Extraña detención

Esa sensación tan familiar de que hay algo que no es como nos cuentan. O bueno, casi nada, en este caso. Lo que tampoco puedo jurarles sobre el episodio es dónde empiezan las causalidades y dónde las casualidades, que seguro que también se dan unas cuantas. No me digan que no es una curiosa coincidencia que menos de una semana después de la muerte de Alfredo Pérez Rubalcaba se detenga a Josu Urritkoetxea, es decir, Ternera, que fue uno de sus principales antagonistas en el gran drama con ribetes de macabro astracán que nos deparó ETA.

Se diría que alguien humano o extrahumano buscaba el simbolismo del círculo cerrado. Después de 17 años fugado pero covenientemente localizable por todos los gobiernos españoles de la época, la entente policial de costumbre le echa el guante en un lugar muy frecuentado. Ocurre, además, en medio de una campaña electoral y justo el día en que los plumillas habíamos despejado la agenda informativa para ocuparnos monográficamente del fiasco del PSOE en su intento de colocar a Iceta casi por decreto como presidente del Senado. Todo ello en una operación bautizada —creo que con pésimo gusto— Infancia robada, y con el llamativo elemento añadido de que el arrestado, que es una persona que arrastra una grave enfermedad desde hace mucho, acaba en un hospital.

El resto de la trama sí ha cumplido con el guion tristemente previsible en forma de brutal espejo de un problema que andamos tarde para solucionar. Los mismos que para otros asesinos exigen verdad y justicia se han hecho selfis con cara de indignación infinita clamando contra la detención de alguien a quien tiene por héroe. Tremendo.

Denunciar no es calumniar

Pues otra vez los golpes en la puerta no eran del lechero, salvo que lo tomen por el lado metafórico. Gajes de la democracia a la española y de sus presuntos guardianes de uniforme, con gran frecuencia dispuestos a demostrar quién manda aquí. Y, como ha sido el caso de las últimas horas en Navarra, a regalar ocho excursiones de ida y vuelta al cuartelillo por un quítame allá esa pintada. En concreto, una ubicada en Burlada en la que se ven unas manos encadenadas, la palabra Tortura atravesada por un trazo rojo y el anagrama #Aztnungal, es decir, Laguntza, escrito de derecha a izquierda.

¿Qué tiene todo eso de delictivo? Quienes no estén al corriente del asunto podrán pensar en un exceso de celo ante el incumplimiento de algún reglamento en materia de limpieza urbana. Pero no. Se supone que todos los elementos referidos constituyen, al parecer de la luminaria que ha ordenado el operativo, un delito de injurias y calumnias a las Fuerzas de Seguridad del Estado. Si no estuviéramos ante una martingala tan grave, la primera sonrisa sería al pensar en lo fácilmente que se dan por aludidas las tales fuerzas y lo mal que les sientan ciertas verdades.

Quizá haber escrito lo anterior me haga merecedor del mismo trato que han recibido los detenidos. Si eso toca, sea, pero ni ellos, ni servidor ni miles de personas o entidades respetables —empezando por Amnistía Internacional— decimos nada que no se haya constatado en numerosas ocasiones: por estos lares se ha torturado y se sigue torturando. Y las denuncias ni siquiera se investigan, como prueban las multas a España del Tribunal europeo de Derechos Humanos.