La falsa leyenda de «Antonio Sánchez»

Ahora que vamos despacio, vamos a contar cómo se crean las mentiras. Tengo un millón para elegir, pero me quedo con una relativamente reciente que ha prendido con una rapidez y una robustez que asustan. Aunque empezó a difundirse hace dos semanas, el origen se remonta al 18 de febrero. Ese día, los jefes de gobierno de España, Italia, Portugal y Grecia celebraron un encuentro para fijar una posición común de cara a rebajar el recibo energético. La noticia apenas tuvo relieve hasta que el 24 de marzo se viralizó un momento de la rueda de prensa de los cuatro mandatarios. En las imágenes, el primer ministro italiano, Mario Draghi, parecía dirigirse al presidente español, que acababa de terminar su intervención, con un “Gracias, Antonio”. Las rechiflas desde el flanco diestro llegaron en tropel. La supuesta equivocación (que enseguida veremos que no lo fue) fue tomada como prueba aplastante de la irrelevancia internacional del inquilino de Moncloa, cuyo nombre de pila ni siquiera conocían los interlocutores europeos con los que se ve prácticamente cada semana.

Una versión íntegra del vídeo demostró que la gracieta era, como poco, discutible. Todo hace indicar que las palabras de Draghi no iban dirigidas a Sánchez, sino al primer ministro portugués, Antonio Costa. Ahí debería haberse acabado todo, ¿verdad? Pues no. Hoy es el día en que no queda un columnero cavernario sin adornarse con el chiste y refiriéndose en sus piezas a Sánchez (jijí-jajá) como Antonio. Una vez más se ha cumplido la máxima que sostiene que no hay que permitir que los hechos echen a perder (en este caso) un buen un buen motivo de burla.

Sánchez mintió; Ribera nos vacila

He perdido la cuenta de las columnas que he dedicado a los sucesivos récords del precio de la electricidad. Sí creo recordar que la última fue en septiembre. Por entonces, el tantaratán en el recibo se cotizaba a algo menos de doscientos euros por megawatio a la hora. Bien sabrán ustedes que ayer superamos los 300 y hoy todavía daremos un saltito más. Imaginen dónde podemos ponernos dentro de unos días, en las fechas señaladas.

Y miren, no me voy a encaramar a la liana demagógica. Daré por bueno que es la releche de complicado meter en vereda a las eléctricas para que abaraten el recibo. Seguro que hay un congo de motivos endiablados para esta subida de proporciones cósmicas. Me consta igualmente que en buena parte de Europa se padece idéntica jodienda; bien que se están cuidando los medios amigos, esos castos y puros, de ilustrarnos con gráficas de la carestía. Pulpo, animal de compañía.

Ahora, lo que no puede ser es que nos llamen imbéciles a la jeta. Todos recordamos al presidente español, Pedro Sánchez, jurarnos hace tres meses que pese a los hachazos encadenados, acabaríamos este año pagando menos que en 2018. Ya es bastante sulfurante que tal frase haya resultado una mentira gorda y que, llegado el momento de la comprobación, el autor de la profecía fallida no nos haya pedido perdón. Pero lo que definitivamente no tiene nombre es que la ministra del ramo, Teresa Ribera, tenga el cuajo de tratar de convencernos de que la factura de 2021 será, efectivamente, menor que la del mentado 2018, como si no hubiéramos sufrido la diferencia en nuestros propios bolsillos.

¿Condenar a ETA? ¡Venga ya!

Oh, qué sorpresa más sorprendente. Ha sido imposible que en el Parlamento vasco salga adelante una declaración unánime de condena a ETA. Venga ya, Vizcaíno, no nos tomes el pelo. Si hace literalmente cuatro días vimos al poli bueno y al poli malo de la izquierda soberanista (de soltera, abertzale), ataviados como pinceles en Aiete diciendo que sentían una hueva el dolor de las víctimas y que, mecachis en la mar, nunca se tenía que haber producido, pobre gentucilla, digo gentecilla. Item más, ese pomposo comunicado de nada entre dos platos aseguraba que en lo sucesivo se comprometían a mitigar el sufrimiento “en la mediada de nuestras posibilidades”. Y para que constara en acta se añadía —chanchanchanchán— que “Siempre nos encontrarán dispuestos a ello”.

Juer, pues la segunda en la frente. La primera, claro, fue la rajada de Eibar, donde el líder máximo enseñó el dedo y nos dijo que montáramos y pedaleáramos. O sea, que “tenemos 200 presos” (primera persona del plural, pero no somos ETA y tal) y ya puede fumar en pipa el secretario general de ELA, que si nos los van sacando de cinco en cinco cada fin de semana, apoyamos los Presupuestos y, si hace falta, la candidatura de Sánchez al Nobel de Veterinaria. Después de eso, lo de ayer no es ni noticia. Ni décimo aniversario ni gaitas en vinagre. No se condena y no se condena, punto pelota. Y el que lo ponga en solfa es un enemigo de la paz y un constructor de trincheras cuando los santos y puros están levantando los puentes, ejem, que dinamitaron dejando debajo casi mil vidas y un inmenso reguero de dolor. ¡Toma diez años de paz, Moreno!

Oyarzábal, otro suspenso

Tiene uno que morderse las teclas cuando en la misma columna se van a encontrar Iñaki Oyarzábal y la escuela. Digamos simplemente que el gran surfista de la política no parece la persona más adecuada para hablar de la enseñanza. Claro que, atendiendo a su hoja de servicio, la ignorancia supina sobre una cuestión, la que sea, no ha sido óbice ni cortapisa para que se haya venido arriba en el verbo. En algún lugar de mi archivo sonoro debe estar la grabación de una intervención suya en un programa de Intereconomía Televisión en que relacionaba con ETA a las víctimas de la masacre del 3 de marzo de 1976 en Gasteiz. Y no crean que fue, en ese caso, por maldad. Se trataba de pura ignorancia de la historia de su propia ciudad.

Esta vez, su proverbial osada deficiencia de conocimientos sí se ha dado la mano con la falta de escrúpulos y de respeto a la verdad al proclamar que la educación pública vasca genera un clima de odio a lo español. No fue una frase interpretable. Según consta en todas las crónicas y en el propio audio de la entrevista en Radio Euskadi, Oyarzábal acusa de dos maneras distintas a los miles de docentes de nuestra enseñanza pública de crear el caldo de cultivo que desemboca en agresiones como las que han sufrido en los últimos meses dos jóvenes dirigentes del PP alavés. Se trata de una imputación que trasciende lo injusto para situarse en lo nauseabundo y, en otro terreno, en lo querellable. Insisto en que, aunque las destinatarias de la andanada fueran las autoridades educativas, los directamente señalados han sido las trabajadoras y los trabajadores a pie de aula. No pueden tolerar un insulto así.

Nuevo curso sin tanto ruido

¡Aleluya! Parece que el nuevo curso escolar ha empezado de un modo infinitamente más razonable y calmado que el año pasado. Es verdad que los contumaces miembros de la tribu de M’Opongo (aprovecho para recomendarles la canción de Académica Palanca) siguen echando cagüentales por las esquinas. Y también se escucha de fondo el rezongar ventajista de ciertos llamados agentes educativos que, siempre al pille, echan la red a las aguas revueltas y, si no pescan algo, por lo menos embarran el patio. Fuera de ese ruido amortizado, la chavalería ha vuelto a las aulas con una normalidad más que notable. La misma que presidió, por otra parte, el curso anterior en cuanto los hechos contantes y sonantes se impusieron a las profecías apocalípticas.

Merece la pena que, como en la genial película Amanece, que no es poco, hagamos flashback y nos remontemos a doce meses atrás. O mejor, doce meses y una semana, porque fue con el comienzo exacto de septiembre cuando empezó todo el ceremonial catastrofista; agosto no es mes para reivindicar. Reconozco, como hará cualquier madre o padre, que yo no era ajeno a un puntito de incertidumbre. Nos enfrentábamos a una situación inédita y el principio más elemental de prudencia invitaba a tomar precauciones. Sin embargo, los Nostradamus de lance anunciaban la multiplicación por ene de los contagios y, sin rubor, culpaban a las autoridades sanitarias del seguro colapso hospitalario y funerario. Las medidas que se adoptaron, el gran trabajo de docentes y no docentes y la actitud del alumnado fueron suficientes para que todo fluyera sin apenas sobresaltos.

La cabeza de Jon Darpón

Ya lo dejé escrito en el momento álgido del desvergonzado montaje político-medíatico (curiosa ensalada de siglas, de egos y de intereses bastardos, la que se aliñó) a cuenta de los trapicheos en ciertas especialidades de la OPE de Osakidetza de 2018: no hay peor mentira que la que se construye con pedacitos de verdad. Porque sí, algunas adjudicaciones de plazas olían a chotuno y no dejaban de acumularse indicios de pufo en la actitud de los tribunales correspondientes. Ocurría que las motivaciones de los tejemanejes no tenían nada que ver ni remotamente con clientelismo político y, por encima de todo, que las actuaciones indignas se centraban en un determinado número de categorías profesionales de la élite de nuestro sistema sanitario.

Claro, eso vendía muy poco y, sobre todo todo, tenía escaso rédito político, o sea, politiquero. Por eso, a sabiendas de que era falso de toda falsedad, se difundió la especie vomitivamente mendaz de que el marrón alcanzaba a toda la OPE y que había sido orquestado personalmente por el entonces consejero de Salud, Jon Darpón y la directora de Osakidetza, María Jesús Mujika. Toda la artillería de la brunetilla síndical-político-plumífera cargó a saco y, finalmente, se cobró las piezas en forma de dimisiones. Las cabezas fueron exhibidas con júbilo por los cazadores ávidos de sangre. Dos años y medio y una pandemia después, la juez que lleva el caso y que no va a dudar en emplumar a los culpables de los fraudes reales, ha dejado claro que ni Darpón ni Mujika tuvieron nada que ver en el asunto. La redacción del auto deja en pelota picada a los denunciantes. Seguro que algunos dimiten mañana. O, bueno, pasado.

**** Aviso a odiadores anónimos: vuestros mierdicomentarios cobardones se borran directamente, Animo a firmar con nombre y apellidos auténticos y una dirección de email verificable, cagoncetes.

Diario de la segunda ola (4)

Menudo papelón, el del presidente Sánchez, el ministro Illa y el bienquerido e intocable doctor Simón. El lunes prometían a todo trapo que para diciembre llegarían a Hispanistán tres millones de dosis de la vacuna de Oxford, y ni 24 horas después, los responsables de la investigación anunciaban la suspensión temporal de los trabajos ante un serio contratiempo: uno de los voluntarios había desarrollado una grave enfermedad que los científicos no sabían explicar. En ese punto, los titulares de aluvión proclamaban con estruendo la catástrofe y los mismos todólogos que el día anterior celebraron con vítores en mil y una tertulias el anuncio de los temerarios mandarines españoles corrieron a pontificar el tremendo desastre.

Por fortuna, no tardaron en aparecer quienes de verdad distinguen una probeta de una pastilla de Starlux para contarnos que lo ocurrido no era ningún drama. De hecho, según añadían la mayoría de los auténticos expertos, lo que podía resultar mosqueante es que hasta la fecha todo pareciera ir tan maravillosamente bien. Lo habitual en este tipo de investigaciones es que el camino esté trufado de adversidades, cuya paciente resolución será la garantía del funcionamiento deseado del producto final. La lección es bien sencilla: sobran las prisas y las ganas de colgarse medallas.