba uno de esos jugadores a los que sustituyen cinco minutos antes del final del partido para recibir la ovación del público. O un actor haciendo el mutis triunfal a media escena de caer el telón. La cosa es que se ha parecido más a la “Tocata y fuga de Lolita” —casposa película española de semidestape de los 70, por si no caen— o a escaqueo modelo Capitán Schettino, porque a ver a quién le apetece ser el que dentro de menos de dos meses anuncie desde el centro oficial de datos de Lakua que su partido ha sido corrido a papeletazos. Un marrón del que se libra.

En perfecta sintonía con lo que ha sido su gestión, Rodolfo Ares se va tarde y mal. Él dice, ya que no podía hacerlo su abuela, que le acompaña la satisfacción del deber cumplido [risas enlatadas] y que su decisión —atentos, que esta es buena— obedece a razones éticas. En todo caso, serían héticas, con hache, que como nos enseñó Cervantes, significa raquíticas o, más llanamente, esmirriadas. Si algo sabemos del personaje es que no hay condicionante ni remotamente moral que lo desvíe jamás de su trayectoria. Mejor estar al lado que en medio. Allá por donde pasa nacen clubs de damnificados que podrían llenar el Madison Square Garden… si se atrevieran.

Ahí le hemos dado, porque los mismos que me llamarán sectario cabrón por escribir esto viven en la zozobra constante de no disgustar al ganador de todos los congresos de su partido. Lo temen tanto como lo maldicen por lo bajini. Del mismo modo, los que lo ponen a parir desde el resto de las siglas es a él al primero que telefonean cuando surge en lontananza un trabajo de fontanería fina. Da igual que sea para hacer una ñapa en Loiola, soldar una santa alianza antiabertzale o montar un desagüe transversal por donde vayan los pelillos a la mar.

Como cada vez, Ares se va para seguir estando. ¿Alguien se acuerda de Iñigo Cabacas? Yo me declaro incapaz de olvidarlo.

¿Fijación?

Exactamente igual que El Corte Inglés o Eroski incluyen en el presupuesto una estimación de los productos que les van a afanar, cada vez que dedico una columna a López & Cía doy por descontados los tres o cuatro recaditos desabridos que inevitablemente me llegarán por diferentes vías. Aunque algunos van trufados de insultos gruesos y referencias a mi parentela, no me quitan el sueño. Los aparto de mi mente del mismo modo que se retira un pelo de la sopa, con una mueca de asco que se pasa dos cucharadas más tarde. Sin embargo, entre los recibidos en las últimas semanas —mayormente en Twitter— hay una palabra cuya repetición me ha llevado a pensar: fijación. “Tienes fijación con López”, me dicen los remitentes, amparados en el semianonimato que permite el invento social de moda.

¿La tengo? Rotundamente no. Son muchos los defectos que me adornan, pero ese no está en el catálogo. De hecho, pocas cosas me provocan una pereza mayor que tener que cascarme mil novecientos caracteres sobre el penúltimo desafuero del ínclito o su séquito. Hay que ser Rachmaninov para hacer 24 variaciones sobre el mismo tema sin dormir a la parroquia, y servidor está a milenios luz de esa brillantez. No imaginan la cantidad de asuntos estimulantes (en su mayoría perecederos y por tanto, irrecuperables) que dejo sin hincar el diente por tener que ponerme el buzo para entrar de nuevo en el jardín de Nueva Lakua.

Si tanto me cuesta, no debería hacerlo, ¿no? Parece lo más lógico y es una gran tentación, pero eso supondría reconocer la victoria de los que son insistentes liándolas pardas porque esperan que los demás nos cansemos de ponerlas en solfa. Buena parte de las impunidades se sustentan en la reiteración en los desmanes y el abandono por agotamiento de los que los señalaban. Callarse, aunque sea porque te has quedado sin fuerzas y sin adjetivos, se convierte en otra forma de complicidad. Por ahí no paso.

Inquisidores en Lakua (II)

Sigo donde lo dejé ayer. No fue un perrenque momentáneo por la pérdida de una entrevista ya cerrada lo que me hizo acordarme de las muelas de los que hacen luz de gas informativa a Onda Vasca . Mis penas por las negativas, tanto cuando voy de paisano como cuando llevo uniforme de piar, me las zampo con patatas. El quebranto causado por un invitado que se cae o no sale es un gaje ínfimo de un oficio en el que vestirse de lagarterana es un aprendizaje elemental. Por lo demás, echar un ping-pong en antena con este o aquel interlocutor gubernamental no figura entre mis placeres inconfesables. Puro curro, no hay más misterio.

Bueno, en realidad, ese es el misterio. Estamos hablando de trabajo, de uno —como casi todos, por otra parte— en que las apetencias personales de quien lo desempeña no tienen cabida. Lo importante es poder hacer un producto que satisfaga al cliente, es decir, al oyente. Y ahí es donde la cerrazón de los porteros de discoteca de López deja de ser una afrenta a un medio o a unos profesionales concretos para derivar en un insulto a decenas de miles de personas. Estamos rondando la prevaricación o, como escribí ayer, el delito contra la libertad de información.

Un estudiante que no acabó ingeniería o un lavacoches tienen todo el derecho del mundo a mandarnos a esparragar si les pedimos una entrevista. Un lehendakari, un consejero (y de ahí para abajo en el organigrama) no lo pueden hacer tan alegremente. ¿Por nuestra cara bonita, porque nosotros lo valemos? Qué va. Simplemente porque les va en el cargo y en el sueldo. ¿y tiene que ser cuando nosotros queramos? No. Somos comprensivos con las agendas.

Antes del punto final, un dato para la reflexión: el PP, que tendría tantos motivos o más que el PSE para enfurruñarse y no respirar, jamás nos ha dado con la puerta en las narices. Aun en cuestiones que invitaban a esconder la cabeza bajo el ala, no nos ha faltado su voz.