Altsasu, un auto de fe moderno

En cuestiones jurídicas no hay lugar para las matemáticas. Supongo que a la vista de decenas de decisiones anteriores que tiraban de las orejas al Estado español, dábamos por hecho que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos dictaminaría que los jóvenes condenados por el Caso Altsasu fueron víctimas de un proceso judicial aberrante. Sin embargo, esta vez los magistrados han optado por no entrar siquiera a estudiar las alegaciones. El asunto se va al cajón y no hay más recorrido. Leo y escucho que este triste desenlace se debe a una cuestión de forma. No dudo que sea así, pero es una explicación que me sabe a consuelo amargo. Y lo mismo digo sobre la afirmación voluntarista que sostiene que, pese a todo, la sociedad vasca tiene una idea clara de lo que ocurrió y eso en sí mismo ya merece la pena.

Como escribía ayer mi compañero Joseba Santamaría, estamos ante el injusto punto final a una injusticia. Y también a un enorme despropósito. Utilizando una fórmula que no me convence nada, lo de aquella noche en aquel local es algo que jamás debió ocurrir. No fue una pelea de bar, pero muchísimo menos, un atentado terrorista. Ocurre que los denunciables hechos originales palidecen frente a desmesura de lo que vino después. El sector más fanático de la Justicia española, con el aliento de ciertas siglas y terminales mediáticas, buscaron (y lograron) dar un escarmiento ejemplarizante. El proceso se convirtió en un auto de fe moderno. Se pisotearon sistemáticamente las garantías de los encausados y las condenas finales fueron brutalmente desproporcionadas. Todo, en un estado que se dice, ¡ay!, de Derecho.

Altsasu, suma y sigue

Me cuesta mucho ver la buena noticia. Después de 1.325 días en prisión, tres de los jóvenes de Altsasu han obtenido el tercer grado penitenciario y pueden pasar fuera del trullo los fines de semanas. Es verdad que menos da una piedra, pero su situación sigue siendo una injusticia del tamaño de media docena de catedrales. Creo que es importante dejarlo claro, porque un puñado de magnánimos demócratas ya han empezado a hilar sus instructivos discursos sobre la benevolencia del Estado de Derecho, que es ese Dios que aprieta pero no ahoga y deja que hasta las ovejas más descarriadas tomen un poquito de aire… antes de volver al redil a terminar de cumplir una condena brutalmente desproporcionada respecto al delito cometido. Condena, por demás, que fue fruto de un proceso judicial prêt-à-porter plagado de —como poco— incongruencias, pruebas endebles y dudas más que razonables incluso sobre la presencia de los acusados en el lugar de los hechos.

Y conste que esto lo anota alguien que rechaza de plano la letanía de la “pelea de bar”. Somos lo suficientemente mayores para saber que lo que ocurrió aquella infausta madrugada no fue un encontronazo fortuito. Pero tampoco nada que justificara ni de lejos un ensañamiento judicial y penal como el que vino después y, por desgracia, todavía no ha concluido.

Desamparo infinito

Recurso a Estrasburgo y una manifestación el 26 de octubre. Es todo lo que se puede hacer ante un atropello que ha ido creciendo en cada vuelta de tuerca. Lo primero, la apelación, aun con resolución favorable, llegará cuando los jóvenes de Altsasu encarcelados hayan consumido todos o casi todos los años de su desproporcionada condena. Lo segundo, llenar las calles con la rabia por montera, por muy meritorio y loable que sea, no va más allá del derecho al pataleo, el único que queda medio en pie.

Son pésimos tiempos para creer en las instituciones en general y en la Justicia en particular. Por más acopio de ingenuidad y de esperanza que hagamos, la mayoría de las decisiones de las altas instancias judiciales acaban alimentando una sensación de desamparo infinito. De las más recientes con relieve mediático, quizá quepa como excepción la vía libre a la exhumación de Franco. El resto han sido el calco de los peores presagios, hasta con una especie de cínico y cruel recochineo, como ha sido el caso de la que comentamos, que muchos medios han vendido haciendo ver que las rebajas de condena eran un chollo para los que las cumplirán y, al tiempo, la muestra de la bondad de la legalidad vigente y de sus administradores. De propina, sin posibilidad de crítica, siguiendo esa doctrina amordazante que van impartiendo significados representantes de los tres poderes clásicos. Repasen los titulares de estos días atrás y verán desde cuántos flancos se nos ha advertido con gesto adusto de que las sentencias no solo se acatan sino que se respetan y punto. La próxima, dicen que hoy mismo o el lunes, la del Prócés. Prepárense.

Provocación naranja

¿Qué pinta Ciudadanos montando un acto en campaña electoral en una localidad donde no presenta candidatura municipal y en la que en las recientes generales apañó 37 raquíticos votos? En la lengua de mis ancestros se dice foder por foder, aunque lo podemos traducir con mayor finura como tocar las narices o, en llano, provocar. A nadie se le escapa que el numerito de hoy en Ugao-Miraballes es la enésima versión de los autos sacramentales de Iruña, Altsasu o Errenteria. Y como en todos esos lugares la jugada les salió de cine, todo hace temer que los informativos de la jornada vuelvan a abrir con las imágenes de la gresca de rigor.

Precisamente, el éxito cosechado en las funciones precedentes debería actuar como escarmiento o entrenamiento. Por más eficaces en la bravata que sean el figurín figurón y sus secuaces naranjas, esta vez sí, la respuesta debe ser la indiferencia. Si puede ser absoluta, mejor. Hay que evitar el contacto físico a toda costa. Diría que incluso el visual. Ni media mirada. Que vengan, que se suelten la chapa a sí mismos y a los innumerables cámaras que habrá aguardando alpiste, y que se larguen sin que nadie les toque un pelo y, en consecuencia, con la sensación de fiasco.

Hago mis votos para que así sea, y veo que en ese sentido van los llamamientos de instituciones y partidos razonables. Me temo, sin embargo, que el ventajista Rivera encontrará el roto para su descosido, el hambre para sus ganas de comer notoriedad facilona, o lo que es lo mismo, los cómplices indispensables para que su mascarada transcurra con la épica prevista. Si no ocurre así, prometo ser el primero en aplaudirlo.

Altsasu, una reflexión

Supongo que a estas alturas del psicodrama tenemos claro que Albert Rivera y sus siniestros acompañantes ultramontanos abandonaron Altsasu habiendo conseguido el objetivo que se trazaron cuando convocaron la marcha parda al ya para los restos lugar santo de la carcunda. Oigo entre el consuelo y el autoengaño que no fue para tanto, pues en las previsiones iniciales del figurín figurón y sus prosélitos se contemplaba una zapatiesta del nueve largo.

Allá quien se conforme con la teoría del mal menor y no quiera ver que, para los efectos mediáticos, que son los que cuentan, da lo mismo una señora batalla campal que un puñado de empujones, pancartas y gritos de docena y media de buscadores de gresca que se salieron de la consigna general de no caer en la brutal provocación. Si de una piedrecilla los heraldos madrileños —incluyendo algunos de lo más progre— hicieron una intifada, cómo no aprovechar las imágenes de actitudes objetivamente agresivas para que la profecía riveriana se autocumpliera. Lo que el editorial de Diario de Noticias de Navarra llamó atinadamente “patético akelarre ultra” fue apertura informativa el domingo y siguió alimentando ayer columnas, tertulias y declaraciones politiqueras de alto octanaje.

Y aquí es donde llamo a una mínima reflexión. Lo hago, desde luego, con plena conciencia de lo difícil que es contenerse frente al hostigamiento sin tregua que sufre la localidad desde los hechos de octubre de 2016. Pero precisamente por esa condición de eterno pimpampum, procedía, tal y como se decidió en la asamblea popular de la semana pasada, practicar el no aprecio como mayor de los desprecios.

Rivera en Altsasu

Como a Altsasu le faltaban tocapelotas contumaces, ahora se le viene encima ser sede del penúltimo capítulo de la competición entre el PP y Ciudadanos por ver quién es más facha, más cuñao y más casposo. En realidad, es una especie de partido de vuelta, pues como guardamos en nuestra memoria de acontecimientos patéticos y causantes de rabia y vergüenza ajena, el Fuhrercín Casado ya eligió la localidad de Sakana para lanzar algunos regüeldos selectos cuando todavía era candidato a suceder a ese moderado que hoy nos parece Mariano Rajoy. En esta ocasión, es el turno del falangete naranja —Albert Rivera en el españolísimo carné de identidad—, que en su desesperada lid por recuperar el liderazgo de la carcundia hipanistaní, acaba de anunciar que el próximo 4 de noviembre montará su circo en el pueblo que, según brama, “se ha convertido en símbolo para los constitucionalistas que defienden la unión y la igualdad entre los españoles”.

Aparte de que hay que tener los dídimos cuadrados para sostener tal membrillez sobre un lugar en el que su partidillo no llega ni a pedo de monja, el figurín figurón termina de retratarse como el incendiario sin matices que todos sabemos que es. Al plantarse con una colección de sogas en casa del ahorcado, busca descaradamente que su presencia termine en trifulca que abra los telediarios y refuerce su condición de sacrificado héroe de la causa. Quizá por eso, merecerá la pena tragarse las humanísimas ganas de satisfacer su vocación martiriológica para evitar a toda costa que se cumpla su autoprofecía. Aunque cueste, el mejor desprecio hacia su provocación será no hacerle aprecio.

Para delirio, lo de Alsasua

Qué oportuno, Rajoy hablando de delirios autoritarios en relación a Catalunya, apenas 24 horas después de que sus terminales judiciosas en la Audiencia Nacional hayan pedido descomunales penas de cárcel para los presuntos autores de la paliza —yo no lo diré de otro modo— a dos guardias civiles en Alsasua. 62 años para uno, 50 para otros seis y 12 y medio para la que, hay que joderse, sale mejor librada. ¿Quién delira ebrio de autoritarismo norcoreano en este caso? Por desgracia, los únicos que tienen la capacidad para hacerlo. Suyas son las leyes y suya, la facultad de retorcerlas hasta donde les salga del níspero.

Impotentes, los escandalizados espectadores clamamos que no es justicia sino venganza y nos quedamos patéticamente cortos. Ni siquiera lo hacen por resarcirse de la vieja afrenta. O no solo. Simplemente, les pedía el cuerpo un escarmiento ejemplarizante y se han pegado el capricho de darlo en las carnes de los primeros pardillos que les han salido al paso. Para que se vea quién sigue mandando aquí, como aviso a navegantes y, de propina, como provocación a ver si alguien muerde el cebo y tenemos unos sanfermines calentitos, como aquellos de hace 39 años.

Echa uno de menos en este lance, igual que en tantos, a los campeones siderales de la democracia y el requeteprogresismo molón. Quizá es que en mi tele ponen otra cosa, pero no veo a la siniestra exquisita montando el cristo en los programas postureros que ustedes y yo sabemos. Como exceso, una leve queja a media voz o un tuit de aluvión envuelto en burbujitas de plástico, no nos vayan a confundir con los malos. ¡Vaya con la revolución!