Altsasu, un auto de fe moderno

En cuestiones jurídicas no hay lugar para las matemáticas. Supongo que a la vista de decenas de decisiones anteriores que tiraban de las orejas al Estado español, dábamos por hecho que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos dictaminaría que los jóvenes condenados por el Caso Altsasu fueron víctimas de un proceso judicial aberrante. Sin embargo, esta vez los magistrados han optado por no entrar siquiera a estudiar las alegaciones. El asunto se va al cajón y no hay más recorrido. Leo y escucho que este triste desenlace se debe a una cuestión de forma. No dudo que sea así, pero es una explicación que me sabe a consuelo amargo. Y lo mismo digo sobre la afirmación voluntarista que sostiene que, pese a todo, la sociedad vasca tiene una idea clara de lo que ocurrió y eso en sí mismo ya merece la pena.

Como escribía ayer mi compañero Joseba Santamaría, estamos ante el injusto punto final a una injusticia. Y también a un enorme despropósito. Utilizando una fórmula que no me convence nada, lo de aquella noche en aquel local es algo que jamás debió ocurrir. No fue una pelea de bar, pero muchísimo menos, un atentado terrorista. Ocurre que los denunciables hechos originales palidecen frente a desmesura de lo que vino después. El sector más fanático de la Justicia española, con el aliento de ciertas siglas y terminales mediáticas, buscaron (y lograron) dar un escarmiento ejemplarizante. El proceso se convirtió en un auto de fe moderno. Se pisotearon sistemáticamente las garantías de los encausados y las condenas finales fueron brutalmente desproporcionadas. Todo, en un estado que se dice, ¡ay!, de Derecho.

La lotería de Estrasburgo

Se me aparten, por favor, que vengo con un jarro de agua helada. Y no es por falta de ganas de unirme a la conga de Jalisco, o sea de Estrasburgo, que está celebrando la sentencia de sus ilustrísimas señorías europeas sobre el caso Bateragune. Cenizo con trienios acreditados, me ocurre que no soy capaz de ver los motivos de la algarabía. De entrada, porque, aunque les convenga a mi discurso y a mi tranquilidad de espíritu, no me gusta pasar por alto ciertos hechos incómodos, como que el ahora sacralizado Tribunal de Derechos Humanos es el mismo perpetrador de otras decisiones no precisamente felices. La bendición de la ilegalización de Batasuna, por ejemplo. O la convalidación del mantenimiento de la dispersión penitenciaria. O, anteayer como quien dice, el respaldo a no computar las penas en cárceles francesas. Conclusión: estamos ante una suerte de siniestra lotería judicial.

Para más inri, esta vez ni siquiera es esa pedrea de multar con diez mil eurillos a España por hacer la vista gorda con las torturas. Y mucho menos es el reintegro, que ojalá hubiera modo humano de devolver a los encarcelados los seis años y medio en el trullo. Todo el premio ha consistido en dictaminar lo que hasta el menos simpatizante de Otegi y sus compañeros de viacrucis sabía: que fueron juzgados y encarcelados por la puñetera cara. De acuerdo, ahora eso se recoge en papel con membrete oficial. Lástima que ahí se añada que el mero reconocimiento es sanción suficiente y no cabe ninguna acción para compensar a los damnificados. Vayan preparándose los dirigentes soberanistas catalanes para su futura (¡e inutil!) victoria moral.

Alegría y rabia

Naturalmente que me alegra la decisión del Tribunal Europeo de Derechos Humanos sobre Juan Mari Atutxa, Gorka Knörr y Kontxi Bilbao, pero reconozco que soy incapaz de reprimir la sensación de rabia infinita que me invade. ¿Quién y cómo repara ahora el inmenso daño causado a tres personas que simplemente obraron en conciencia ante una arbitrariedad como la copa de un pino dictada por una instancia judicial que actuaba, como era (y sigue siendo) costumbre, por impulso político?

Por contundente que suene lo de la condena a España, se me queda muy corta. Aparte de que ni siquiera entra en el fondo del asunto, sabemos que a nadie le va a enrojecer el enésimo tironcente de orejas por pisotear alevosamente y por sistema los principios más básicos. No habrá nada parecido a una disculpa por haber propiciado un martirio que se ha prolongado durante casi tres lustros. Al contrario, esos que tanto elevan el mentón al exigir a los demás que reconozcan el sufrimiento causado están ya fumándose un puro con la sentencia.

Y por triste y vomitivo que parezca, no muy lejos de ellos se encienden otro caliqueño los que un día convirtieron a Atutxa en su peor pesadilla. Hablo, claro, de los que jalearon los innumerables intentos de ETA por mandarlo al otro barrio y ayer no disimulaban el disgusto por el fallo de los magistrados de Estrasburgo. No esperaba uno que la miseria moral y el resentimiento rancio pudieran alcanzar tales cotas. Qué gran retrato de aquellos años de plomo y mierda ideológica, el rechinar de dientes compartido por los hooligans de esta y aquella orilla. Los unos sin los otros nunca fueron nada.

Denunciar no es calumniar

Pues otra vez los golpes en la puerta no eran del lechero, salvo que lo tomen por el lado metafórico. Gajes de la democracia a la española y de sus presuntos guardianes de uniforme, con gran frecuencia dispuestos a demostrar quién manda aquí. Y, como ha sido el caso de las últimas horas en Navarra, a regalar ocho excursiones de ida y vuelta al cuartelillo por un quítame allá esa pintada. En concreto, una ubicada en Burlada en la que se ven unas manos encadenadas, la palabra Tortura atravesada por un trazo rojo y el anagrama #Aztnungal, es decir, Laguntza, escrito de derecha a izquierda.

¿Qué tiene todo eso de delictivo? Quienes no estén al corriente del asunto podrán pensar en un exceso de celo ante el incumplimiento de algún reglamento en materia de limpieza urbana. Pero no. Se supone que todos los elementos referidos constituyen, al parecer de la luminaria que ha ordenado el operativo, un delito de injurias y calumnias a las Fuerzas de Seguridad del Estado. Si no estuviéramos ante una martingala tan grave, la primera sonrisa sería al pensar en lo fácilmente que se dan por aludidas las tales fuerzas y lo mal que les sientan ciertas verdades.

Quizá haber escrito lo anterior me haga merecedor del mismo trato que han recibido los detenidos. Si eso toca, sea, pero ni ellos, ni servidor ni miles de personas o entidades respetables —empezando por Amnistía Internacional— decimos nada que no se haya constatado en numerosas ocasiones: por estos lares se ha torturado y se sigue torturando. Y las denuncias ni siquiera se investigan, como prueban las multas a España del Tribunal europeo de Derechos Humanos.