La falsa leyenda de «Antonio Sánchez»

Ahora que vamos despacio, vamos a contar cómo se crean las mentiras. Tengo un millón para elegir, pero me quedo con una relativamente reciente que ha prendido con una rapidez y una robustez que asustan. Aunque empezó a difundirse hace dos semanas, el origen se remonta al 18 de febrero. Ese día, los jefes de gobierno de España, Italia, Portugal y Grecia celebraron un encuentro para fijar una posición común de cara a rebajar el recibo energético. La noticia apenas tuvo relieve hasta que el 24 de marzo se viralizó un momento de la rueda de prensa de los cuatro mandatarios. En las imágenes, el primer ministro italiano, Mario Draghi, parecía dirigirse al presidente español, que acababa de terminar su intervención, con un “Gracias, Antonio”. Las rechiflas desde el flanco diestro llegaron en tropel. La supuesta equivocación (que enseguida veremos que no lo fue) fue tomada como prueba aplastante de la irrelevancia internacional del inquilino de Moncloa, cuyo nombre de pila ni siquiera conocían los interlocutores europeos con los que se ve prácticamente cada semana.

Una versión íntegra del vídeo demostró que la gracieta era, como poco, discutible. Todo hace indicar que las palabras de Draghi no iban dirigidas a Sánchez, sino al primer ministro portugués, Antonio Costa. Ahí debería haberse acabado todo, ¿verdad? Pues no. Hoy es el día en que no queda un columnero cavernario sin adornarse con el chiste y refiriéndose en sus piezas a Sánchez (jijí-jajá) como Antonio. Una vez más se ha cumplido la máxima que sostiene que no hay que permitir que los hechos echen a perder (en este caso) un buen un buen motivo de burla.

El «CIS de Tezanos»

Desde su creación en 1963, todavía con el bajito de Ferrol vivito y fusilando, el Centro de Investigaciones Sociológicas ha tenido 23 mandamases. Dejando de lado a los del franquismo puro y duro, como el chisgarabís Rafael Ansón, solo habían dado algo de qué hablar la nulidad cósmica que atendía por Rosa Conde (en el felipismo del GAL y tentetieso) y Pilar del Castillo, una antigua trotskista convertida en adoradora y marioneta de Aznar. El resto, vividores del cuento demoscópico pagado por las arcas públicas sin más, se limitaban a cocinar las encuestas al gusto del patrón. O directamente a esconderlas cuando no había modo de tapar el mondongo. Es lo que hizo, por ejemplo, el hoy olvidado Ricardo Montoro (hermano de Cristóbal) ante las elecciones vascas de mayo de 2001. Aunque sus muestras señalaban sin discusión la victoria de Ibarretxe, prefirió no interferir en la mentira prefabricada que anunciaba el vuelco constitucionalista, con Mayor Oreja de lehendakari y Nicolás Redondo hijo de segundo de a bordo. Doy fe de que a Isabel San Sebastián se le quedó sin estrenar su traje de noche.

En todo caso, y a pesar, insisto, de las manipulaciones sin número, había llegado a los niveles de desahogo del actual baranda de la cosa, el turbio José Félix Tezanos Tortajada. Desde que su inicialmente despreciado Pedro Sánchez lo puso al frente del carísimo juguete, cada barómetro ha sido un cachondeo mayor que el anterior, siempre a beneficio descarado del jefe y acreditando fiascos vergonzantes cuando tocaba confrontar sus pronósticos con el verdadero recuento. Pero ahí se las den todas. El CIS no es el CIS a secas, sino el CIS de Tezanos. Categoría.

La cacería infame de Luis Tosar

Dicen que no hay preguntas impertinentes, pero caray. No sé demasiado bien a qué viene preguntarle a un actor si hubiera sido de ETA o Jarrai en caso de haber nacido en Euskadi. Ni siquiera a Luis Tosar, que en Maixabel encarna —magistralmente una vez más, aplauden todas las crónicas— a Ibon Etxezarreta, el sinceramente arrepentido asesino de Juan Mari Jáuregui. Ante semejante interpelación, la respuesta del lucense fue propia del estereotipo gallego: “Quizá sí. O no. Depende de muchos factores”. Incluso añadió, inclinando la balanza hacia el no: “El entono puede mucho, pero también hay una intención. Está en ti”.

De nada sirvió. En cuanto trascendió el entrecomillado forzado (“De nacer en Euskadi, quizá podría haber acabado en ETA”), saltó como un resorte toda la policía de la moral de Twitter con sus porras dialécticas y abundantes faltas de ortografía y patadas a la gramática. Tosar quedó retratado como actor subvencionado, bilduetarra y, en fin, enemigo de la nación española. No se trataba, como señalan las interpretaciones más benévolas, de déficit de atención lectora. Era pura miseria moral, vocación de manipulación intencionada y linchamiento a un colectivo, el de los artistas en general, que siempre está en la diana de la carcunda. No deja de resultar gracioso y revelador que muchos de los héroes y referencias intelectuales de los acollejadores son individuos que no pueden acogerse al condicional. De Juaristi a Onaindia, pasando por Azurmendi o Teo Uriarte, no son pocos los en su día jóvenes vascos que se enrolaron en la banda, muchos de ellos con un fanatismo atroz. Así que dejen a Tosar en paz.

Lo que va de Maixabel a Parot

Una de esas coincidencias con un toque revelador. El mismo día en que se estrenaba Maixabel en el Zinemaldia, Arrasate se convertía en epicentro de intolerancias y aprovechamientos ventajistas. Iba a escribir “de diverso signo”, pero al final, el signo es prácticamente el mismo, uno que necesita perentoriamente a su contraparte, de la que se retroalimenta en bucle. Cuántas veces habré anotado aquí que los extremos se magrean impúdicamente. Qué pena, en todo caso, comprobar que la lección que nos enseña la película basada en las tremendas vivencias de quien es mucho más que la viuda de una víctima ETA siga sin entrar en tantas molleras.

El balance de la jornada fue el previsto. Abascal y los suyos obtuvieron aquello a por lo que habían venido, unos gramos de notoriedad. Más valiosa, claro, si se acompañaba de unas gotas de sangre, siempre tan fotogénica en las portadas. Con menos épica, también le cayeron al PP unas migajas de esa atención que no rasca en las urnas. Y de los otros, qué les voy a decir que no sepamos a estas alturas. Porque ese es justo el problemón: que sabemos, pero que muchos se hacen los idiotas y otros pretenden tomarnos por tales a los demás. Da igual bajo qué fórmula, la de la primera convocatoria o la de la segunda, era un clamor atronador el objeto de la vaina. Ahí está cierto juglar que atribuyó la condición de gudari al tipo cuya prisión ilegalmente prolongada —yo eso no lo voy a negar— había sido la coartada para el acto en cuestión. ¿Para denunciar la injusta política penitenciaria es necesario tomar como bandera al asesino de 39 personas? Es una pregunta retórica.

Oyarzábal, otro suspenso

Tiene uno que morderse las teclas cuando en la misma columna se van a encontrar Iñaki Oyarzábal y la escuela. Digamos simplemente que el gran surfista de la política no parece la persona más adecuada para hablar de la enseñanza. Claro que, atendiendo a su hoja de servicio, la ignorancia supina sobre una cuestión, la que sea, no ha sido óbice ni cortapisa para que se haya venido arriba en el verbo. En algún lugar de mi archivo sonoro debe estar la grabación de una intervención suya en un programa de Intereconomía Televisión en que relacionaba con ETA a las víctimas de la masacre del 3 de marzo de 1976 en Gasteiz. Y no crean que fue, en ese caso, por maldad. Se trataba de pura ignorancia de la historia de su propia ciudad.

Esta vez, su proverbial osada deficiencia de conocimientos sí se ha dado la mano con la falta de escrúpulos y de respeto a la verdad al proclamar que la educación pública vasca genera un clima de odio a lo español. No fue una frase interpretable. Según consta en todas las crónicas y en el propio audio de la entrevista en Radio Euskadi, Oyarzábal acusa de dos maneras distintas a los miles de docentes de nuestra enseñanza pública de crear el caldo de cultivo que desemboca en agresiones como las que han sufrido en los últimos meses dos jóvenes dirigentes del PP alavés. Se trata de una imputación que trasciende lo injusto para situarse en lo nauseabundo y, en otro terreno, en lo querellable. Insisto en que, aunque las destinatarias de la andanada fueran las autoridades educativas, los directamente señalados han sido las trabajadoras y los trabajadores a pie de aula. No pueden tolerar un insulto así.

La cabeza de Jon Darpón

Ya lo dejé escrito en el momento álgido del desvergonzado montaje político-medíatico (curiosa ensalada de siglas, de egos y de intereses bastardos, la que se aliñó) a cuenta de los trapicheos en ciertas especialidades de la OPE de Osakidetza de 2018: no hay peor mentira que la que se construye con pedacitos de verdad. Porque sí, algunas adjudicaciones de plazas olían a chotuno y no dejaban de acumularse indicios de pufo en la actitud de los tribunales correspondientes. Ocurría que las motivaciones de los tejemanejes no tenían nada que ver ni remotamente con clientelismo político y, por encima de todo, que las actuaciones indignas se centraban en un determinado número de categorías profesionales de la élite de nuestro sistema sanitario.

Claro, eso vendía muy poco y, sobre todo todo, tenía escaso rédito político, o sea, politiquero. Por eso, a sabiendas de que era falso de toda falsedad, se difundió la especie vomitivamente mendaz de que el marrón alcanzaba a toda la OPE y que había sido orquestado personalmente por el entonces consejero de Salud, Jon Darpón y la directora de Osakidetza, María Jesús Mujika. Toda la artillería de la brunetilla síndical-político-plumífera cargó a saco y, finalmente, se cobró las piezas en forma de dimisiones. Las cabezas fueron exhibidas con júbilo por los cazadores ávidos de sangre. Dos años y medio y una pandemia después, la juez que lleva el caso y que no va a dudar en emplumar a los culpables de los fraudes reales, ha dejado claro que ni Darpón ni Mujika tuvieron nada que ver en el asunto. La redacción del auto deja en pelota picada a los denunciantes. Seguro que algunos dimiten mañana. O, bueno, pasado.

**** Aviso a odiadores anónimos: vuestros mierdicomentarios cobardones se borran directamente, Animo a firmar con nombre y apellidos auténticos y una dirección de email verificable, cagoncetes.

Campañas… ¿sucias?

Cuentan que un fulano de obediencia pepera se ha gastado unos miles de euros —tampoco un pastizal, no se crean— en difundir en Facebook mensajes en nombre de Errejón que pedían a los votantes progresistas (ejem) que castigaran a Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Una jugarreta muy fea, eso no lo discute nadie. Ojalá le caiga una buena por la fechoría. Pero a partir de ahí, permítanme que me ría. Pasando por alto que el éxito de la propaganda chungalí se basaría en la membrillez de quienes no son capaces de decidir las cosas con su propia materia gris y que en su pecado llevarían la penitencia, la bronca exagerada que ha causado el episodio resulta entre enternecedora y brutalmente cínica.

De nuevo debo traer a colación al personaje más citado en estas columnas, aquel gendarme de Casablanca que mandaba cerrar el garito del que era parroquiano al grito de “¡Qué escándalo, aquí se juega!”. Se habla ahora de una campaña sucia, como si cuarto y mitad de los usos y costumbres cuando se abre la veda del voto fueran la caraba de la pulcritud. ¿Qué hay de limpio en las trolas sin cuento que se sueltan en los mítines y/olos debates electorales y se multiplican en las redes sociales? ¿Cómo de aseado es recurrir a datos inventados que, según de quién vengan, merecen la vista gorda de los beatíficos desmentidores de bulos? ¿Y qué me dicen de los titulares de este o aquel medio, arrimando el ascua a la sardina propia y la manguera a la ajena? Por no mencionar la difusión de sondeos con datos imaginarios cuyo propósito no es retratar la realidad sino tratar de cambiarla. Desgraciadamente, hace mucho tiempo que vale todo. Un poco tarde para enfadarse.