Chanel irá al infierno

Puedo prometer y prometo que mi intención era no volver a escribir media línea más sobre el tema musical (o lo que sea) que quedó tercero en Eurovisión. Ya dejé dicho que no me gustaba el soniquete y mucho menos, la letra, pero que olé las narices y la ejecución de la intérprete. La cansina turra mediática posterior estaba de más. O eso pensaba, hasta que he asistido en las redes sociales a una nueva lapidación de la artista cubano-catalana a cargo de guardianas de la moral y las rectas costumbres adscritas al bando requeteprogresí. Ni las más ultramontanas beatorras del caspuriento nacionalcatolicismo empatan en delirio con las menganas en cuestión.

Y como se reconocen rancias, van por delante con la excusatio non petita. “Quienes creemos que una canción invita a prostituirse enseñando el culo no somos moralistas”, se desgañita una inquisidora zurda antes de dejarnos al borde del descuajeringue de risa: “¡Ahora las niñas quieren ser Chanel y no investigadoras, vamos a bien!”. Espero que no hayan colmado su capacidad de asombro, porque tal mendruguez queda superada por esta otra: “Queréis espectáculos de mierda con tías medio en bolas y que luego los críos no vean a las niñas como cachos de carne y no las violen hasta la muerte. Y todo no puede ser”, bramaba otra que, junto a su nombre de usuaria, incluía un orgulloso #OtanNo. Quisera contarles que son ejemplos extremos, pero temo que tanto la opinión como la actitud condenatoria al infierno están mucho más extendidas de lo que uno hubiera sido capaz de ver venir hace apenas unos años. Los curas y las monjas preconciliares se han pasado de bando.

Diario del covid-19 (30)

Era lo que faltaba. Aplausos en la última comparecencia diaria de la Junta cívico-militar para el uniformado que 24 horas antes había contado sin filtros que el cuerpo que dirige, la Guardia Civil, trabaja “para minimizar el clima contrario a las decisiones del Gobierno”. Con cara de atribulamiento muy mejorable, y sin llegar a decir nunca que la había pifiado, el tipo se escudó en sus cuarenta años de servicio en los que siempre había puesto a las personas en el centro y tal y cual, Pascual. Claro, todos sabemos que José Manuel Santiago, nombre del benemérito mayor, ha llegado a Jefe del Estado Mayor de la Guardia Civil por su compromiso sin fisuras con los Derechos Humanos, igual en Mostar que en Itxaurrondo o La salve.

Pero ya les digo: recibió la ovación de sus compañeros de cuartelada matutina transmitida en directo… y para pasmo de unos cuantos, también de la crema y la nata de la misma progritud que denunciaba con denuedo la malhadada Ley Mordaza. ¡En honor al tipo que acababa de confesar que sus aguerridos subordinados se dejan la piel para localizar y castigar a los disolventes que osan no postrarse de hinojos ante las decisiones del Gobierno español! Si no fuera una tragedia, resultaría hasta cómico que los que nos alertan de una salida autoritaria no vean que ya estamos en ese punto.

A propósito de Greta

Vuelvo a sentirme el chaval del cuento que veía al emperador en bolas mientras el resto de los vasallos se hacían lenguas sobre la hermosura de su nuevo traje. Cuánto mejor parado saldría este humilde opinatero si fuera capaz de subirse a la ola de natillas y surfear con el rebaño que entona las aleluyas de una criatura que abronca severamente a los malosos del universo que no hacen nada por evitar que el planeta se vaya a la mierda.

¿Puede haber alguien de corazón tan áspero como para no caer rendido ante una preadolescente que, en lugar de jugar a la Play o hacer botellón, se entrega con abnegación a la lucha? Y si le sumamos el no pequeño detalle de su peculiaridad personal —no sé como se dice “tener Asperger” en políticamentecorrectés—, ¿quién será el desalmado que se atreva a abrir la boca o a mostrar el más ínfimo reparo? Pues me temo que servidor. Y cualquiera que imaginase, por ejemplo, que Greta Thunberg fuese el icono de un movimiento antiabortista o contrario al matrimonio entre personas del mismo sexo. Entonces sí, los que ahora se dejan las orejas aplaudiendo verían la barbaridad de convertir a una mocosa en mono de feria y, por supuesto, despotricarían sin freno sobre la obscenidad de usar su diferencia como escudo protector.

Pese a que he visto la idéntica hipocresía cientos de veces, sigo sin ser capaz de entender por qué las mismas personas que claman contra la utilización de los menores buscan mil argumentos de aluvión para justificar el circo en tono a la Shirley Temple sueca. Por otro lado, no me extraña en absoluto que el infantilismo que nos asola acabe corporeizándose en una niña.

Femimachismo

Nada por aquí, nada por allá… et voilá! ¡El gran prestidigitador Pedro Sánchez saca de su chistera sin fondo nada menos que 370 medidas para aplicar —implementar, gusta decir ahora— si algún decenio de estos deja de estar en funciones! Si el pomposo anuncio viniera inspirado por algo diferente a la pirotecnia desvergonzadamente preelectoral, cabría ponderar con la seriedad debida lo bueno de algunas de las propuestas, incluso obviando la cobardía de pasar de puntillas por cuestiones nucleares como la territorial. Pero como ya hemos renovado un porrón de veces el carné de identidad y hace tiempo que perdimos el vicio de chuparnos el dedo, no se nos escapa que todos esos castillos en el aire no son más que un puñado de giliprogreces.

Casi cada una merecería un comentario de texto, pero me van a permitir que me centre en la que en mi humilde opinión, es perfecto resumen y corolario del resto. Item más, me temo que es el retrato a escala del femimachismo que nos asola. Hablo de la promesa de hacer que el primer curso de las carreras técnico-científicas sea gratuito para las mujeres, supuestamente para combatir la actual escasa presencia femenina en esas titulaciones.

Aquí es donde le cedo la palabra a la reconocida química y divulgadora Deborah García Bello, que, de saque, hablaba de una medida “condescendiente, paternalista, sexista, machista e injusta”. Y después de una retahíla de collejas extraordinariamente repartidas, remataba: “No quiero que me digan qué debo estudiar. No quiero que me digan qué es lo mejor para mí, como si por ser mujer no lo supiese. Quiero que me dejen ejercer mi libertad”. Amén.

Garzón contra Garzón

La primera vez que te engaña Baltasar Garzón es culpa suya. La segunda, la tercera, la cuarta, la quinta… qué quieres que te diga, amigo progresí. Quizá empieza a ser menester que le des una vuelta a cómo las gasta el fulano extogado que veía amanecer, según la almibarada biografía escrita por Pilar Urbano, también conocida como Pilar Suburbano entre los veteranos del gremio periodístico.

Es probable que ni sepan los lectores a santo de qué saco a coalición al creador de aquella religión que se basaba (y aún se basa) en el mantra único Todo es ETA. Por fortuna, más allá de sus bien pagadas presencias en platós, mesas redondas y bolos varios, las andanzas del tipo se quedan en el córner de la actualidad. La última consiste en secundar al simpar Gaspar Llamazares en la creación de una candidatura para las elecciones de mayo bajo la marca Actúa, que hasta ahora era una escorrentía de Izquierda Unida. Se trataba de competir contra el partido nodriza con su propia pasta, con Garzón in person encabezando la lista a las europeas.

Para que no falte ningún detalle chusco, han aparecido unas grabaciones al estilo Villarejo —no por casualidad, compañero de cloacas del exmagistrado— que prueban la fechoría. “Este señor y yo nos tenemos que comer las candidaturas más importantes”, dice Gaspar en alusión a Baltasar (se diría que solo falta Melchor Miralles para completar la tripleta de reyes magos) en uno de los audios. Ahora, el otro Garzón, Alberto, el de la boda a lo duque de Alba, que todavía manda en la actual excrecencia de Podemos llamada IU, está que fuma en pipa por la traición. Como si no se la hubiera buscado.

Bolsonaro eres tú

Entre lo tierno, lo cómico y lo patético, pero siempre conforme a lo previsible, se me ha llenado el Twitter de enardecidos partisanos llamando a la resistencia contra el fascismo que asola el planeta Tierra. Como imaginan, el resorte que los ha encocorado a lo perro de Pavlov ha sido la (aplastante) victoria del cavernario Jair Bolsonaro en las presidenciales de Brasil. Y andan machacando frenéticamente con sus dedazos las pantallas de sus Iphone XS desde sus confortables adosados para que no quede un confín del globo al que no llegue su más enérgica protesta por la enésima muestra de incompetencia democrática de unos ciudadanos que han vuelto a equivocarse al echar la papeleta en una urna.

¡Será posible! ¡Con lo fácil que tenían esta vez elegir lo correcto frente al mal! ¡La de veces que lo habrán predicado los elegidos desde que el candidato pluscuamultra se llevó la primera vuelta por debajo de la pata! Habrá que empezar a plantearse seriamente la limitación del sufragio, de modo que solo puedan ejercerlo los individuos preparados y no susceptibles de manipulación. Les juro —ahora vuelve a hablar servidor— que exagero lo justo. Mensajes y actitudes como las anteriores están a la orden, no del día ni de la hora, sino del minuto, junto a las más variopintas y carrileras explicaciones de por qué ha pasado lo que ha pasado. Hasta al big data, toma ya, llegó a culpar el cátedro millonario apellidado Monedero, y varias versiones del pelo espolvorearon otros émulos locales y foráneos del susodicho. Lo que ninguno apuntó ni por asomo fue su papel de pirómano en este incendio que no ha hecho más que empezar.

‘Pluralidad masculina’

No hay récord de la memez que no sea pulverizado. La última plusmarca hasta el instante de teclear estas líneas la ostenta el muy progresí equipo de gobierno municipal de Zaragoza. Y casi sería anécdota que el asunto se quedara en eso, en chorrada, tontuna o majadería. Pero me temo que se han batido más registros o, expresado en el lenguaje que tanto gusta, se han traspasado unas cuantas líneas rojas. La de la libertad más básica, por citar lo que personalmente me parece más grave.

La cosa va, como probablemente sepan, de la orden de paralizar la edición del ya tradicional calendario de los bomberos de la capital aragonesa, ese almanaque (juraría yo que nacido en Bilbao) en que se exhiben los cuerpos más lozanos del cuerpo, si me perdonan el juego de palabras facilón.

A buenas horas nos escandalizamos de lo que en su día fue celebrado —para mi, incomprensiblemente— como un gran avance en materia de igualdad. Eso, de entrada, porque lo más abracadabrante es el motivo de la censura que alegan los supertacañones de la franquicia maña de Podemos y allegados. Sostienen, se lo juro, que las imágenes “no reflejan la pluralidad masculina”, sino que responden (cuidado, que quizá nos pongamos pilongos leyendo lo que sigue) “a un modelo específico de hombre musculado en posición de vigor”.

Lo triste es que los responsables del calendario han bajado la testuz y anuncian una versión acorde con las directrices de los guardianes de la neomoral y las actuales buenas costumbres. Todo sea por la subvención y por no atentar contra los rancios valores retroprogres. Puritanismo caspuriento de tomo y lomo. Es decir, fascismo.