Gernika: no olvidar

84 años del horror de Gernika. Todavía ayer, día del aniversario, tuve que leer a un imbécil con la matraca de que la culpa fue del deficiente servicio de bomberos del Gobierno vasco de la época. Y a otro que deslizaba que era mucha casualidad que hubieran quedado en pie la Casa de Juntas y las fábricas de armas. Por no mencionar al zascandil con título de historiador que se montaba un ejercicio de onanismo mental sobre no sé qué del cuadro de Picasso y los malvados nacionalistas.

No están los tiempos para entregarse al lujo del olvido. Si frecuentan estas líneas, saben que no soy dado a las exageraciones ni a los toques a rebato. Ni por asomo temo una reedición de la guerra incivil, pero tengo ojos en la cara y un par de orejas a los lados. Veo y escucho a un puñado de hijos de Satanás que tienen como sueño húmedo la vuelta a las andadas. Unos, para volver a ganar y otros, mucho me temo, porque tienen las tragedias ajenas como inspiración para sus tuits heroicos y grandilocuentes. Siempre a cubierto y libres de sus consecuencias, faltaría más.

En nombre de las víctimas de ese día, de los previos y de los posteriores —más de cuarenta años duró la represión franquista—, debemos conjurarnos para mantener viva la memoria de lo que ocurrió aquel infausto lunes de mercado en la villa foral.

Festejando a Aznar

Mañana se cumplirán 25 años de la victoria electoral del PP de Aznar. Como conté ayer en otras líneas, la efeméride tiene nadando en almíbar nostálgico a los amanuenses del fondo a la derecha. Es comprensible, teniendo en cuenta que el partido que ahora se muda a escape de Génova 13 se arrastra en la ramplonería aumentada, para más inri, por la pesada herencia de mangoneos que clavan sus raíces en la época que ahora se festeja. Es la versión del tramposo y vengativo Bárcenas, sí, pero también la suma de varias sentencias judiciales. Se quedaran sin dedos de las dos manos para contar los dirigentes del milagro aznariano que han dado con sus huesos en la cárcel.

Junto a la morriña y la glosa exagerada de las hazañas de aquel par de legislaturas tan distintas entre sí, el aniversario nos ha devuelto a la primera plana al propio protagonista del desalojo de Felipe Equis González tras casi tres lustros en Moncloa. Aunque nunca se ha ido del todo, volver a ver y escuchar a Aznar ha resultado una experiencia digna de comentario. No sabe uno si quedarse con lo grotesco, lo chulesco o lo directamente despreciable de un personaje que se sigue creyendo un estadista del recopón cuando su legado es un reguero de mentiras gravísimas que costaron muchísimas vidas, puentes dinamitados y, por supuesto, corrupción.

Mentiras verdaderas

La penúltima moda molona en mi oficio recibe el nombre de Fact Check. En realidad, tiene decenas y decenas de años, y se ha venido practicando sin grandes aspavientos por quienes creen firmemente que uno de los principios básicos del periodismo es la comprobación de hechos, monda y lironda traducción al castellano del chachipalabro de arriba. Es cierto que las apreturas económicas, la pereza y/o directamente la falta de escrúpulos han ido dejando en la cuneta la higiénica costumbre de constatar —hasta en tres fuentes, nos decían los manuales; ¡ja!— que lo que se cuenta responde a la verdad. Si añadimos que en los últimos tiempos se han multiplicado casi hasta el infinito las mentiras difundidas como noticias o Fakes, como han sido rebautizadas en la jerga reglamentaria, el regreso a la verificación de los datos parecía una gran iniciativa.

Sí, eso he escrito: parecía. Lo tremendo es ir comprobando que muchos de los desmentidos al uso atienden a intereses determinados y, por tanto, son bulos más perversos que los que afirman desmentir. O puede ocurrir que, efectivamente, dejen en evidencia la presunta información pero resulten inútiles porque lectores, espectadores y oyentes optan por creer lo que les apetece. Ayer, sin ir más lejos, un periodista independiente llamado Matthew Bennett desmontó dato a dato un trabajo de investigación de El País sobre los insultos en Twitter a Greta Thunberg. El diario decía basar sus escandalosas conclusiones en el análisis de 400.000 tuits, cuando los que realmente se parecían al titular eran 280. Fue en vano. La versión manipulada de los hechos triunfó sobre los hechos mismos.

Las mentiras de Casado

La eterna disyuntiva que en realidad no lo es: ¿Es más dañino un tontolnabo o un malvado? Efectivamente, llevamos acumulados los suficientes trienios en la cosa esta de vivir como para tener meridianamente claro que no hablamos de condiciones incompatibles. Al contrario, la estadística y de nuevo la experiencia prueban que lo más habitual es que lo uno vaya conjunta e inseparablemente con lo otro. Ya expliqué hace años y sigo confirmando cada día —hace nada, me ha ocurrido con un tipo más o menos cercano— que la mediocridad acaba degenerando, previo paso por el resentimiento, en la vileza más absoluta. Y como con las patatas del anuncio, cuando haces pop, ya no hay stop.

En esas anda desde la cuna la nulidad encumbrada a la presidencia hispana del PP que responde por Pablo Casado. No es ya que haya motivos para tomarse a guasa sus másteres de la señorita Pepis. Empieza a ser dudoso hasta su título de bachiller. De otra forma no se entiende que vaya de plaza en plaza diciendo que en las próximas elecciones “está en juego que España siga siendo lo que es desde hace cinco siglos: una nación unida”. Aparte de lo discutible de saque que es hablar de España como tal hace quinientos años, al tarugo palentino se le olvidan un huevo de revueltas, una guerra sucesoria, alguna que otra invasión, tres carlistadas más un puñado de alzamientos del mismo jaez y, por no hacer interminable el inventario de lo que Goya representó en su Duelo a garrotazos, la contienda incivil de 1936 de la que él es cada vez más indisimulado heredero. ¿Cuestión de ignorancia? Ustedes y yo sabemos que no solo eso: también apego a la mentira.