Pan o Sintrom

No siento el menor respeto hacia el Tribunal Constitucional español. Y no es porque sea un rebelde, un iconoclasta o un antisistema del carajo de la vela. Al contrario, tan moderado y posibilista me he vuelto —otro día les cuento el proceso—, que aceptaría de regular grado un sanedrín de eruditas y eruditos del Derecho que, obrando en su mejor fe, dirimiesen qué está dentro y qué está fuera de la Constitución de 1978. Sí, hasta esa ventaja concedería, que se usara como manual de instrucciones un texto que estoy muy lejos de compartir. A partir de ahí, como en el viejo Un, dos, tres de la tele, si coche, coche y si vaca, vaca. Pero ni a esas condiciones tan favorables se avienen. Como no se fían de su propia legalidad, son los primeros que se ciscan en ella a base de retortijones, omisiones y entantoencuantos que se sacan de la sobaquera.

Las dos últimas disposiciones —o deposiciones— que nos atañen son un diáfano ejemplo de este desparpajudo modo de ser juez y parte. El bloqueo preventivo de la paga de navidad de los empleados públicos vascos es una arbitrariedad de aquí a Lima. Tiene tufo, además de a servicio al señorito, a ganas de malmeter y jorobar la marrana. Es más grave aun, porque afecta a más personas y de un modo más dañino, la imposición del (pesimamente llamado) copago farmacéutico por sus santas narices a una comunidad autónoma que decidió —un gran acierto del Gobierno López, las cosas como son— evitar esa injusticia a sus ciudadanos.

Para más inri y recochineo, el auto que obligará a miles de pensionistas a elegir entre pan o Sintrom se tira el pegote de que no entra al fondo del conflicto de competencias. Es decir, que como primera providencia, ordenan sangrar al personal. Ya encontrarán más tarde, vaya que sí, los argumentos para vestir el muñeco y que sobre el papel timbrado luzca como un San Luis jurídico. Allá se vayan sus ilustres excelencias a esparragar.

La última

Despedida por todo lo bajo. Del no pasarán al acatamos, faltaría más, usted perdone, en qué estaríamos pensando. La montaña que pare el ratón, el viaje y las alforjas, Cagancho en Almagro, el pan hecho con unas hostias. Y por supuesto, ni barcos ni honra, como pudieron constatar en rigurosa primicia los 2.500 empleados públicos a los que les ingresaron la indebidamente llamada paga extra por la mañana y se la retiraron por la tarde, en cuanto el Tribunal Constitucional mandó parar. No hacía ni treinta horas que el lehendakari en los restos, digo en funciones, había advertido que ardería Troya antes de que los currelas de la administración autonómica se vieran compuestos y sin lo que les reconoce el convenio.

Iban a ser los únicos de su género que cobrasen en tiempo y forma, pero de pronto son los que se tienen que dar con un canto en los dientes si el nuevo gobierno vasco pone el turbo y ordena el anticipo de la de julio de 2013 al 3 de enero. Efectivamente, idéntico truco del almendruco que han hecho casi todos los demás entes, solo que con menos bombo y fanfarria. No es, ni de lejos, la solución ideal, pero es la que más se aproxima al pájaro en mano y la que, si de verdad hay voluntad, da margen para ver el modo de arreglarlo mejor.

Habrá quien sostenga que a estas alturas qué más da, que hoy mismo le dan la makila a otro y empieza un partido diferente o que, siguiendo la máxima recién aventada por Rodríguez Zapatero, lo hecho, hecho está. Ocurre que ahí nos las suelen dar todas. Abonados al tanta paz lleves como descanso dejas, resultamos un flete para quienes no tienen el mínimo reparo moral en liarla parda porque les sale gratis. No nos damos cuenta (o no queremos hacerlo) de que esa indolencia es cómplice. Esta ha sido la última de López, simplemente porque no hay tiempo material para que sea la penúltima. Y ha sido demasiado gruesa para anotarla a beneficio de inventario.

No solo un sablazo

Al Gobierno vasco en funciones le correspondía tomar la decisión sobre la paga de navidad de sus empleados y lo ha hecho. Por ese lado, no hay absolutamente nada que objetar. Ha cumplido exactamente con lo que se le estaba pidiendo. ¿Cabe sorprenderse o llamarse a engaño por cómo ha zanjado el asunto? Tampoco. Era de parvulario político que aprovecharía la ocasión para despedirse con un gesto póstumo de magnanimidad que, de paso, se lo pondría un poquito más en chino a los sucesores, gero gerokoak. Para nota, el despiporrante informe jurídico —los hermanos Marx no lo habrían mejorado— en el que se sostiene la resolución. Bien es cierto que esas fintas y contrafintas legaloides, por retorcidas y lisérgicas que sean, obedecen a una causa justa y legítima. Se trataba de derrotar con las mismas armas del derecho a la carta la arbitrariedad inaceptable de bailar a los funcionarios un buen pico de su sueldo. ¿Por qué el mismo ejecutivo tragó hace dos años con el tajazo del 5 por ciento lineal del salario ordenado desde Madrid por José Luis Rodríguez Zapatero? La respuesta está en la misma pregunta.

Este galimatías de la mal llamada paga extra no ha visto todavía su último capítulo. El virrey Carlos Urquijo guarda un as jurídico en la manga. Nadie descarte que dentro de equis, cuando la pasta no sea ni un recuerdo, empiecen a llegar notificaciones exigiendo su devolución. A quienes la hayan percibido, claro, porque esa es otra. Cada una de las administraciones ha tenido que buscar su propia solución más o menos creativa para hacerle un escorzo al gran marrón dejado sobre su tejado por el Gobierno español. Debería hacernos pensar que no haya habido una respuesta única o, por lo menos, mayoritaria. Esta medida no es solamente un sablazo a los bolsillos de quienes tienen una nómina del sector público. También es un gran mordisco a la capacidad de decidir sobre nuestros propios asuntos.