Fue injusto y punto

No quise escribir en caliente sobre la aberrante teoría de Maddalen Iriarte según la cual el daño causado por ETA fue injusto o no dependiendo del relato. Lancé, es verdad, un par de tuits al aire, pero para extenderme más, preferí esperar una explicación de semejantes declaraciones a Vocento. Me refiero a algo que fuera más allá del socorrido “El perro me ha comido los deberes”, equivalente en este caso a “Han manipulado mis palabras”, que fue la decepcionante salida de Iriarte. Esa y, de propina, otro comodín de carril: “Mi compromiso con los derechos humanos está fuera de toda duda”. Pues no. Quizá lo estuviera hasta el instante mismo en que pronunció esas palabras, las vio publicadas y no corrió a aclarar que jamás quiso decir lo que apareció en el entrecomillado.

Una rectificación a tiempo es una victoria y en la cuestión de la que hablamos habría evitado la frustración de ver cómo la persona que representa la superación de los viejos tabúes de la izquierda soberanista acaba profiriendo una frase que hiela la sangre en el más rancio y descorazonador estilo de los irreductibles del matarile. ¿De verdad, señora portavoz parlamentaria de EH Bildu, los asesinatos de Brouard o Muguruza fueron justos o injustos en función del relato? Claro que no. Y lo mismo con los de Blanco, Buesa, Jauregi…

Extraña detención

Esa sensación tan familiar de que hay algo que no es como nos cuentan. O bueno, casi nada, en este caso. Lo que tampoco puedo jurarles sobre el episodio es dónde empiezan las causalidades y dónde las casualidades, que seguro que también se dan unas cuantas. No me digan que no es una curiosa coincidencia que menos de una semana después de la muerte de Alfredo Pérez Rubalcaba se detenga a Josu Urritkoetxea, es decir, Ternera, que fue uno de sus principales antagonistas en el gran drama con ribetes de macabro astracán que nos deparó ETA.

Se diría que alguien humano o extrahumano buscaba el simbolismo del círculo cerrado. Después de 17 años fugado pero covenientemente localizable por todos los gobiernos españoles de la época, la entente policial de costumbre le echa el guante en un lugar muy frecuentado. Ocurre, además, en medio de una campaña electoral y justo el día en que los plumillas habíamos despejado la agenda informativa para ocuparnos monográficamente del fiasco del PSOE en su intento de colocar a Iceta casi por decreto como presidente del Senado. Todo ello en una operación bautizada —creo que con pésimo gusto— Infancia robada, y con el llamativo elemento añadido de que el arrestado, que es una persona que arrastra una grave enfermedad desde hace mucho, acaba en un hospital.

El resto de la trama sí ha cumplido con el guion tristemente previsible en forma de brutal espejo de un problema que andamos tarde para solucionar. Los mismos que para otros asesinos exigen verdad y justicia se han hecho selfis con cara de indignación infinita clamando contra la detención de alguien a quien tiene por héroe. Tremendo.

Víctimas de cuarta

Para quien, como este humilde rellenador de columnas, tiene un recuerdo bastante vívido del momento en que un representante de HB echó una bolsa de cal viva en el escaño vacío del socialista Ramón Júregui, lo del otro día en el Parlamento Vasco es apenas la enésima muestra de que hay asignaturas pendientes que jamás se aprobarán. Y ni siquiera me refiero expresamente a la bronca que ocurrió en la cámara, sino a las palabras de justificación y aplauso que se sucedieron después. Creo que me conocen lo suficiente para imaginar que hablo de todos los protagonistas del encontronazo y de sus respectivas hinchadas. Nazi, pues tú más nazi, grandiosas argumentaciones, comparaciones de parvulario, y como síntesis, la certidumbre de que, como canta Aute, tirios y troyanos son tal para cual. Cuidado con tocarles a sus asesinos o sus torturadores, que se ponen como basiliscos.

Lo triste en que bajo esa polvareda no se ve la ley que se debatía y salió finalmente aprobada de un modo que también supone un doloroso retrato de nuestra realidad. Votaron a favor PNV y PSE, sabiendo que su intento para reparar a las víctimas de abusos policiales no llegaba hasta donde debería llegar. La abstención de EH Bildu y Podemos propició la aprobación como mal menor. Mientras, el PP de Alonso, que es el de Casado, votó en contra con su representación residual, pero blandiendo su gran comodín: el recurso al su primo de Zumosol, también llamado Tribunal Constitucional. Es previsible que las cuatro cuestiones mínimas que contiene la norma vuelvan a ser agua de borrajas porque, como también sabemos, hay víctimas que no tienen derecho a nada.

Tantas fotos

Me rasco la coronilla con perplejidad al ver en la página 11 de DEIA de ayer una fotografía del alcalde de Bilbao, Juan María Aburto, junto a las y los portavoces de los seis grupos con representación en el ayuntamiento de la Villa. Copa en mano —a esto también habrá quien le sacará punta— y sonrisa más o menos forzada en ristre, brindan por el 2109 electoral que tenemos ya encima. Insisto: no falta ninguna sigla. Estaría por jurar que hay instantáneas similares de multitud de instituciones que a nadie le han salido de ojo ni han provocado la polvareda de diseño que la que publicó el otro día cierto diario que nunca cita a Onda Vasca y al que, en justa correspondencia, tampoco llamaré por su nombre.

Sí les cuento, por si no están al corriente, que se trata de una imagen en que aparecen compartiendo cena navideña Andoni Ortuzar, Arnaldo Otegi, Idoia Mendia y Lander Martínez; ya ven que de saque brilla por su ausencia el PP. En realidad, la cosa debería haberse quedado en otra de esas ocurrencias que tenemos los medios porque ya no sabemos qué inventar para llamar la atención y, no nos engañemos, porque los protagonistas suelen prestarse. Ocurrió, sin embargo, que esta vez a José María Múgica, hijo del abogado Fernando Múgica, asesinado por ETA en 1996, le disgustó ver a la secretaria general del PSE en actitud amistosa con Otegi, y pidió la baja del partido en el que militaba desde hace 40 años. A lo humanamente comprensible y respetable de tal decisión, ha seguido una gresca en la que nadie, absolutamente nadie, se ha privado de chapotear. Es el minuto de juego y resultado de lo que llamamos normalización.

Despertar de la siesta

Resentido. Eso me dicen por haber escrito aquí mismo que no tengo la menor intención de reconciliarme con quien, por otro lado, jamás estuve conciliado. Viniendo de quien viene, lo tomo como elogio y como indicio de que no debo de andar tan descaminado. El clásico Ladran, luego cabalgamos, que en este caso es, además, una brutal proclamación de cómo se espera que funcione el invento a partir de ahora.

En realidad, un suma y sigue, el continuose del empezose, porque ya llevamos un buen rato en que los que han tirado de pistola deciden quién es o quién deja de ser amigo o enemigo de la paz. Desde el otro día, se ha añadido un requisito extra para no ser considerado torpedeador del nuevo tiempo, o sea, del nuevo nuevo tiempo, puesto que también se ha decretado otro cambio de era sin haber agotado la anterior. Esa recién nacida condición sine qua non para ser de los buenos, de los que facilitan, de los que reman en la dirección adecuada, es darle gracias a ETA. Tan perverso como suena.

Lo habrán visto estos días en varias versiones. Pintarrajeado guarramente con spray en las paredes, en alguna bucólica portada o en esas pegatinas vintage en las que sobre el hacha y la bicha se lee en azul desvaído no sé qué de que todos tenemos que dar un poco para que unos pocos no tengan que darlo todo. Ese fue el regalo por haber apretado los dientes para acudir a lo nunca visto, la lectura de la herencia de una organización que se decía revolucionaria y socialista en un palacio de manda carallo. Quiero pensar que estamos a tiempo de despertar de la siesta y tomar las riendas del futuro. Pero no lo veo nada claro.

ETA, penúltimo acto

Llevo desde el viernes tratando de imaginar un comunicado que me hubiera parecido aceptable. La respuesta es ninguno. A estas alturas —en realidad, desde hace muchísimo—, no hay nada que ETA pueda decir que me vaya a satisfacer. Incluso aunque le cedieran la redacción al mayor encantador de palabras del Universo y hasta las comas sonaran a música celestial, seguiría siendo insuficiente para mi. Simplemente, no hay modo de blanquear una organización que lleva a su espaldas semejante mochila de daño causado, no solo injustamente, sino de modo absolutamente voluntario y premeditado.

Por lo demás, también ha pasado mucho tiempo desde que me quité del vicio de practicar la espeleología semántica y gramatical en unos textos creados justamente para eso, para tener al personal entretenido discerniendo si son galgos o podencos, venga mirar el dedo, mientras la luna bosteza de puro aburrimiento. Así que de este en concreto, me quedaré con lo evidente, con lo que salta al primer bote: no es como los chopecientos anteriores. Está más cuidado en lo literario y posee una eficacia comunicativa (que es lo que cuenta; por algo se llama comunicado) de notable alto. Llegaría al sobresaliente si no fuera por esa cantada de dejar ver que hay víctimas de primera, segunda y tercera.

En cualquier caso, siendo importante el cómo, lo fundamental es el qué. Y más allá del blablablá, estamos ante el penúltimo acto antes de la disolución formal, con toda la parafernalia folclórica que tenga que tener, de algo que la inmensa mayoría de la sociedad vasca llevaba dando como disuelto desde hace un buen rato. Quedémonos con eso.

Detrás del hacha

En esas andamos, en discusiones sobre el significado de una escultura. O sea, parece que andamos, porque solo si pretendemos hacernos trampas en el solitario podremos tomar como debate artístico el que ha suscitado la obra de Koldobika Jauregi para conmemorar —¿o celebrar?— la escenificación del desarme de ETA hace ahora un año. ¿El hacha invertida de cuyo mango sale un árbol es un brindis en honor de la banda que tiene ese distintivo o una metáfora de la sangrienta herramienta que da paso a la primavera de la convivencia? Como tantas veces, tenemos los suficientes años para saber la respuesta, igual que cuando nos cuestionamos si cabe considerar homenaje al recibimiento bajo palio al autor de media docena de asesinatos. Igual, por cierto, que en este mismo caso, cuando señalamos la unanimidad de las fuerzas políticas e instituciones de Iparralde, pasando por alto que las realidades a uno y otro lado de la muga son imposibles de comparar, salvo que se obre con ignorancia inconmensurable o mala intención todavía mayor.

Bastan unos cuantos gramos de empatía y otros poquitos de humanidad para plantearse, siquiera como hipótesis, la posibilidad de que la elección del símbolo pueda provocar sufrimiento en una parte no pequeña de la misma sociedad a cuya convivencia se apela en la explicación oficial de la escultura. Y no, no vale el comodín de aludir al dolor que también ha padecido “la otra parte”, porque entonces sí que se caen los velos y las máscaras del todo. Si no vamos de farol en las proclamaciones, se supone que se trata de que nadie se sienta ofendido ni excluido. No parece tan difícil.