Mentiras verdaderas

La penúltima moda molona en mi oficio recibe el nombre de Fact Check. En realidad, tiene decenas y decenas de años, y se ha venido practicando sin grandes aspavientos por quienes creen firmemente que uno de los principios básicos del periodismo es la comprobación de hechos, monda y lironda traducción al castellano del chachipalabro de arriba. Es cierto que las apreturas económicas, la pereza y/o directamente la falta de escrúpulos han ido dejando en la cuneta la higiénica costumbre de constatar —hasta en tres fuentes, nos decían los manuales; ¡ja!— que lo que se cuenta responde a la verdad. Si añadimos que en los últimos tiempos se han multiplicado casi hasta el infinito las mentiras difundidas como noticias o Fakes, como han sido rebautizadas en la jerga reglamentaria, el regreso a la verificación de los datos parecía una gran iniciativa.

Sí, eso he escrito: parecía. Lo tremendo es ir comprobando que muchos de los desmentidos al uso atienden a intereses determinados y, por tanto, son bulos más perversos que los que afirman desmentir. O puede ocurrir que, efectivamente, dejen en evidencia la presunta información pero resulten inútiles porque lectores, espectadores y oyentes optan por creer lo que les apetece. Ayer, sin ir más lejos, un periodista independiente llamado Matthew Bennett desmontó dato a dato un trabajo de investigación de El País sobre los insultos en Twitter a Greta Thunberg. El diario decía basar sus escandalosas conclusiones en el análisis de 400.000 tuits, cuando los que realmente se parecían al titular eran 280. Fue en vano. La versión manipulada de los hechos triunfó sobre los hechos mismos.

Campañas… ¿sucias?

Cuentan que un fulano de obediencia pepera se ha gastado unos miles de euros —tampoco un pastizal, no se crean— en difundir en Facebook mensajes en nombre de Errejón que pedían a los votantes progresistas (ejem) que castigaran a Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Una jugarreta muy fea, eso no lo discute nadie. Ojalá le caiga una buena por la fechoría. Pero a partir de ahí, permítanme que me ría. Pasando por alto que el éxito de la propaganda chungalí se basaría en la membrillez de quienes no son capaces de decidir las cosas con su propia materia gris y que en su pecado llevarían la penitencia, la bronca exagerada que ha causado el episodio resulta entre enternecedora y brutalmente cínica.

De nuevo debo traer a colación al personaje más citado en estas columnas, aquel gendarme de Casablanca que mandaba cerrar el garito del que era parroquiano al grito de “¡Qué escándalo, aquí se juega!”. Se habla ahora de una campaña sucia, como si cuarto y mitad de los usos y costumbres cuando se abre la veda del voto fueran la caraba de la pulcritud. ¿Qué hay de limpio en las trolas sin cuento que se sueltan en los mítines y/olos debates electorales y se multiplican en las redes sociales? ¿Cómo de aseado es recurrir a datos inventados que, según de quién vengan, merecen la vista gorda de los beatíficos desmentidores de bulos? ¿Y qué me dicen de los titulares de este o aquel medio, arrimando el ascua a la sardina propia y la manguera a la ajena? Por no mencionar la difusión de sondeos con datos imaginarios cuyo propósito no es retratar la realidad sino tratar de cambiarla. Desgraciadamente, hace mucho tiempo que vale todo. Un poco tarde para enfadarse.

Lavapiés blues (2)

Vuelvo a Lavapiés. Incluso aunque la barredora informativa haya mandado la noticia al quinto pino de la actualidad (o al cuarto, por lo menos) en apenas tres días, creo que lo que ha ocurrido en el castizo barrio madrileño es un compendio de muchas de las cuestiones más candentes ahora mismo. En el primer texto me ocupé especialmente de los bulos, los contrabulos, las Fake News, la Posverdad o como quieran ustedes llamar a las mentiras lanzadas para intoxicar que ya conocían las primeras civilizaciones de las que tenemos constancia. Da para tesis del asunto el desparpajo de quienes siguen insistiendo en la versión embustera sobre la muerte del mantero por encima de todaa evidencia. Puede que el ciudadano fallecido participara en alguna persecución, pero no en el desgraciado momento en que se desplomó sobre el asfalto.

Otro punto de abordaje es la inmensa muestra de hipocresía. Como ya anoté, la falsedad sirvió de coartada para unos tremendos actos de vandalismo contra bienes de personas que tienen lo justo para vivir, si es que llegan. Ni una palabra de condena ni de solidaridad de los denunciadores compulsivos de injusticias y primerafilistas de cualquier buena causa. Y ya que los menciono, abundando en la caradura de estos ventajistas, les animo a ir un paso más allá de su martingala favorita. Al señalamiento del capitalismo culpable debería seguir la denuncia de las tramas mafiosas que trafican con seres humanos, se adueñan de ellos, los distribuyen por actividades según su voluntad y les obligan a suministrarse en exclusiva de productos fabricados mediante trabajo esclavo. A que no hay…