Festejando a Aznar

Mañana se cumplirán 25 años de la victoria electoral del PP de Aznar. Como conté ayer en otras líneas, la efeméride tiene nadando en almíbar nostálgico a los amanuenses del fondo a la derecha. Es comprensible, teniendo en cuenta que el partido que ahora se muda a escape de Génova 13 se arrastra en la ramplonería aumentada, para más inri, por la pesada herencia de mangoneos que clavan sus raíces en la época que ahora se festeja. Es la versión del tramposo y vengativo Bárcenas, sí, pero también la suma de varias sentencias judiciales. Se quedaran sin dedos de las dos manos para contar los dirigentes del milagro aznariano que han dado con sus huesos en la cárcel.

Junto a la morriña y la glosa exagerada de las hazañas de aquel par de legislaturas tan distintas entre sí, el aniversario nos ha devuelto a la primera plana al propio protagonista del desalojo de Felipe Equis González tras casi tres lustros en Moncloa. Aunque nunca se ha ido del todo, volver a ver y escuchar a Aznar ha resultado una experiencia digna de comentario. No sabe uno si quedarse con lo grotesco, lo chulesco o lo directamente despreciable de un personaje que se sigue creyendo un estadista del recopón cuando su legado es un reguero de mentiras gravísimas que costaron muchísimas vidas, puentes dinamitados y, por supuesto, corrupción.

El linchamiento de Goenaga

Así están los tiempos. Después de nueve años salseando en Twitter, siempre para bien, Bárbara Goenaga se rinde. Anuncia que lo deja porque ya no traga con ser pimpampúm facilón de las toneladas de imbéciles ventajistas que aprovechan la impunidad que da la red —demasiadas veces desde el anonimato— para verter su mierda sobre personas populares. Es una lucha brutalmente desigual en la que a la celebridad le toca callar, pues una respuesta a la altura de la ofensa sería tenida por muestra de prepotencia y falta de capacidad de encajar.

Esta vez, sin embargo, no ha sido un anónimo cobarde quien ha expulsado a la actriz del patio del pajarito. La orden de desalojo la firmaba una reputada activista del neofeminismo ejercido en régimen de monopolio y sin derecho a réplica; me muerdo la lengua para no ser más explícito en la definición. Ocurrió que, haciendo uso de su libertad, Goenaga opinó no importa qué sobre qué más da cuál, cuando la aludida líneas arriba se le echó al cuello. Que vale, que muy bien, pero que siendo pareja de quien es —Borja Sémper, supongo que no necesitan que se lo aclare—, no colaba porque el tipo milita en un partido que esto y que lo otro. En vano trató Bárbara de explicar que ella era ella y el señor con el que comparte su vida, otro diferente, y que no necesariamente coincidían en sus visiones de las cosas. La habitual escuadra de linchamiento llegó en tropel para afearle sus gustos en materia de hombres y condenarla por desempoderada a la hoguera de la sumisión al heteropatriarcado. Ni los curas preconciliares llegaron tan lejos. Pero lo peor es el silencio de tanto ¡y tanta! progre.

Más sobre el cartel

Pues nada, oigan, que circulen que ya no hay más que ver en el abracadabrante episodio del cartel censurado de la Emakumeen Bira. Cambiado el pecaminoso afiche por otro (sosete de narices) al gusto de la Liga de la Moral, la Decencia y las Buenas Costumbres, el nuevo edicto manda hacer borrón y cuenta, aquí paz, y después gloria.

Jugándome el coscorrón reprobatorio del Don Remigio paternalista o la Doña Remigia Ojitoalparche de turno, antes de cumplir con la norma y aceptar tragar el sapo, me permitiré anotar las enseñanzas de esta jeremiada en fa sostenido. La primera es el inmenso pan como unas hostias que se le ha rendido a la causa de la igualdad. En lo sucesivo, la machirulada más caspurienta exhibirá este absurdo lance como prueba de sus testiculares y nauseabundos estereotipos. Qué profundamente revelador, por cierto, verlos a todos retuiteando a todo trapo las consideraciones (cargadas de razón) de su hasta anteayer bestia negra, Blanca Estrella Ruiz. Así se garrapatea la Historia, o la histeria, no sé bien.

Otra lección va sobre lo fácil que les resulta a los campeones de la santurronidad hacer un colosal daño y acto seguido, llamarse andanas. Después de haber jodido pero bien a la organización, y conseguida a tirones de piel la enmienda exigida, llegan las palmaditas en el lomo, algo así como “Es buena gente, pero a veces se les va la olla”.

Y aunque hay muchos más aprendizajes, señalo a modo de cierre cómo las muchísimas mujeres —yo diría que mayoría— que no han comulgado con la versión reglamentaria han recibido de la otra parte, la igualitaria, trato de equivocados seres inferiores.

Moderna y arriesgada

Échale farlopa al pavo real. Al artista multidisciplinar y notable tahúr de amplio espectro que atiende por Hansel Cereza, me refiero. No te jode que después de haber perpetrado un finstro cósmico inaugural de la capitalidad cultural europea de Donostia, unánimente deplorado, va el gachó y se pone bravo. Que le confunden y le cabrean las críticas a su bodrio, farfulla el gachó. Y para terminar de demostrar la clase de prepotente chuleta que es, arrumba de paletos a las y los donostiarras al escupir que no están preparados para un montaje “moderno y arriesgado” —hay que joderse— y que de haber puesto fuegos artificiales, le habrían sacado a hombros. Valiente tipejo.

Siempre he sostenido que hay pecados que llevan adosada la penitencia. Del mismo modo que me anonada que los munícipes se sulfuren porque la peña se les descoyunta en un puente pagado a trillón a Calatrava, se me enarcan las dos cejas al contemplar el chandrío montado por el individuo que se autodefine como “conceptor de equipo” y otra docena de oquedades del pelo. No es de recibo que a estas alturas de la liga te cuelen un espéctaculo-de-luz-y-sonido con chuntachuntas y contorsiones epilépticas como la hostia en verso de la innovación. Tampoco, que sueltes un pastón del carajo por ello, y mucho menos, que después de haber tenido un congo de advertencias sobre el truño que se viene encima, sigas mirando a la vía, no sea que vayas a pasar por provinciano. Pues fíjense la paradoja ojalá instructiva para lo que queda del evento: al final el que te lo llama —a ti organizador, y contigo, a los ciudadanos— es el que te la ha liado parda.

Un bebé en las Cortes

Sí, otra columna sobre el churumbel de la diputada Bescansa. Ovación y vuelta al ruedo para el mago de la propaganda podemita —probablemente, Iglesias Turrión en persona— que atinó con el modo de agenciarse el protagonismo de la jornada de apertura de la nueva temporada del pardillo en la Carrera de San Jerónimo. Nadie se llame a engaño. No hubo nada casual ni espontáneo. El catecismo morado, compendio de todas las demagogias que a lo largo de la historia han sido y siguen siendo, contiene el mapa detallado de los resortes que hay que tocar para obtener la máxima eficacia comunicativa. Y si es necesario utilizar como reclamo una criatura, se utiliza sin el menor reparo.

El triunfo de la estrategia es seguro. No solo por las tiernas imágenes que se consiguen de saque. La parte mollar viene con el debate trapacero que se organiza inmediatamente. Que si igualdad, que si conciliación, que si naturalidad. Cualquiera que entre en ese jardín, como servidor ahora mismo, es susceptible de ser despellejado por las milicias progresís enarbolando argumentos irrefutables. Lástima que uno esté ya muy mayor para comprar esas motos trucadas.

Si algo hizo la escañista Bescansa fue demostrar un desprecio sideral por el trabajo —sí, es un trabajo— de representar a la ciudadanía. Le puede echar toda la música de violín que quiera, que con un bebé en brazos es imposible desempeñar la tarea que le han encomendado las urnas. ¿Acaso si fuera albañil se subiría al andamio con el niño? No, y menos, disponiendo, como ocurre en las Cortes españolas, de un servicio de guardería que ya quisieran las y los currelas de a pie.

Teresa y los prepotentes

Guardaba estas líneas en la recámara para el momento en que nos confirmaran que Teresa Romero estaba fuera de peligro. Con todas las precauciones, y aunque quizá le cueste llegar a la recuperación completa, parece que el trance más duro está superado. Soy incapaz de expresar cuánto me alegro, pero también de contener el enfado que he ido acumulando desde que se dio la noticia de su segundo positivo por ébola. Con las llamadas autoridades sanitarias españolas, que le insultaron gravemente en reiteradas ocasiones, sí, pero además, y con dosis de bilis triplicada, con una buena parte de mi profesión. Sería prolijo citar nombres o medios concretos. Cualquiera con un mínimo de humanidad, y sin necesidad de conocer el catón deontológico del periodismo, está en condiciones de identificar el sinnúmero de comportamientos deplorables que se han ido sucediendo en estas dos semanas.

No aguarden, sin embargo, autocrítica. Vivimos instalados en el todo vale, y antes que con el reconocimiento del menor error, se encontrarán con justificaciones chuscas, cuando no con ofendidos colegas que la emprenderán a mamporros con quien les llame a la reflexión. Ocurrió con la vergonzosa foto robada que mostraba, a través de la ventana de su habitación, la cara y los hombros desnudos de la auxiliar mientras recibía los cuidados de sus compañeros. Tomar y publicar esa instantánea tiene el mismo pase que soltarle una patada en la entrepierna al primer viandante que nos topemos en la calle. Es un atropello sin excusa posible. Quisiera creer, por lo menos, que quienes lo cometieron y lo defendieron son conscientes de ello.